Nada.
Estoy agradecida, profundamente agradecida de recibir una carta hermosa, profunda y honesta. Una carta que servirá de prueba de que todo fue tan real como yo lo sentí cuando lleguen los momentos de inseguridad si es que vuelven a llegar.
Pero la carta también trajo el dolor y la certeza de saber que él esta allá, lejos, sintiendo lo mismo que yo, con la diferencia de que él elige no estar conmigo. Y quisiera culparlo, quisiera tenerle rabia, odiarlo y a punta de ira sacarlo de mi corazón. Pero no puedo. Lo comprendo lo suficiente para saber que hay una lógica detrás de sus acciones y que en esta ocasión, simplemente, no se puede.
Llegan entonces otros correos, de amigos perdidos que anuncian que están en el DF y mi primer impulso es invitarlos a cenar para así distraerme de la tristeza y la soledad. Pero unas horas más tarde descubro que tengo pánico de salir con el viejo amigo, ya que inevitablemente recordaré a Open-Boy y nuestra primera salida, cuando lo lleve a cenar y por mezcal. Cuando me hizo pensar, sonreir y recordar lo fantástico que es conocer a alguien nuevo que te atrae. Cuando regresé a mi casa y me negué a aceptar que me gustaba, que quería volver a verlo y que me había encantado sentir que estabamos hablando más cerca de lo que debíamos.
Pero yo soy yo y eso no lo puedo cambiar. Soy esa mezcla entre masoquismo y valentía que no se queda en la casa aunque hoy tal vez sería mejor idea. Soy la que saldrá, hablará con el amigo, lo hará reir y fingirá que todo esta bien, aunque tenga un nudo en la garganta tan intenso que a veces será difícil tragar. Soy la que dirá tonterías y será más ácida de costumbre y volverá a la casa más cansada de lo que ya está para acostarse y soñar como siempre con él. Soy la que amanecerá en un lado de la cama, como si él todavía estuviera cerca.
Pero la carta también trajo el dolor y la certeza de saber que él esta allá, lejos, sintiendo lo mismo que yo, con la diferencia de que él elige no estar conmigo. Y quisiera culparlo, quisiera tenerle rabia, odiarlo y a punta de ira sacarlo de mi corazón. Pero no puedo. Lo comprendo lo suficiente para saber que hay una lógica detrás de sus acciones y que en esta ocasión, simplemente, no se puede.
Llegan entonces otros correos, de amigos perdidos que anuncian que están en el DF y mi primer impulso es invitarlos a cenar para así distraerme de la tristeza y la soledad. Pero unas horas más tarde descubro que tengo pánico de salir con el viejo amigo, ya que inevitablemente recordaré a Open-Boy y nuestra primera salida, cuando lo lleve a cenar y por mezcal. Cuando me hizo pensar, sonreir y recordar lo fantástico que es conocer a alguien nuevo que te atrae. Cuando regresé a mi casa y me negué a aceptar que me gustaba, que quería volver a verlo y que me había encantado sentir que estabamos hablando más cerca de lo que debíamos.
Pero yo soy yo y eso no lo puedo cambiar. Soy esa mezcla entre masoquismo y valentía que no se queda en la casa aunque hoy tal vez sería mejor idea. Soy la que saldrá, hablará con el amigo, lo hará reir y fingirá que todo esta bien, aunque tenga un nudo en la garganta tan intenso que a veces será difícil tragar. Soy la que dirá tonterías y será más ácida de costumbre y volverá a la casa más cansada de lo que ya está para acostarse y soñar como siempre con él. Soy la que amanecerá en un lado de la cama, como si él todavía estuviera cerca.
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