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sábado, 31 de julio de 2010

Sobre las ventajas de tener roomies Parte 2 y un hasta aquí llegamos.

Vivo en un departamento de 4 habitaciones. Dos de ellas ocupadas por las roomies originales quiénes idearon el plan de vivir juntas y rentar los otros cuartos. En el otro cuarto, han vivido 3 niñas desde que yo llegué. La ex-roomie, la otra roomie y la nueva roomie. La ex-roomie pronto se convirtió en una gran amiga y compañera de increíbles, como la exploración a Xilitla. La otra roomie fue una niña con la que a duras penas conviví y que nunca terminó de caerme del todo bien. Y ahora hay una nueva roomie. Que viene con otra energía y que me cae increíblemente bien. Que nos ha recordado a las roomies, que convivir es una gran idea. Que es mejor salir a la sala que estar cada una encerrada entre su cuarto.

Este fin de semana estaba cansada. Ayer llegué a mi casa con ganas de meterme entre mi cama y dormir horas y horas. Y luego de relajarme un buen rato, salí para encontrar en la sala a la nueva roomie, su novio y un amigo. Jugando RummyQ, tal vez el único juego que a mi familia le gustaba durante mi infancia. Así que terminé jugando feliz con ellos, recordando las jugadas que aprendí a hacer y riéndome feliz.

Hoy, Belly-dancing, otra de las roomies, cocinó y me invitó a comer con una amiga de ella. Y por la noche hubo un segundo round de RummyQ. Lo fantástico de la convivencia es que pude pasar la tarde echada en mi cama, sin hablar con nadie, durmiendo televisión. Y cuando quise socializar, fue cuestión de solo abrir la puerta. Maravilloso.

Y es que hoy no tenía tantas ganas de socializar. Por eso valoré tanto mi espacio de soledad en la tarde. Resulta, y aquí entra la segunda parte del título de esta divagada, que hoy era la última oportunidad que le iba a dar a novio-número-dos. Desde que llegó sólo lo he podido ver una vez en aquel almuerzo mítico. Nunca más se ha podido. Cuando llegó me llamó. Pero nunca más lo ha vuelto a hacer. Siempre soy yo. Y la que le dice que nos veamos, siempre soy yo.

El otro día lo llamé a decirle que nos vieramos y me dijo que no. Luego se colgó la llamada y la conversación murió. Asumí que se había quedado sin batería, pero nunca hubo un oye lo siento. Esta semana lo llamé a saludarlo y acordamos que haríamos algo este fin de semana. Luego le marqué un día para confirmar porque se estaba armando algo para hoy... no contestó. Le dejé un mensaje que nunca respondió. Ayer lo llamé y no contestó. Hoy fue lo mismo.

Ya sé que es muy triste que lo haya intentado tantas veces. Honestamente con él no me importa qué piense de mí. Si quiere creer que soy intensa, triste y/o patética, que lo haga. Ya hay demasiada historia como para que me afecte. Y si lo intenté tantas veces es porque por un lado es alguien a quien siempre voy a querer... y por el otro, es alguien de la casa, alguien de Colombia a quién no hay que explicarle los chistes, los dichos... y además, es de las personas que en algún momento de la vida llegó a conocerme tal cual como soy. Así que era fantástica la idea de tenerlo cerca en este lugar que habito.

Pero no le interesó. Pollo dice que él me tiene miedo y siempre va a tenerlo. Y la verdad es que él es alguien más práctico a nivel emocional que yo. No se desgasta. Y hoy en día tiene su vida armada, su novia con la que vive y su rollo echo. A lo mejor mi presencia en su estancia en México no le aporta nada.

Pero yo hubiera querido que eso fuera distinto. Finalmente con él ya no hay rollo amoroso, lo veo y ya no produce ni dolor, ni emoción mariposa ni nada. Es ver a un viejo amigo, cuyo recuerdo quiero profundamente. Y eso es algo que no tengo en mi vida diaria. Pero en la medida en que no lo tengo... no voy a desgastarme más intentándo tenerlo. Me dedicaré a continuar haciendo mis cosas, en este esfuerzo por estar bien emocional, física y profesionalmente.



miércoles, 21 de julio de 2010

Gente como uno. Parte 2

Hoy hice un trato con mi mejor amigo. Comentaría su blog y, a cambio, él comentaria micrónica de Xilitla. Formas de interactuar que tal vez sólo nosotros entendemos. Y en un minuto libre que tuve ahí estaba. Leyéndolo describir Hiroshima Mon Amour (http://elekino.blogspot.com/2010/04/hiroshima-mon-amour.html) y de repente me dieron ganas de devolverme en el tiempo, a esos martes donde almorzabamos en la universidad y hablabámos por horas. O a esas salidas nocturnas donde bailabamos. O a las largas caminatas en las tardes de sol bogotanas. O tal vez a las calles europeas que conocimos juntos.

En cualquier caso quise volver a esos momentos en que hemos estado juntos. Su frase de inicio me partió el corazón:

"There is a pain in the chest that appears whenever I leave somebody I love to go far away with out knowing when would you see this person again".

Yo conozco ese dolor. Yo he tenido ese dolor más veces de las que quiero. He tenido ese dolor al despedirme de él incluso. Y por eso, quise volver atrás, a esa época donde yo no sabía lo que era ese abrazo triste, donde no digo nada, cierro los ojos, dejo que las lágrimas salgan y luego me doy vuelta y me voy.

Y los dos hemos elegido esta vida donde esos abrazos pasan rutinariamente. Donde la gente sabe que eventualmente nos iremos y algunos por eso deciden no acercarse mucho. Donde a veces, sabemos que eventualmente nos iremos y decidimos no acercarnos mucho. Donde en este punto de la vida, sin importar el lugar donde vivamos extrañaremos a alguien. Porque hemos conocido y querido gente en tantas partes que ya no están en el mismo lugar.

Así que hoy, en esta tarde, quisiera estar más cerca de él. Porque de todos mis amigos es el que más me entiende en este aspecto. El que sabe lo que es la tristeza de la soledad. Él sabe que es hacer un duelo sin ir al entierro. Celebrar sin estar presente. Llegar y ver que uno ya no cabe. Tener las cosas dispersas por ahí y no acordarse dónde quedo ese libro que a uno tanto le gustaba. Volver y encontrar ropa que a uno se le había olvidado que existía y entonces uno siente que de nuevo estrena.

Y es con él con quien he aprendido que las amistades continúan cuando uno las cuida y el cariño persiste. Hace años no vivimos en el mismo país. Hemos recorrido mundos distintos. Hemos cambiado. Dejamos de compartir las rutinas. Ya no comemos los martes y no vamos a cine juntos. Pero nos escribimos. Nos encontramos en skype. Nos llamamos por teléfono. Y para las cosas importantes estamos. Y sabemos que nos volveremos a ver. De pronto en diciembre. Pronto en Canadá.

Seguiremos.







martes, 29 de junio de 2010

Paseando por el surrealismo: Crónica de Xilitla

Un domingo por la tarde, mi ex roomie me contó que se iría de paseo por algunos de los lugares que no conocía de México. Iría a Zacatecas, a Real de 14 (efectivamente así se llama y el gentilicio es catorceños) y otros pueblos. Y a Xilitla. Donde hay un castillo surrealista. Inmediatamente me pegué al plan. No me importó que el sitio quedara a más de 8 horas de distancia y que yo no tuviera vacaciones. Tenía que conocer el castillo surrealista. La ex roomie aceptó feliz que yo me fuera con ella, me indicó el nombre del pueblo más cercano a donde llegar y nos despedimos con la promesa de vernos en 15 días.

Los 15 días pasaron y para el momento en que yo me iba a ir ya había olvidado cómo se pronunciaba Xilitla. Y es que en México la X es un problema serio. Nadie me ha podido explicar cuál es la regla, porque en algunos casos la X suena como la X que nosotros conocemos, en otros es una J y en otros es una Sh. Así una de las estaciones del metro que yo estaba convencida se pronunciaba Sola (Xola) en realidad se dice Shola. Por tanto, cómo era el nombre? Jilitla? Silila? Shilitla? Ni idea. Y en cambio tampoco me acordaba de a dónde debía llegar. Y la Lonely Planet decía que no había rutas directas entre el DF y Xilitla. El viernes fue un día de estrés laboral permanente y yo llegué a la casa corriendo, a hacer la maleta y descubrir cómo carajos llegaría a un pueblo que no sabía pronunciar. Varios mensajes de texto con la ex roomie, llamadas a las empresas de buses y google ayudaron a que yo llegara a la terminal lista para tomar un bus a Tamazunchale. Pueblo tan poco importante que ni sale en Lonely Planet. Llegué allí a las 7 y media de la mañana con mucho sueño, de allí tomé un bus hasta la Y-griega (así se llama), un sitio que es básicamente una curva en la mitad de la carretera donde la gente cambia de buses. Y de ahí la buseta más vieja de la región que a 2 kms por hora me llevó hasta Xilitla donde por fin descubrí que se llama Jilitla.

Xilitla queda en el estado de San Luis Potosí. Y es MUY caliente. Y húmedo. Muy húmedo. Y además, está mal comunicado. Entre el pueblo y el castillo surrealista y principal atractivo turístico del lugar, no hay transporte público. Y entre los dos hay 45 minutos de caminata, empezando por calle pavimentada, siguiendo por carretera destapada y terminando en trocha llena de barro. La ex roomie insistía en que el lugar era increíble pero en silencio yo empezaba a creer que había cometido un terrible error al pasar mi fin de semana caminando por el infierno.

Y de pronto llegamos a la Casa Caracol. Nuestro hotel. Que si no fuera por la humedad, yo diría que es el paraíso. La Casa Caracol es un hotel ecológico, que prefiere no hacerse promoción para mantener el encanto y donde cada rincón tiene detalles. En el lobby los libros que los visitantes han dejado de regalo cuelgan del techo amarrados por ganchos, hay móviles por todas partes y hay una gallina que camina libremente por todo el hotel. Y a cambio de habitaciones tiene tipis. Para los que no sepan los Tipis son esas chozas indígenas que uno ve en las películas de vaqueros. Triangulitos con puntas de paja. Pero esta es la versión moderna donde en el interior caben 4 camas y hay luz eléctrica.


Pero el hotel sólo fue la mitad del encanto de Xilitla. Lo verdaderamente emocionante del pueblo es el castillo surrealista, construido por un escocés multimillonario llamado Edward James. El pobre James nació en una casita de 300 habitaciones, donde la familia era frecuentemente visitada por el rey Eduardo VII. Pero él no fue un niño feliz, su papá murió cuando tenía 5 años y su mamá nunca lo quiso. Pero aparentemente de algo le sirvió que nadie lo abrazara de chiquito, porque este niño se convirtió en un hombre extremadamente creativo. Dado que tenía muchísimo dinero, luego de estudiar Bellas Artes en Oxford decidió patrocinar distintos artistas, entre ellos a René Magritte quién llegó a pintarlo en 2 de sus cuadros (Aquí esta uno: http://www.artexpertswebsite.com/pages/artists/artists_l-z/magritte/Magritte_ThePleasurePrincipalPortraitOfEdwardJames1934.jpg). Dos de sus mejores amigos fueron Picasso y Dali, de quién también fue mecenas y quién también lo pintó en el cuadro “Cisnes reflejando elefantes”.


Como buen surrealista, James creía en el poder de los sueños y la importancia que éstos tienen en la vida de las personas. Alguna vez soñó que debía buscar un lugar en el mundo, donde pudiera hacer un jardín del Edén, lleno de mariposas, con orquídeas y ríos. Buscó este lugar intensamente hasta que alguien le contó que en Xilitla las orquídeas crecían silvestres. Y a Xilitla llegó. Inicialmente decidió hacer el jardín de sus sueños, trajo animales y plantas de distintas partes del mundo e inició su proyecto. Sin embargo, un buen día cayó una helada y lo destruyó todo. (Todavía me cuesta trabajo creer que en semejante infierno tan húmedo alguna vez heló, pero aparentemente es cierto). Deprimido por la destrucción de su jardín, James decidió crear algo que fuera resistente al clima y empezó a construir su castillo.


En su pequeño terreno de 40 hectáreas, que incluye una cascada, James construyó 36 estructuras de concreto y madera. Cada una tiene formas diferentes, escaleras que suben y no llegan a ninguna parte, serpientes con sombrero y flores de madera encerradas en habitaciones. James contrató obreros de la zona y no me imagino lo que debió ser explicarles por qué quería hacer estas construcciones tan absolutamente extrañas en la mitad de la selva. El lugar parece sacado de un viaje en ácido. Uno sube y baja por lo que parece un laberinto, encontrando formas y figuras sin sentido pero de total belleza.

La entrada al lugar nos costó 25 pesos y el pequeño boleto de papel por detrás tiene un aviso legal donde dice que cada quien entra bajo su propio riesgo, que los dueños no se hacen responsables de nada y que el caminar por las estructuras puede poner en riesgo la vida. Y es que a James no se le ocurrió poner media baranda en ninguna de sus construcciones, por lo que uno sube por escaleras que llegan a los 20 metros de altura y no hay de donde agarrarse. Para rematar la cosa, cuando entramos nos recordaron que por estar en la selva es sumamente peligroso tocar las paredes, las cuales están llenas de arañas, gusanos y ciempiés venosos.

Para mí la peor de todas fue la primera. Yo que le tengo pánico a las alturas pero que no por eso dejo de treparme en cuanta cosa me asusta, terminé subida en lo que James llamó “La escalera de la vida”. De acuerdo a Lore, la construcción mide más de 20 metros. Yo sólo sé que era tan alto que estábamos por encima de los árboles y que un águila volaba frente a nosotras. No pude hacerlo de pie. Al notar que no había nada de donde sostenerme, hiperventilando me senté. La ex roomie, que la noche anterior ya se había trepado a esta cosa, me tranquilizó diciendo que viera al frente y me olvidara del águila que revoloteaba en mi cabeza. Y cuando creí que lo peor había pasado me enfrenté a una especie de caminito de concreto por el que había que pasar. Pero este caminito era una simple loza entre dos columnas a muchos metros de altura. Y de nuevo no hay nada de donde agarrarse. Sudé, ya no por la humedad (que estoy segura no ayudó) y traté de respirar. Co la mirada fija en los ojos de la ex roomie tomé su mano y di los pasos con pánico. Llegué al otro lado y decidí que esta misma semana me meto al psiquiatra. No puede ser normal que yo utilice mis fines de semana, mi único momento de relax, haciendo las cosas que más pánico me dan, pagando por hacerlas y considerando que es una gran idea hacerlas.

Después de esto, y sintiendo que ya estaba segura porque estaba a 15 metros de altura en un cuarto que tenía letreros que decían allí no debía haber más de 10 personas al mismo tiempo ya que era una estructura muy frágil, pero al menos ya no veía el suelo a lo lejos, seguimos recorriendo el lugar. Y con cada paso que di me enamoré más de este lugar, quise ser multimillonaria y crear mi propio universo surrealista y tener mi propia cascada.

El resto del paseo estuvo muy tranquilo, quisimos subir en tirolesa pero el guía prefirió emborracharse por el partido de México – Argentina, así que nos dedicamos a leer, relajarnos en la hamaca y tener sueños surrealistas.