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miércoles, 20 de julio de 2011

Las preguntas del momento

El lunes fui a la segunda sesión con la psicóloga y hablamos de las preguntas que deben hacerse y aquellas que no tienen sentido. No se trata de preguntar "por qué"... sino "para qué".

Y me gustó la idea. Los por qué duelen mucho: ¿por qué apareció para no quedarse? ¿por qué su silencio? ¿por qué sus palabras? ¿por qué hace lo que hace? ¿por qué no podemos explorar el potencial que teníamos? ¿por qué no tengo derecho a ser feliz con él? ¿por qué elige lo que elige? ¿por qué no puedo quedarme con el hombre que encontré y que tanto ha significado? ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? No hay respuesta para estos por qué y por eso duelen tanto.

En cambio cuando pienso en el para qué, las cosas dejan de relacionarse con él y la historia se vuelve mí historia. ¿Para qué abrí mi corazón? ¿Para qué me arriesgué a amar? ¿Para qué quiero usar lo que sucedió?

Aún no tengo claras las respuestas a estas preguntas... Intuyo que para crecer, para ser mejor persona, para recordar que no puedo darme por vencida.

Con lágrimas le acepté a la psicóloga que antes de que Open-boy apareciera yo me había dado por vencida, cansada de sentir que no se podía, dejé de intentarlo y me convencí que no había chance de amar. ¿En qué momento dejé de creer en mí? Años de soledad, de tristeza, de sentirme incorrecta y complicada sirvieron para convencerme que no había futuro y que mi corazón estaba mejor si permanecía cerrado.

Pero no quiero seguir así. Por fin entiendo que todo lo que Open-Boy me hizo sentir acerca de mí misma: atractiva, inteligente, interesante, divertida, bonita y valiosa, realmente existe en mí. Y que si él lo vio es porque es.

Aún no comprendo muchas cosas... y de tanto en tanto mi corazón se llena de los por qués que tanto duelen. Pero también he entendido que la gran respuesta al para qué es simple:

Para que me atreviera a preguntarme ¿quién soy? y solo así eligiera vivir la vida que quiero.



viernes, 10 de junio de 2011

Silencio

¿Qué puedo responder?

Nada.

Estoy agradecida, profundamente agradecida de recibir una carta hermosa, profunda y honesta. Una carta que servirá de prueba de que todo fue tan real como yo lo sentí cuando lleguen los momentos de inseguridad si es que vuelven a llegar.

Pero la carta también trajo el dolor y la certeza de saber que él esta allá, lejos, sintiendo lo mismo que yo, con la diferencia de que él elige no estar conmigo. Y quisiera culparlo, quisiera tenerle rabia, odiarlo y a punta de ira sacarlo de mi corazón. Pero no puedo. Lo comprendo lo suficiente para saber que hay una lógica detrás de sus acciones y que en esta ocasión, simplemente, no se puede.

Llegan entonces otros correos, de amigos perdidos que anuncian que están en el DF y mi primer impulso es invitarlos a cenar para así distraerme de la tristeza y la soledad. Pero unas horas más tarde descubro que tengo pánico de salir con el viejo amigo, ya que inevitablemente recordaré a Open-Boy y nuestra primera salida, cuando lo lleve a cenar y por mezcal. Cuando me hizo pensar, sonreir y recordar lo fantástico que es conocer a alguien nuevo que te atrae. Cuando regresé a mi casa y me negué a aceptar que me gustaba, que quería volver a verlo y que me había encantado sentir que estabamos hablando más cerca de lo que debíamos.

Pero yo soy yo y eso no lo puedo cambiar. Soy esa mezcla entre masoquismo y valentía que no se queda en la casa aunque hoy tal vez sería mejor idea. Soy la que saldrá, hablará con el amigo, lo hará reir y fingirá que todo esta bien, aunque tenga un nudo en la garganta tan intenso que a veces será difícil tragar. Soy la que dirá tonterías y será más ácida de costumbre y volverá a la casa más cansada de lo que ya está para acostarse y soñar como siempre con él. Soy la que amanecerá en un lado de la cama, como si él todavía estuviera cerca.