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jueves, 6 de diciembre de 2012

Otra entrada sobre los miedos

No hubiera pensado que iba a escribir dos entradas seguidas sobre mis miedos. Pero qué le hacemos. Los tengo alborotados y esta vez ni siquiera es por una bonita película

La cosa es que ayer tuve una pésima experiencia con un taxista. No voy a entrar en detalles porque la verdad es que no quiero contar por enésima vez la misma historia, pero el punto es que se emputó conmigo y a las 8:30 de la noche, paró el carro, en la mitad del bosque y me ordenó que me bajara. No lo hice y después de llamadas al sitio de taxis, peleas, muchos estrés y sobre todo, mucho susto, el hampón este me dejó a unas cuadras de mi casa (no quería que viera donde vivo). 

Después de eso dormí mal. Tuve pesadillas. Y hoy hubiera querido quedarme entre mi cama, metida debajo de mis cobijas. 

La cosa es que la experiencia me alborotó el miedo que le tengo a que algo me pase estando yo en México. La psicóloga decía que yo tenía un leve caso de estrés post-traumático luego de partirme el brazo y la espantosa caída de la bicicleta. Ambos eventos fueron muy fuertes emocional y físicamente. 

Con lo del brazo me operaron y tuve que enfrentar la cirugía despierta y en un pedazo sin anestesia. La recuperación fue larga y complicada por el hecho de vivir sola y no ser propiamente hábil con mi mano izquierda. Luego fue lo de la bici que me dejó atrapada en la casa, moviéndome en muletas en un apartamento de 3 pisos sin elevador. 

En esas ocasiones (particularmente la de la bici), conté con grandes personas que me ayudaron de manera incondicional. Y solo por ellas pude salir adelante. 

Y sé que si algo volviera a suceder... probablemente volvería a tener a grandes personas cerca que me ayudaran. 

Pero no dejo de tener miedo de que algo pase. Ayer mientras me dormía, pensaba cuánto tiempo pasaría antes de que alguien notara que yo desaparecí. Y sé que a lo mejor algo similar pasaría en Colombia... pero no dejo de pensar que sería distinto. Cuando mi prima se desapareció este año porque un taxi le hizo el paseo millonario (secuestro express) pasaron algunas horas antes de que lo notaran, sin embargo, una vez se dieron cuenta toda la familia y amigos nos movilizamos. Y cuando por fin apareció, ahí estuvo toda mi familia, intensa y loca como siempre, dando esa cantidad de amor que solo ellos pueden dar. 

Aquí... todo sería muy distinto.  

Pero para algo sirven las cosas. Y hoy tomé la decisión de que así vaya en contra de mis ahorros y sea costoso, voy a pagar un seguro internacional que me de la tranquilidad de que si me pasa algo grave, puedo ir a tratarme a Colombia. 







miércoles, 28 de noviembre de 2012

Graves problemas de memoria

Hace un tiempo escribí sobre las obviedades que suelo olvidar, como que hacer amigos es muy importante a la hora de ser feliz. 

Hoy voy a volver a escribir sobre el tema. Porque ayer volví a recordar cosas que son muy importantes para mí. 

Cosas como lo feliz que soy cuando me doy mis espacios para hacer las cosas que más me gustan y estar conmigo misma. Resulta que llevaba muchos fines de semana seguidos con una vida social muy activa. Que vamos a Tunick, que paseo/boda en Cuerna, que cenas, cafés, etc. Y entre todo eso se me atravesó una bonita enfermedad, que estoy segura fue producto del estrés, la cual me dejó el 90% del único puente en meses, tirada entre la cama, arrastrándome al baño y durmiendo el malestar. Entonces eso no cuenta como espacios conmigo misma. 

Pero ayer... ayer volví a tener uno lo que suelo denominar como dates conmigo misma. Primero me fui de la junta en la que estaba hasta el cine en bici. Y aunque aún le tengo susto y ya no lo disfruto como antes, el placer de elegir por donde me meto, saltarme el tráfico y no estar entre un taxi, fue fantástico. En lo que empezaba la película me tomé un delicioso té y leí feliz mi libro del momento (The solitude of the prime numbers por si se lo preguntaban). Después, continué en silencio y me fui a ver Cosmópolis, la cual no me encantó. 

Pero lo que me encantó fue volver a tener mi espacio. Leer mi libro, estar en silencio, interactuar solo conmigo misma. Y entonces me acordé... que así como me encanta salir a cenar y estar con mis amigos, también me gustan los espacios conmigo misma. 

A veces por la pereza de salir sumada al cansancio del trabajo, termino quedándome en mi casa, descerebrándome frente a la tele. Pero en esos momentos necesito recordar que también es sano tener un date conmigo misma y ser muy feliz. 


jueves, 22 de septiembre de 2011

La vida en muletas

Hoy hace un mes venía iba en la bicicleta, iniciando mi rutina de la mañana. Algo pasó, aún no sé qué y me di contra el mundo. Dos señoras me rescataron, un buen amigo me llevó a la clínica y cuatro semanas más tarde por fin puedo caminar con algo de normalidad pero sigo con una muleta para poder transportarme.

Ha sido un mes largo, con mucho dolor y la pérdida de mi independencia. Tareas sencillas como llevar mi ropa a lavar se convierten en una operación que requiere de taxistas, amigos y aceptar que yo no puedo sola.

Hace 3 años tuve una experiencia similar cuando me partí la mano y ahora tuve que recordar nuevamente que uno toma por sentado el cuerpo y la facilidad con la que uno hace cada cosa. En aquel momento aprendí lo complicado que puede ser algo tan aparentemente sencillo como abrir una botella de agua. Ahora, he tenido que ver cómo hago para moverme por un mundo que solo esta diseñado para los que pueden caminar bien.

Cuando fui a Washington hace dos años me impresionó la cantidad de gente en sillas de ruedas que veía por todas partes, hasta que alguien me hizo caer en cuenta que no es que hubiera más allá, es que salen más porque hay más facilidades para ellos. Y ahora veo lo cierto que es esto. He tenido que enfrentar lo difícil que es moverse por el mundo en muletas y no quiero imaginar cómo será en silla de ruedas.

Por todas partes hay escalones, pocas barandas y los elevadores en los sitios públicos usualmente tardan horas y van llenos por personas que bien podrían subir y bajar las escaleras. Los baños para discapacitados están diseñados por personas que aparentemente jamás los han utilizados, suelen estar al fondo de los baños y las barandas existen en la mayoría de los casos únicamente para cumplir la reglamentación. Me he encontrado con varios restaurantes cuyos baños están en el segundo piso y el mejor día fue cuando fuimos con mi mamá a un estacionamiento y no nos permitieron parquear en el lugar para discapacitados porque no teníamos el letrero pegado en el carro. No importaron mis muletas, férula y rodilla inflamada. Estas tampoco le importaron mucho a Avianca, que tiene la política más extraña (y por extraña entiéndase ilógica) del mundo a la hora de asignar la primera fila de sillas después de business class. Según la gente del la línea telefónica, esas sillas son para personas con niños de cuna, adultos mayores o personas con dificultad de movilidad (osea yo) y que solo las asignan en el aeropuerto para asegurarse que se le otorguen a quienes realmente las necesitan. Pero para los dos vuelos llegué con 3 horas de anticipación y en ambas ocasiones todas las sillas de la fila ya estaban asignadas a personas sanas, jóvenes y sin hijos. No entendí jamás la lógica del tema y me tocó recurrir a la amabilidad de los extraños para que me cambiaran de puesto dentro del avión.

Afortunadamente en la mayoría de los casos los extraños son solidarios. Y aunque he tenido que acostumbrarme a las intensas miradas por la calle, también he descubierto que hay taxistas que se bajan del carro para ayudarme, señores que ofrecen cargarme la mochila mientras subo a la oficina y por supuesto, las dos señoras que hace un mes me rescataron.

Yo he pasado del dolor a la aceptación y con cada día que me siento mejor, me aburro un poco más de la hinchazón, las muletas y el tener que contar cien mil veces la misma historia. Al igual que con otras historias que he editado a su más mínima expresión, pasé de contar cómo iba en la bicicleta, rumbo a la oficina cuando me caí, me clavé el manubrio en la clavícula, me pegué en las manos y en la cara y me reventé la rodilla, de cómo un buen amigo me llevó a la clínica y etc, a "me caí en la bici". Punto. Sin más detalles. La anécdota me aburre y el hecho de que me haya caído sin ayuda de nadie y que la historia sea un golpe a mi autoestima, no ayuda. Tal vez si el accidente hubiera sido como mis amigas sugirieron: "ibas en la vuelta a México en bicicleta y de repente te atacaron 8 hombres y mientras tu tratabas de rescatar a un bebé y dos cachorros, te caíste"... pero no. Yo solita contra el mundo.

Acabaré este post con un agradecimiento estilo me gané el Oscar, a Mariana, una de esas amigas que se portó como nadie, hizo el mercado por mí, me llevó películas, me abrazó, oyó mi llanto cuando la tristeza, el dolor y el adios inesperado fueron demasiado y me mostró que no estoy sola, que siempre hay gente y que hay buenas amigas con las cuales puedo contar por este lado del planeta.