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viernes, 6 de mayo de 2016

Un año después...

En la última entrada de este blog yo escribía mis deseos de cumpleaños. Y la semana pasada alguien, un anónimo, me preguntó si es que mi deseo era no escribir más aquí... 


Y ese nunca fue mi deseo. Pero fue algo que pasó. Y me han tomado muchos meses, muchas noches de no dormir, muchas días de no sentirme yo y muchas sesiones de terapia para entender qué pasó. 

Yo he escrito desde antes de saber escribir. A mi mamá le dictaba historias para que ella las escribiera en su máquina de escribir. Como he dicho tantas veces, yo solo sé sentir, pensar y procesar mi vida a través de la escritura. Fue escribiendo que pude sacar tantos dolores, miedos, traumas y angustias. Escribiendo descubrí lo que quería y lo que me hacía falta. Escribiendo es que yo me construí a mi misma. 

Y un día dejé de escribir. El silencio se apoderó de mi vida porque todo lo que quería era escribir sobre lo que me había pasado. Y por respeto a quién era la otra mitad de la historia no lo hice. ¿Cómo podía sentarme aquí y ventilar todo mi dolor cuando cualquiera que leyera lo que me pasaba sabría de quién estaba hablando? Tantas veces él me había reclamado que yo hiciera eso con mis amores, "te expones demasiado", "dejas todo en un espacio público y visible para cualquiera"... ¿cómo podía hacerle eso precisamente a él? Y entonces no lo hice. Y en el camino me perdí a mí misma. 

Un año ha pasado y realmente no puedo decir que yo ya esté bien. Es muy difícil procesar que perdí a mi mejor amigo. Escribo esto y me angustia pensar en publicar esta entrada. Pero ya no sé cómo hacer este duelo. Yo sé cómo terminar con un novio, yo sé cómo enterrar a una mascota, yo sé cómo intentar aceptar que se me murió alguien a quien quiero y no sé muy bien cómo pero he logrado que los días y los años pasen desde que mi abuelo se murió. Pero no sé cómo decirme a mí misma que ya no tengo a mi mejor amigo. Que todos los días que me quedan de vida él ya no va a estar. 

Años y años de amistad y un día ya no fue más. De alguna forma, esta pérdida se ha parecido a terminar con un novio en el sentido en que es un duelo por alguien que sigue vivo y que simplemente decidió que ya no quiere ser parte de mi vida. Pero cuando uno termina con un novio, eventualmente llega otro y aunque con cada persona es distinto, al final se establece una relación de pareja con ese otro. 

Pero yo no voy a volver a tener un mejor amigo como él. Y no porque no pueda tener otras amistades profundas y sinceras. Pero porque la amistad que nosotros teníamos se inició en un momento de la vida que ya no voy a repetir. Mis 33 (casi 34 años) hacen que ya no quiera mochilear con nadie por Europa con un presupuesto de 5 euros por comida para poder bebernos el resto. La intensidad de la vida laboral ya no permite que yo coma todos los martes con una misma persona como lo hicimos durante nuestros cinco años de universidad. Ya no volveré a tener la cantidad de tiempo libre que tenía al terminar el colegio o estar en la universidad. Lo que pasó en mis 20, ya no lo voy a volver a vivir. 

Y entonces no voy a poder construir una amistad como la que tenía con él. Porque con nadie voy a tener esas historias, esos momentos, esa cantidad de recuerdos que hoy me siguen partiendo el alma. 

Hay días en que estoy mejor, hay días -hoy por ejemplo- en que pude contar una historia que viví con él sin sentir que se me parte el alma. Pero no siempre es así. Justo ayer entré a un baño y la decoración era algo que a él le hubiera fascinado y que me hubiera permitido burlarme de él por algo que muy pocas personas saben (o sabían, tal vez en este punto él ya lo cuenta a cualquiera... quién sabe), y entonces sentí que no iba a poder respirar. Y estaba en evento por lo que no podía atacarme a llorar como hubiera querido, así que me tocó sacar toda mi fuerza, contar hasta 50 y poner mis lágrimas en hold.  

Hay un capítulo de Grey's Anatomy en que la mamá de Meredith se despierta de su Alzheimer y la ve y en vez de decirle que se siente orgullosa de que esta a punto de ser doctor,a que tiene un novio maravilloso y que ha construido una vida chévere, le dice que se avergüenza porque ella se ha convertido en alguien ordinary (y lo dejo en inglés porque ordinary no es lo mismo que ordinario así esa sea la traducción). 

 

Y yo me siento así. Como que un día desperté y me di cuenta que soy ordinary. Tengo un trabajo normal, una relación maravillosa y estable que (afortunadamente) hace que ya no tenga que salir con personajes que saqué de debajo de una enorme piedra, la economía (y tal vez lo cómoda que estoy en mi zona de confort) ha logrado que cada vez viaje menos. Como si no fuera suficiente que solo quisiera contar una sola historia que no me permitía contar, logré que mi vida ya no generara más historias para escribir. Y entonces dejé de hacerlo. Ni realidad ni ficción. Dejé que el silencio me ganara. 

Pero ya no quiero más eso. Quiero volver a sentirme yo, quiero volver a sentir y pensar a través de mis palabras. Y si vuelvo a escribir, tal vez pueda encontrar una forma de sanar esta herida y yo logre recordar el pasado sin tristeza. 

Aún cuando sé que él no me leerá, mientras escribo estas palabras no dejo de pensar que le molestaría que yo escriba esto. Pero tengo que hacerlo. Me lo debo a mí. Y él ya no está así que no puedo ni por un minuto más dejarlo estar por encima de mí. 

Así que aquí voy, de nuevo... convencida, como siempre, que la escritura será la forma de sanarme. 


PD. Querido anónimo, GRACIAS. Necesitaba ese empujón. 




viernes, 10 de abril de 2015

¿Y ya viven juntos?

Uno de mis caballitos de batalla con el Sr Gelatina era que yo quería que eventualmente nos fuéramos a vivir juntos. Y él (por supuesto) no quería. Y yo (por supuesto) no entendía por qué. Esto era un motivo de frustración y miedo en la relación porque era claro que iba a llegar el día en que yo no aguantaría más que no viviéramos juntos y la cosa ya no iba a funcionar. 

Un día le conté a la psicóloga el tema y le lloré que yo qué hacía si él no quería que viviéramos juntos y ella me preguntó que cuáles eran mis motivos para irme a vivir con él. Y uno esperaría que dado que eso era tan importante para mí que yo tuviera mi lista de motivos perfectamente clara... pero pues no. En realidad entre más lo pensaba, menos ganas me daban de vivir con él. 

Resulta que soy un ser increíblemente independiente y la idea de volver a convivir con otro ser humano en realidad me resulta aterradora. A mí me encanta pasar tiempo con él pero yo he descubierto que la gente me desgasta y que recupero mi energía cuando estoy sola. Valoro profundamente los días en que salgo de trabajar, camino hasta mi casa y luego llego a encerrarme y no hablar con nadie. 

Por otra parte, esta el hecho de que aún cuando somos muy parecidos y vivimos la vida de forma muy similar, hay algunos detalles donde somos muy diferentes y que en una convivencia nos generarían conflicto. Por ejemplo, no tenemos los mismos horarios y nuestros estándares de desorden difieren. Y honestamente no tengo ningún deseo de empezar a pelear porque me despertó para irse a trabajar o porque la cocina esta sucia. 

Y ante todo hay un tema... algo que yo disfruto mucho es el hecho de que cada vez que nos vemos es porque queremos, porque hay un motivo así sea simplemente echarnos a ver televisión. Algo que oigo mucho de las parejas que viven juntas es el "nos levantamos, corremos, salimos a trabajar y por la noche llegamos a dormir entonces casi que ni hablamos". A nosotros no nos pasa eso. Buscamos que los espacios que tenemos sean de calidad y que nos dediquemos el uno al otro. A pasarla rico y hacer lo que nos gusta. Y viendo en términos de cantidad, la verdad es que sí nos vemos muchísimo y hay una convivencia permanente. 

Sé que me estoy perdiendo de cosas que solo surgen cuando uno vive con la otra persona. Y a lo mejor llegue el día en que las necesite por encima de las que tengo hoy. Pero al menos en este momento, me encanta nuestra dinámica y la forma en que nos relacionamos. Creo que parte del éxito de mi relación es precisamente que cada uno tiene su espacio y su libertad. 

Pero eso no es algo tan fácil de entender para el mundo. Así como con el hecho de no querer tener hijos, no querer vivir con él me hace a veces un bicho raro. Y entiendo el conflicto, finalmente yo lo tuve mucho tiempo y mi monja interior me gritaba histérica que si ya no quería casarme y no quería reproducirme que al menos por favor fuera tan decente de vivir en pecado. Pero pues no. No siento que sea para mí y menos para nosotros. 

Y entonces vuelvo a tener que explicar cosas que no debería. Vuelvo a sentir que odio vivir en una sociedad tan cerrada a otras formas de vivir y de amar. No solo hay que casarse con alguien del otro sexo y tener hijitos, además hay que vivir en la misma casa, dormir en la misma cama, visitar a los suegros todas las semanas, no estar nunca con nadie más y vivir felices el resto de la vida. Y pues resulta que esto no le funciona a todo el mundo. 

Hay días en que me siento sola porque vivo rodeada de parejas mucho más tradicionales. Pero sé que hay un mundo entero de personas que eligen vivir su vida de forma diferente. Fui muy feliz oyendo un podcast sobre poliamor, no porque sea algo que yo quiera hacer en mi vida, sino porque me recordó que hay muchas personas que aman bajo sus propios estándares y reglas. 

Como yo. 











martes, 14 de octubre de 2014

Mal día

Los años pasan y hay días en que todo sigue siendo como un día fue. Justo hoy, un día antes de ese aniversario que es solo mío, es evidente que he ganado batallas solamente. Hoy tengo rabia con el mundo, con los que más quiero... sobre todo, tengo rabia conmigo misma. Con mi cerebro que hace cosas que no debería. 

Voy a darme el crédito de haberme dado cuenta de las cosas, así fuera un poco tarde. De hacer lo que debo y de poner mis necesidades de primeras. No escudarme en las excusas. Saber pedirle perdón a quién puse en una situación que no debería. 

Tengo 5 horas para fingir y respirar. Y es lo que haré porque es lo único que puedo hacer. 


sábado, 29 de marzo de 2014

Hora de resolver el problema frente a mí

Esta semana claramente insulté a algún dios y por eso decidió castigarme. Tal vez fue porque comí carne, dejé que me vieran el pelo, no intenté convencer a nadie para que sea mormón o testigo de Jeohvá ni fui a misa en domingo (ni en los últimos 3500 domingos). No sé cual pero alguno se ofendió y decidió castigarme. 

Porque esta semana todo lo que podía salir mal, salió mal. Fue una semana de dormir pocas horas, resolver temas que eran imposibles de predecir y que sé que algún día llegarán a darme risa porque en realidad fueron demasiadas cosas. 

Pero la semana pasó y quisiera decir que solo quedó el cansancio físico y mental. Pero hay dos cosas que quedaron revolviéndome el estómago. 

1. El dolor del insulto intolerante y sin fundamento. Todos me han dicho que no haga caso, que ante las palabras estúpidas, oídos sordos. Pero esos que me lo han dicho, no han vivido ese dolor, no han tenido que lidiar con un odio que incluso es penalizado por la ley pero ante el cual yo no puedo decir nada, porque "no es tan grave, no dejes que te afecte, etc, etc, etc".

Una parte de mí esta de acuerdo en que no debería dejar que me afectara, pero me afecta. Me duele que me juzguen por el país donde nací y sobre todo, por no haber nacido en el que vivo. Por haber dejado mi país y por estar aquí haciendo mi vida. Recordando lo que dice la psicóloga sobre preguntarme por qué algo me afecta tanto, debo reconocer que al final la intolerancia me duele porque siempre habrá días en que me pregunte qué estoy haciendo aquí y para qué. Entones cuando me entero que me están juzgando por extranjera, más fuerza cobran esas preguntas.

Y entonces viene el punto 2. De nuevo esta la sensación de no tener el apoyo que espero y necesito de los que considero deberían dármelo. Y claro, eso resuena con mis propios issues del pasado de cuando sentía que no contaba con las personas que debían estar en mi vida.

Al final, la sensación de no contar con los que deben respaldarme, es algo que he sentido por ya mucho tiempo y para lo que estoy tomando las medidas necesarias. Es solo cuestión de tiempo me repito una y otra vez hasta que el día llegue.

Y claro, esta la tentación de entregarme al odio como los otros lo hicieron. Quise insultar, agredir de vuelta y decir todo lo que pienso. Pero no quiero jugar ese juego, no quiero ser esa persona. Ya nos lo enseñó Cady en Mean Girls:



Así que eso es lo que haré, ver the big picture y dedicarme a resolver el verdadero problema que tengo frente a mí, el resto no merece mi tiempo ni mi tristeza y furia. 

sábado, 15 de febrero de 2014

La felicidad se llama NYC


Y de repente, antes de que me diera cuenta, estaba caminando hacia el Four Points del Sheraton en Nueva York. Era viernes. Tan solo el martes anterior había tomado la decisión de que viajaría.

Me fui porque el Sr Gelatina me dijo que me fuera con él. Es así de simple. Uno de los grandes puntos de debate y frustración que había entre los dos era el hecho de que él no quería viajar conmigo. “Yo viajo solo”. Y de ahí no había chance de moverse. Incluso si a los dos nos encanta viajar o si cada vez que estamos juntos pasamos felices.

Pero las cosas han cambiado y los dos estamos tratando de hacer las cosas diferentes. Así, un domingo mientras él manejaba, casualmente me dijo que me fuera a NY con él a pasar su cumpleaños y a ver musicales.

Y con la ayuda de mi familia y de mis fantásticas amigas, conseguí desde el crédito para pagar en diciembre el boleto, los recursos para llorar de la emoción con Matilda y toda la ropa necesaria para no morir de hipotermia.

Tras muchos viajes sola, muchos de trabajo y algunos en compañía donde yo tomé la iniciativa de qué ver y qué hacer, en este jugué el juego de dejarlo a él decidir. Finalmente era el viaje que él había planeado y lo que yo quería era acompañarlo. La ventaja es que tenemos los mismos gustos así que fuimos felices caminando sin rumbo por Soho, descubriendo restaurantes españoles con meseros que para mi furia le coquetearon a él y no a mí y viendo muchos musicales.

Esta vez descubrí el Chelsea market donde se ve el cambio de la ciudad que pasó de tener un mercado de carne a un mercado elegantísimo con tiendas fantásticas, librerías muy chéveres y un restaurante italiano donde nos comimos el mejor postre del paseo.



Una de las cosas que más me gustan de NY son sus museos y esta vez solo fui a uno: el de historia natural porque el Sr Gelatina insistía en que quería ir para ubicarse en el mundo. Yo no entendía mucho el interés y precisamente por eso lo acompañé. Resulta que hay una exposición sobre las escalas del universo. Uno desciende un espiral donde muestran la gama de tamaños en el universo, desde las partículas más chiquitas hasta cosas enormes como las galaxias, el sol y en versión “chiquita” los planetas que rodean la tierra. Usando como referencia una esfera gigante que hay dentro del museo y donde pasan películas, le muestran a uno los tamaños relativos de las galaxias, las estrellas, planetas, células y átomos. En pocas palabras, logran que uno entienda que al final, uno es solo un punto diminuto e irrelevante en un inmenso universo. Como bien dijo el Sr Gelatina, uno se ubica en el mundo. Y aunque no creo que por solo ser algo diminuto en comparación con lo gigantesco que es el universo, mi vida y mis cosas dejen de tener importancia… si ayuda tener un poco de perspectiva y entender que al final, nada es tan grande como parece.

Y mientras pensaba en lo chiquita que soy, al mismo tiempo tenía que concentrarme en algo más chiquito pero que podía dañar el paseo en medio segundo: la nieve. Resulta que yo solo había visto la nieve una vez hace ya muchos años. Y entonces, pude ver un NY distinto. Uno muy frío, donde caerse es un riesgo permanente - para felicidad mía y crédito de las botas de Mariana y los consejos de Pollo, no me caí ni una vez – y donde todo se veía más bonito gracias a la nieve.



Estoy segura que si viviera en un lugar donde la nieve es algo que pasa todos los inviernos, llegaría el punto en que dejaría de ser tan emocionante. Donde los barriales que se arman en las calles, me molestarían y probablemente no aburriría al que va conmigo porque cada 3 metros digo “es que es muuuuuy bonito”, al ver esos paisajes de película.

Sin embargo, incluso si eso llega a pasar, nunca dejaré de recordar el momento más feliz del paseo. Y aunque suene extraño, fue el único momento en que no estuve con el Sr Gelatina. Una tarde nos separamos para que él fuera a ver un musical y yo me encontrara con unas amigas. Cuando estaba regresando para verlo, subí las escaleras del metro, miré hacia arriba y de repente la vi: nieve. Estaba nevando. Resulta que yo había visto la nieve pero nunca había visto nevar.

Fue un momento profundamente personal, uno para mí donde todo fue perfecto. La canción que en ese momento sonaba en mi iPod, la sensación de la nieve cayendo en mi cara, la calle lentamente cubriéndose de blanco y ante todo, la profunda felicidad de saber que en ese instante todo estaba perfecto en mi vida. Caminé sonriendo, tomé fotos y me permití tener ese momento solo para mí.

Llegué al hotel, dejé mis cosas y bajé de nuevo a la calle para seguir recordando lo fantástico que es cuando uno vive algo por primera vez. Porque al final, era eso. El tener la oportunidad de vivir algo maravilloso que nunca había vivido. Luego llamé a Adri porque finalmente, para que mi felicidad sea completa siempre es necesario compartirla con los que más quiero. Luego subí al hotel, escribí un rato y recordé que necesito escribir más, que es lo que me ha estado haciendo falta todos estos meses y que es uno de los motivos por los que siento que mi vida no es exactamente como necesito y quiero.



Al terminar de escribir, apagué las luces, me senté en el poyo de la ventana, amé que estuviéramos en un piso 25 y me dediqué a ver la nieve. La que caía en la calle, la que volaba frente a la ventana, la que cubría de blanco el estacionamiento del frente. 

Al día siguiente, nos levantamos temprano y fuimos a Central Park a caminar. A ver como ese lugar que para mí siempre ha sido fantástico porque es el punto verde de la ciudad, de repente era blanco. Vi la ciudad ser real, con la gente apurada sacando a sus perros a caminar, otros con sus cafés dirigiéndose al trabajo y disfruté ser la que era libre de ir al ritmo que quería, dejar que el Sr Gelatina tomara las 628 fotos de la misma fuente y poder simplemente ser feliz de estar donde estaba.

Pero el gran objetivo del viaje para el Sr Gelatina eran los musicales. Porque sí, él es ese heterosexual mítico que puede llegar a llorar de la emoción porque alguien canta en un escenario. Así que mientras él vio 5, yo vi 3 porque finalmente tampoco había tanto presupuesto en la vida. Juntos vimos Matilda, Book of Mormon y Kinky Boots. Y sigo sin saber cuál me gustó más, ya que cada uno en su estilo me fascinó.



Matilda era de los libros que me gustaba de niña y fue convertida en un hermosísimo musical, con una producción impresionante y un ensamble de niños a los que admiré y odié por no tener su talento. La historia es oscura, de una niña con papás que no la quieren pero que decide desafiar su realidad y cambiarla.

Just because you find that life's not fair, it
Doesn't mean that you just have to grin and bear it!
If you always take it on the chin and wear it
You might as well be saying
You think that it's ok
And that's not right!
And if it's not right!
You have to put it right!

But nobody else it gonna put it right for me!
Nobody but me is going to change my story!
Sometimes you have to be a little bit naughty!

Y luego estuvo Book of Mormon, de los creadores de South Park y el ejemplo perfecto de cómo ser completamente políticamente incorrecto. La agarran contra todos: cristianos, católicos, judíos, negros, blancos y por supuesto, mormones. Con todo y lo satírica que es… al final tiene una historia hermosa de aceptar al otro, de hacer amigos y de ver el valor en el otro. Eso sí, mientras Matilda me hizo llorar de la emoción con su lucha por tener la vida que quería… los Mormones me hicieron llorar de la risa con cada una de sus líneas negras y ácidas.

El recorrido musical terminó con Kinky Boots, una película que el Sr Geltina me había promocionado como si realmente recibiera regalías por ella. La historia es de un joven inglés que hereda la fábrica de zapatos de su papá y descubre que está totalmente quebrada. Por muchas vueltas de la vida, la única forma de rescatarla es hacer botas para travestis. Lo que más me gustó de la obra es que es el equivalente a un comercial de Dove donde promueven la belleza real. Todos los que actúan eran personas reales, con cuerpos reales solo que con voces increíbles y con capacidad profesional para bailar. La historia termina siendo sobre la importancia de aceptar lo que somos y lo que los otros son, como herramienta para el éxito en la vida y ser felices.

We would like to leave you with the Brice and Simon secret to success:
Alright, now we’ve all heard of the 12 step program, have we not?
Yes, but what you can do in 12, I want you to know that we all can do in 6 now, and it goes like this:
One: Pursue the truth
Two: Learn something new
Three: Accept yourself and you´ll accept others too!
Four: Let love shine
Five: Let pride be your guide
Six: Change the world when you change your mind!
Just be. Who you wanna be.
Never let them tell you who you oughta be.

Al final, creo que los musicales me llegaron tanto al corazón porque todos se conectaron profundamente con la idea del viaje. Era hora de atreverme a hacer algo diferente, a ser espontánea. A vivir la vida como la quiero vivir y ver que cuando decido hacerlo, las cosas fluyen, encajan y todo es posible. 



domingo, 10 de marzo de 2013

Lo que realmente quiero

Hace unas semanas me fui a desayunar con una amiga. Ella llegó empoderada de sí misma. Con las cosas claras sobre qué quiere en su vida y qué es necesario para lograrlo. Una parte de mí, esa que se siente nadando en gelatina la envidió un poco. El resto la admiró. 

Salí del desayuno y decidí que aunque hay muchas cosas que no puedo cambiar en este instante, que son cosas que requieren procesos que ya he iniciado... hay algunas que sí puedo cambiar. Así que fui a cambiarlas. Hablé, dije lo que pensaba y sentía y a cambio recibí respuestas que realmente no me esperaba. 

Desde ese día he pensado mucho acerca de lo que quiero. Y en términos de pareja, creo que cada vez lo tengo más claro. Hay muchas cosas que me gustarían en un hombre: que le gusten los gatos, que tenga un trabajo chévere pero que no sea workoholic, que no fume, que quiera viajar conmigo, que tenga una buena nariz y un mejor rabo... pero esas cosas no son las más importantes. 

Lo realmente importante es que quiero a alguien con quién yo me sienta cómoda de ser quién soy. 

Y es que ese ha sido uno de los grandes problemas en mi vida. Me he dado cuenta que muchas de mis parejas nunca realmente me aceptaron o quisieron por lo que soy. 

Estaba el Ex, por ejemplo. Ese estoy segura que se sintió siempre atraído por lo que soy, pero siempre me quiso por lo que yo podría ser. No por lo que era. Sé que en el fondo, él estaba convencido que yo podría cambiar y convertirme en esa que quiere ser mamá de mil niños, usa aretes de perlas, quiere ser profesora en un pueblo miserable en donde él tenga su casa de campo y que deje que su vida sea más importante a la mía. Claramente yo podría serlo (solo se requiere de una rápida lobotomía) pero no lo fui y no lo seré. 

O están otros como Mr. M que quisieron ver algo que no soy y una vez descubrieron la realidad se dedicaron a rechazarme. No voy a negar que por el camino estuvo el novio-número-dos que me quería por lo que soy pero al mismo tiempo (y con buenos motivos, no voy a negarlo) jamás pudo acercarse a mí, porque temía lo que puedo ser. Y eso tampoco ayudó a la hora de construir la creencia que lo que soy no me permitirá tener a alguien. 

Pero en el proceso estuvo Open-Boy, que tal vez fue el primero en amarme por lo que soy, sin querer cambiarme. El tiempo ha pasado y su amor dejó en mí, la confianza de que es posible ser amada sin necesidad de cambiar. 

Hoy, luego del harakiri-amoroso, luego de la terapia, luego de tantas horas de hablar y pensar acerca del tema, luego de sentirme cómoda ciertos domingos cuando paseo por la tierra de Shakespeare, entiendo que lo que realmente quiero es a alguien con quién yo me sienta cómoda. Alguien con quién no tenga que ser más de lo que soy para ser amada pero que al mismo tiempo me empuje a ser cada vez mejor. 

Estoy en un momento donde veo que eso es posible. También veo que eso, al menos hoy, tiene un costo que no sé si quiero pagar. Pero el sentirme cómoda, sin fingir y al mismo tiempo oyendo que puedo ser mucho sin traicionarme a mí misma... eso me ha dado una tranquilidad que no pensé que jamás podría tener.