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viernes, 16 de diciembre de 2016

Love is out there

El otro día estaba hablando con mi mamá y le dije que este año ha sido una mierda. 

Y es que lo ha sido. 

Y me voy a permitir ser egoísta. Entonces no voy a hablar de Trump. O de Siria. O de cómo ganó el No y yo pasé lo que ha debido ser una tarde feliz, llorando. Y no quiero ni recordar la tristeza de Orlando. O pensar en Viviane Morales y su cruzada en contra de la realidad. O del hecho de que hay gente que cree en lo mismo que ella. Ni hablaré del resto de las cosas feas que pasaron en el mundo. 



Hablaré de mí. 

Fue un año feo por cosas muy profundas. Porque físicamente lo menos grave que me pasó fue que tuve una endodoncia que no funcionó a la primera así que tuve que pasar muchas horas en la silla del dentista y muchas más adolorida. 

Porque lo que todo el mundo me prometió que sería una cirugía sencilla, fue mucho más complejo y doloroso de lo que jamás pensé. Quiero pensar que va a llegar el día que se me olvide lo horrible que fue despertarme gritando del dolor después de la operación. Que eventualmente se me pasará la tristeza de que mi mamá no haya venido. Que la sensación de vulnerabilidad se me va a pasar. 

Fue un año de mierda porque una de las personas a las que más quiero en la vida esta enferma. Y es grave. Y prefiero no pensar en lo que puede pasar porque no puedo pensar en un mundo donde ella no esté. Y yo estoy lejos y esto me ha hecho odiar y cuestionar la distancia, preguntarme por qué es que necesito vivir lejos, por qué me vine aquí. Y fue un año de mierda porque su enfermedad le cambió la vida a toda mi familia, le ha generado una tristeza a mí mamá que no sé cómo quitarle y ha roto lazos que no sé si se pueden rehacer. 

Y uno pensaría que eso es más que suficiente pero hubo muertes que no nos esperábamos. Porque 2016 y 2016 es una mierda. 

Pero entonces al día siguiente de hablar con mi mamá, vi el video de Google del resumen del año. 


Y resulta que sí. El amor siempre estuvo por ahí y seguirá por ahí. 

Y este año tuvo grandes momentos. Bailar y gritar a todo pulmón con mi papá en el concierto de los Rolling Stones es uno de los momentos más felices de mi vida. Y no puedo olvidar que empecé el año profundamente feliz abrazada al Sr Gelatina (al que habría que conseguirle nuevo apodo porque y ano somos gelatina) cumpliendo mi sueño de llevarlo a Colombia a que viera de dónde vengo. 

Hubo conversaciones increíblemente largas y profundas con Adri, las cuáles me recordaron que el amor es más grande que la distancia y que no todas las amistades se pierden, que soy tan importante para ella como ella lo es para mí. 

Tuve el valor de tomar el reto más grande de mi carrera y aunque aún no sé a ciencia cierta cómo terminará la historia, todo lo que he aprendido en estos meses y el hecho de estar haciendo cosas que nunca había hecho, ya hace que valga la pena. Y tengo la sospecha que este nuevo camino será determinante para mí. O al menos eso espero. 

Y aunque como en cualquier relación hubo días buenos, días malos, días increíbles y otros horribles con el Sr Gelatina, este año siento que tantas tantas cosas se consolidaron entre los dos. Hoy somos mucho más que hace un año y eso es increíble. Y cortesía de mi vesícula defectuosa, vi un amor, compromiso y dedicación que nunca pensé que tendría en la vida. Jamás pensé que alguien me iba a amar tanto como para cuidarme como él me cuidó. 

Y sí, fue un año horrible para mi familia y por tanto para mí en esta distancia. En muchos sentidos me recordó aquel 2009 cuando literal hasta se murió mi gata. Pero hubo una diferencia enorme. 

Yo ya no soy la estudiante que no puede ir a estar con su familia. 

Ahora soy la profesional exitosa y por tanto pude no solo ir a la boda de mi prima, sino que pude darme el lujo de ir 72 horas a Bogotá a abrazar a mi tía. Porque love was out there y yo ya podía hacerlo. Porque no importa que mi mamá ya no viva en Bogotá, Adri me da una casa y un lugar donde respirar. Porque mi mamá fue a Bogotá para abrazarme y vivir el momento conmigo. 

Entonces no puedo decir que el 2016 fue un buen año. Pero tampoco creo que fuera una mierda. 

Y como todo en la vida, este año también pasará. Y me quedarán los recuerdos, algunos dolores y muchos aprendizajes. Hoy elijo además, intentar quedarme con el recuerdo del momento en que me paré bajo la cascada de Hierve el Agua y como en ese instante, todo lo que podía sentir en la vida era felicidad. 







lunes, 18 de mayo de 2015

La tradicional lista de deseos de cumpleaños

Pues llegaron los 33, un número que me parece que no tiene mucha gracia y en medio de días en que no he estado tan contenta. 

Pero yo creo que cumplir años es chévere y es una oportunidad de pensar y poner las cosas en perspectiva. Y creo que es un buen momento para dejar claro qué es lo que quiero y necesito por estos días. Así que queridos lectores y querido universo, va mi lista de deseos para este año: 
  • Tranquilidad y estabilidad emocional. Esto de andar jugando al yo-yo me tiene ojerosa y cansada
  • Un paseo al nevado de Toluca
  • Salud... claramente se ven los 33, estoy cansada de las partes defectuosas de mi cuerpo
  • Y si ya estamos en estas, varios kilos menos 
  • Muchos good hair days
  • Que Ginebra entienda qué días podemos dormir más y no me despierte llorando por comida que sí tiene y que solo quiere que yo vaya y le muestre
  • Organizar mis finanzas y tener más ahorros
  • Conocer un país nuevo
  • Poder tomar las clases de canto que quiero y que nada que puedo tomar 
  • Encontrar y entrar a un bonito diplomado/curso de Social Media 
  • Abrir mis horizontes profesionales aprendiendo cosas nuevas
  • Que el sueño de llevar al señor Gelatina a Bogotá se haga realidad
  • Una de dos... que las palabras que sueño sean dichas o que yo pueda dejar ir la necesidad de esas palabras y lo único que importe sean las acciones 
  • Gente nueva para conocer
  • Y que los que están se queden... 
  • Tener el valor de dejar mis miedos, superar los dolores de mi pasado y poder simplemente ser feliz 
  • Espacio mental para escribir mucho 
  • Más visitas de la gente que quiero
  • Muchas mañanas en Shakespeare 
  • Y si ya están buscando... alguno de estos vestidos

viernes, 10 de abril de 2015

¿Y ya viven juntos?

Uno de mis caballitos de batalla con el Sr Gelatina era que yo quería que eventualmente nos fuéramos a vivir juntos. Y él (por supuesto) no quería. Y yo (por supuesto) no entendía por qué. Esto era un motivo de frustración y miedo en la relación porque era claro que iba a llegar el día en que yo no aguantaría más que no viviéramos juntos y la cosa ya no iba a funcionar. 

Un día le conté a la psicóloga el tema y le lloré que yo qué hacía si él no quería que viviéramos juntos y ella me preguntó que cuáles eran mis motivos para irme a vivir con él. Y uno esperaría que dado que eso era tan importante para mí que yo tuviera mi lista de motivos perfectamente clara... pero pues no. En realidad entre más lo pensaba, menos ganas me daban de vivir con él. 

Resulta que soy un ser increíblemente independiente y la idea de volver a convivir con otro ser humano en realidad me resulta aterradora. A mí me encanta pasar tiempo con él pero yo he descubierto que la gente me desgasta y que recupero mi energía cuando estoy sola. Valoro profundamente los días en que salgo de trabajar, camino hasta mi casa y luego llego a encerrarme y no hablar con nadie. 

Por otra parte, esta el hecho de que aún cuando somos muy parecidos y vivimos la vida de forma muy similar, hay algunos detalles donde somos muy diferentes y que en una convivencia nos generarían conflicto. Por ejemplo, no tenemos los mismos horarios y nuestros estándares de desorden difieren. Y honestamente no tengo ningún deseo de empezar a pelear porque me despertó para irse a trabajar o porque la cocina esta sucia. 

Y ante todo hay un tema... algo que yo disfruto mucho es el hecho de que cada vez que nos vemos es porque queremos, porque hay un motivo así sea simplemente echarnos a ver televisión. Algo que oigo mucho de las parejas que viven juntas es el "nos levantamos, corremos, salimos a trabajar y por la noche llegamos a dormir entonces casi que ni hablamos". A nosotros no nos pasa eso. Buscamos que los espacios que tenemos sean de calidad y que nos dediquemos el uno al otro. A pasarla rico y hacer lo que nos gusta. Y viendo en términos de cantidad, la verdad es que sí nos vemos muchísimo y hay una convivencia permanente. 

Sé que me estoy perdiendo de cosas que solo surgen cuando uno vive con la otra persona. Y a lo mejor llegue el día en que las necesite por encima de las que tengo hoy. Pero al menos en este momento, me encanta nuestra dinámica y la forma en que nos relacionamos. Creo que parte del éxito de mi relación es precisamente que cada uno tiene su espacio y su libertad. 

Pero eso no es algo tan fácil de entender para el mundo. Así como con el hecho de no querer tener hijos, no querer vivir con él me hace a veces un bicho raro. Y entiendo el conflicto, finalmente yo lo tuve mucho tiempo y mi monja interior me gritaba histérica que si ya no quería casarme y no quería reproducirme que al menos por favor fuera tan decente de vivir en pecado. Pero pues no. No siento que sea para mí y menos para nosotros. 

Y entonces vuelvo a tener que explicar cosas que no debería. Vuelvo a sentir que odio vivir en una sociedad tan cerrada a otras formas de vivir y de amar. No solo hay que casarse con alguien del otro sexo y tener hijitos, además hay que vivir en la misma casa, dormir en la misma cama, visitar a los suegros todas las semanas, no estar nunca con nadie más y vivir felices el resto de la vida. Y pues resulta que esto no le funciona a todo el mundo. 

Hay días en que me siento sola porque vivo rodeada de parejas mucho más tradicionales. Pero sé que hay un mundo entero de personas que eligen vivir su vida de forma diferente. Fui muy feliz oyendo un podcast sobre poliamor, no porque sea algo que yo quiera hacer en mi vida, sino porque me recordó que hay muchas personas que aman bajo sus propios estándares y reglas. 

Como yo. 











jueves, 19 de febrero de 2015

La vida que no fue

El fin de semana me fui con el Sr. Gelatina de paseo y nos quedamos en un hotel que era un club de golf. Y no pude evitar pensar en la vida que por un instante pude haber tenido. En otro universo hay una Lina que se casó a los 23 o 24 con el Ex, siguió levantándose temprano los domingos para ir a jugar golf, eventualmente accedió a dominar su pelo y tuvo los hijitos que el Ex soñaba tener. Quiero pensar que ni siquiera en un universo paralelo llegué a ponerme el aretico de perla que él soñaba que yo me pusiera pero no hay manera de saberlo. 

Estoy convencida que si hubiera seguido por ese camino, hoy estaría divorciada porque yo no estoy hecha para la vida que él quería. Pero una vez cada 487 días me pregunto por esa opción. Soy feliz con la vida que tengo, soy feliz en la relación en la que estoy y con la manera en que he hecho mis cosas. Eso lo tengo claro... 

Pero a veces, a veces pienso en las cosas que no pasaron y que probablemente no van a pasar. En esa casa con vista al lago, con un esposo, un perro, sin gato y unos niños. Tal vez es porque durante un breve momento de mi vida yo me convencí de que ese era el futuro que quería aunque por dentro supiera que no era así. Tal vez es porque por un momento confundí su sueño de una familia con la estabilidad emocional (que tampoco me proporcionaba) y a veces recuerdo lo bonito que sonaba ser parte de una familia como la que nunca tuve. 

El caso es que en estos días he estado dividida entre la nostalgia por una vida que no tuve y que no quiero tener y la felicidad de la vida que tengo. Entender que hay cosas que probablemente nunca van a pasar es difícil, incluso si no son las que quiero. Ayer me senté en un consultorio médico y tuve que oír que al parecer mi cuerpo esta de acuerdo con mi cerebro en que no quiero tener hijos y por tanto, 
-por lo menos por ahora- es algo casi imposible de que pase. 

Y sí, en efecto yo no quiero tener hijos. Lo he pensado y reanalizado muchas veces y la conclusión siempre es la misma. No puedo garantizar que en 10 años no me levante un día queriendo reproducirme como tampoco puedo asegurar que no voy a querer ser vegana (querido universo, por favor que no me de por ser vegana) pero digamos que en mis primeros 32 años he sido bastante consistente con el tema. 

Yo elegí no tener la vida de señora casada con niños, perro y mamivan. Yo elegí mi vida de expat que usa dr. martens en la oficina, tiene a Ginebra como única roomate y vive un amor donde nosotros creamos las reglas. 

Entonces no debería ser muy grave que me digan que es muy difícil para mí tener hijos. Pero lo es. Porque una cosa es que yo no quiera y otra que no pueda. 




viernes, 12 de diciembre de 2014

Mi resumen de fin de año

Este ha sido un año extraño. Un año de muchos cambios. Me cuesta trabajo pensar en que tan solo hace 6 meses mi vida era muy diferente. Este fue el año de llorar de emoción con musicales en NY de la mano del que quiero, sentir que no me veían en mi trabajo, de pasear por Los Ángeles y hacer desaparecer lo que quedaba del fantasma de Open-Boy, de aprender a tener tiempo libre, ver muchas, muchas, MUCHAS películas. Del Sr. Gelatina cenando con mi tía. De enfrentar abejas. Volver a oír la tristeza. Tardarme en darme cuenta que la estaba oyendo. Ir a terapia, dejar de ir a terapia, volver a ir a terapia. Preguntarme qué quiero hacer con mi vida y aceptar que lo que quiero es quedarme en México. "Eres mucho más que eso...". Tomar el riesgo de cambiar de trabajo y descubrir un mundo nuevo. Despedirme de lo que fue mi casa por 4 años y a cambio encontrar la mejor jefa que he tenido. Sentirme nuevona y lentamente dejarme llevar. Sonreír al ver mi tarjeta de residente Permanente. Decidir que no hay espacio en mi vida para alguien que me miente. Pasar 4 días en Bogotá sintiéndome querida por mis amigas y mi familia. Luchar con todo mi ser por tener la vida que quiero y ser feliz. Sentir que poquito a poquito -incluso cuando hay setbacks-, lo he logrado. 



El amor siempre será buena idea. 

Pienso en el inicio del año. Levantarse, tomar un camión lleno de gente para ir hasta la oficina, viajar casi todas las semanas, tener dudas sobre dónde quiero vivir mi vida, tener una relación de amor/odio con mi trabajo... Quiero poner la línea: "y de repente todo fue diferente". Pero la verdad es que ese cambio requirió de mucho esfuerzo, de mirar muchas opciones, de aplicar a diferentes sitios y ante todo, de hacer la reflexión de qué quería hacer con mi vida. Quedarme en México y apostarle a algo abstracto que tal vez no tenga el futuro que yo creo/creía que quiero o comprometerme con irme a otro lugar y arriesgarme a todo. 

Cuando entendí que parte de mi naturaleza y del lugar en el que me situé en la vida hacen que sin importar qué haga, siempre me preguntaré "¿qué hubiera pasado si...?", pude evaluar con cuidado qué what if era peor o menos grave. Y la idea de vivir el resto de mi vida preguntándome qué hubiera pasado si yo decidiera elegir el amor y apostarle todo... fue espantosa. No quiero vivir con la duda de cuál sería mi historia si yo me hubiera quedado y hubiera explorado esta relación extraña, abstracta, intensa, profunda y fantástica en la que me metí. 

Así que la exploré. Cuando abrí esa puerta y los dos la atravesamos, cosas fantásticas pasaron: viajes, tardes juntos, mañanas de arrunche. Derribar sus barreras y romper las mías. Conocerlo y dejar que me conociera. Sentir. Estar. Todos los días aprendo que mi peor enemigo es la monja interna que tengo y que suele intentar encajar lo que somos en un esquema cuadrado y arcaico, aún cuando somos mucho más que eso. 

Al mismo tiempo fue el año para recordar que estar en una relación es un reto constante, que por más parecidos en unas cosas, somos opuestos en otras. Que siempre hay que negociar. Fue el año para aceptar que cuando estoy sensible me pongo como un puercoespín y que eso es absolutamente contraproducente. Así como el 2013 se trató de sus barreras y sus issues, el 2014 parece que se trató de los míos. Ya veremos de qué es el 2015. 



I was supposed to be having the time of my life (Sylvia Plath, The Bell Jar)

Este fue el año para recordar que mi Belljar siempre esta en mi interior y que soy sensible y vulnerable. Cambiar de vida, un bonito desorden hormonal, acercarme a alguien que ama desde la distancia y por fin tener tiempo para pensar y sentir hicieron que de repente cosas que llevaban años guardadas en lo más hondo de mis corazas, explotaran. 

Ha sido difícil entender y aceptar que aún no resuelvo mi pasado, que la forma en que veo la vida esta mediada por las ausencias de mi infancia, que el daño que me hicieron sigue doliendo. Me da rabia y me frustra ver que mucho de lo que hago y elijo es una reacción a la tristeza que cargo en mi alma. 

Creo ser buena detectando cuando la tristeza me gana pero esta vez no la vi. Una vez más cuando todo debía estar bien, no pude aceptar(me) que yo no lo estaba. Por fortuna ahí estuvo él, quién pudo verme y me quiso lo suficiente para que en vez de alejarse, decidiera quedarse y decirme que no me veía feliz. Sus palabras me mostraron mi realidad. Y por eso, siempre le estaré agradecida. 

Las cosas están mejor y ya por fin me siento bien incluso en los días malos. El reto sigue ahí: enfrentar esa voz que me recomienda la tristeza; estoy en el proceso de aprender a curar en el presente lo que pasó hace años.

Obras son amores y no buenas razones.

Tal vez es estar en una relación donde todos los días me recuerdan que no importan las palabras porque sus actos hablan loud & clear, tal vez es que he madurado, pero este también fue el año donde decidí ponerle un peso enorme a las acciones de las personas que dicen quererme. Y con eso se fueron 3 personas de mi vida. 

Podría decir que este año perdí 3 amigos, pero la realidad es que eran personas que hace mucho se habían ido de mi vida, yo simplemente no había querido aceptarlo. En los tres casos son personas que estoy segura me quieren muchísimo y a las que yo quiero. Pero en abstracto. En la vida práctica, son personas que no están en mi vida y que no me tienen en la de ellos. 

Es difícil, porque para mí es realmente importante ser buena amiga. Mis amigos son los que me han salvado la vida y los que me han animado a estar donde estoy. Su cariño es el que me ha dado la confianza de arriesgarme a vivir mi vida como quiero. Las personas que ya no están fueron increíblemente importantes en mi vida. Con dos de ellos, la distancia nos ganó. Dejamos de hablar, de buscarnos, de contarnos cosas... de estar. Y llegó el día en que ya no era importante contar con el otro. Me di cuenta dándome contra la pared cuando les pasaron cosas gigantes en sus vidas y yo me enteré de rebote. Pienso que si a mí me hubiera pasado algo tan grande como a ellos les pasó yo hubiera querido que ellos estuvieran cerca pero no puedo garantizarlo y al final sé que yo contribuí a la distancia. Yo pude haberlos buscado más y ese es el peso que tengo que cargar.

El otro caso... es algo tan profundamente doloroso y decepcionante que aún estoy procesándolo. Aún estoy intentando saber cómo contarme esta historia a mi misma. Este duelo me esta costando más de lo que pensaba y su ausencia me pesa todos los días. Pero saber que yo había estado engañada sobre su presencia es peor. Y por tanto, es mejor aceptar que no estamos. Me digo que el tiempo curará mi tristeza y que llegará el día en que yo pueda recordarlo como el que fue tan importante, el que estuvo tantas veces y con el que hubo tantas historias. Quiero creer que llegará el día en que deje de doler saber que fue la persona que me mintió por tantos años. 

Nobody but me is gonna change my story (Matilda, The Musical)



Durante el viaje a San Francisco una de las cosas que más felicidad me dio fue comprar unas botas Dr. Martens. En mi primer viaje a Londres había comprado unas azules hermosas que usé por varios años pero que cuando dejé de pintarme el pelo y el Ex apareció dejé de usar. Crecí y de repente pareció que no había espacio para ese tipo de botas. 

Pero cuando estuve en San Francisco supe que ya tenía una vida donde puedo vestirme como quiero y ser como soy. Dr. Martens incluidas. Y cada vez que voy a trabajar con mis botas soy feliz porque son el símbolo de mi libertad. Son el símbolo de la lucha que emprendí por vivir la vida que quiero. 

Este fue el año de luchar contra lo que tengo en mi interior que me impide ser feliz, contra mi pasado, contra la necesidad de darle más importancia a las palabras que a los actos, contra el miedo de tomar riesgos. De fracasar. 

Aún cuando quedan 19 días del 2014, creo que ya puedo decir que fue un gran año porque decidí luchar por la vida que quiero y aún cuando eso implicó dolor, angustia, miedo y muchas peleas... hoy me siento orgullosa de haberlo hecho porque la vida que hoy tengo se ajusta mucho más a lo que sueño que hace un año. Y eso es fantástico. 









lunes, 24 de noviembre de 2014

Consecuencias

Me acuerdo de la noche que mi mamá me dijo que ella era Papá Noel. Estábamos en Girardot, ella sentada al borde de la piscina y yo nadando en esta. Seguramente ya había oído rumores porque de frente y sin anestesia le pregunté si Papá Noel realmente existía (nunca creí en el Niño Dios, me parecía -me parece- totalmente ilógico que un bebé ande repartiendo regalos por el mundo, al menos el otro tiene toda la logística armada con su trineo y los renos). Ella me respondió que ella era la que me daba esos regalos. Yo me di la vuelta y nadé un rato. No me acuerdo qué sentí. Solo lo que hice. 

Pero asumo que esa fue de las primeras veces en que tuve que lidiar con el darme cuenta que había creído en algo que era falso. Que había sido engañada. Asumo que mi mamá luego me dio alguna buena explicación y por eso no me acuerdo con trauma del tema. 

Pero hoy sí me siento engañada. Hoy sí tengo que lidiar con el trauma de darme cuenta que he creído en algo que era falso. 

Y duele. Duele saberme engañada. Duele preguntarme por qué no me di cuenta, si es que no vi las señales o no las quise ver. Duele pasar las noches revisando lo que ha pasado en estos años, tratando de entender cómo fue que me engañaron por tanto tiempo. 

La cosa es que eso me lo esperaba. El over-thinking es mi característica más poderosa y claramente yo iba a pasar días analizando el pasado para intentar entender algo que no voy a entender nunca. 

Lo que no me esperaba -y que me he debido esperar- es que esta situación me ha hecho desconfiar de los que quiero. Sin que me diera cuenta, en estas últimas semanas, cuando me han dicho que me quieren, que soy importante para ellos, que me extrañan... una parte de mí ha sentido que no es cierto. Que lo dicen por compromiso y no porque sea realidad.  

Y hoy tuve que pasar mi hora entera de terapia entendiendo que tengo una especie de estrés post traumático y que me está costando confiar porque me di contra el mundo. Pero durísimo. Y de una forma que jamás creí posible. 

Pero no quiero. No quiero desconfiar. En la misma medida en que no quiero jamás volver a sentir que he sido engañada por alguien en quién confiaba ciegamente, no quiero preguntarme si es cierto cada vez que me digan que me quieren. Quiero creer en las palabras que me dice el Sr. Gelatina porque él no me ha dado ningún motivo para desconfiar. Quiero confiar en lo que he construido con él y con el resto de los que quiero. No quiero comparar lo que creo de mi gente contra esa realidad espantosa donde por cinco años creí en quién no debía. 


martes, 14 de octubre de 2014

Mal día

Los años pasan y hay días en que todo sigue siendo como un día fue. Justo hoy, un día antes de ese aniversario que es solo mío, es evidente que he ganado batallas solamente. Hoy tengo rabia con el mundo, con los que más quiero... sobre todo, tengo rabia conmigo misma. Con mi cerebro que hace cosas que no debería. 

Voy a darme el crédito de haberme dado cuenta de las cosas, así fuera un poco tarde. De hacer lo que debo y de poner mis necesidades de primeras. No escudarme en las excusas. Saber pedirle perdón a quién puse en una situación que no debería. 

Tengo 5 horas para fingir y respirar. Y es lo que haré porque es lo único que puedo hacer. 


martes, 2 de septiembre de 2014

Status: Permanente

La primera vez que fui a Londres (y sí, soy una snob que dice cosas como "la primera vez que fui a Londres"), tenía 17 años y aproveché que estaba recién graduada del colegio para hacer algo que siempre había querido pero que por las reglas del colegio no podía: pintarme el pelo de colores. Así terminé en una peluquería llena de gente tatuada, con pirciengs en todas partes y claro el pelo de colores, que para mí que era pura inocencia hasta ese punto de la vida, eran los seres más increíbles del mundo.

Pero bueno, yo no era tan inocente. Para ese punto en la historia yo ya sabía que la pintura normalita de pelo (la que uno compra en el supermercado y los colores son estilo: caoba, rojizo y negro noche) se considera permanente y que la de colores alternativos (como yo quería) no lo es. 

Cuando le pregunté al peluquero en cuestión que si había chance de que me pusiera alguna permanente para no tener que andar pintándome el pelo cada 15 días y dañando las toallas de mi casa ya que la pintura las teñía, me dijo sabiamente: No hay nada permanente en la vida. 

Y eso me gustó. No me acuerdo de mucho más de lo que hablamos, excepto eso. No hay nada permanente en la vida. 

La frase resonó tanto probablemente por todos los peros que yo le pongo a la idea de algo permanente. Una relación, una casa... un país. Pero aquí estoy hoy celebrando que por fin tengo el status de Residente Permanente en los Estados Unidos Mexicanos. 

Lo celebro básicamente porque en términos prácticos lo único que cambia en mi vida es que ya no voy a tener que pagar 2000 y pico pesos al año por vivir en México. Me ahorraré las interminables idas a Migración y eso me hará muy feliz. Creo que en este punto, ya hasta extrañaré a los de la fotocopiadora del lado a quiénes regalé cientos de pesos por servicios de internet, impresión y fotos inmundas para documento. 

Pero es difícil que no se sienta extraño. Que no haya una parte de mí que este conflictuada porque permanente suena a para siempre, suena a raíces, suena a "aquí estás y aquí te quedas". Y eso es algo con lo que nunca me he sentido cómoda. 

Creo que lo mejor es ser pragmática al respecto. Nada va a cambiar en mi vida. A lo mejor eché raíces y no me di cuenta. A lo mejor mañana, sin importar mi status migratorio, decido que es hora de irme. Pero la verdad es que no quiero, como dije la vez pasada, por primera vez desde que llegué, siento que tomé realmente la decisión de estar aquí y hacer mi vida. 

Sé que la distancia nunca dejará de pesar y espero que nunca llegue el día en que ya no me duela estar lejos de mi mundo de Bogotá porque significará que ya no tengo a qué volver. Sé que habrá días en que quiera mandar todo a la mierda e irme a Colombia en el primer avión. Pero también sé que México hoy es mi casa, que hoy cuando me levanto no hay otro lugar donde quiera vivir, que algunos de mis lugares favoritos en el mundo están en este país y en esta ciudad (Shakespeare, hablo de ti), que aquí me siento en paz y por supuesto, que aquí están algunas de las personas que más quiero en la vida. Y por todo eso, en este momento de mi vida, cuando hay días malos, cuando hay días en que extraño desesperadamente mi país, mi familia y mi gente, ya el primer impulso no es decir: pues me voy. 

lunes, 28 de julio de 2014

Por el derecho a opinar

Resulta que el otro día le estaba diciendo al Sr Gelatina que tenía que cuidar mis gastos porque a finales de agosto voy a aplicar para la residencia permanente y eso me cuesta $5,000. Y con tanto gasto que he tenido recientemente, pues es mucha plata. Le dije que sabía que en otros países me costaría muchísimo más (porque ya me he tenido que soplar el "en Estados Unidos pagarías $50,000 dólares y un riñón") pero que en esos países tendría beneficios que aquí no tengo en términos de seguridad social y esas cosas que tanto le gustan a los políticos. 

Y escudándose del bonito "no te lo tomes personal" (que claro, no me hizo inmune al muy personal comentario), el Sr Gelatina me soltó el "pues entonces vete a esos países". No lo dijo así, no es tan bruto pero básicamente fue el resumen de lo que dijo. Alegó que uno es dueño y señor de su vida y que uno elige donde vive según lo que uno quiera y necesite. 

Sé que lo dijo con buena intención y que realmente no quería que me lo tomara personal. Y si fuera la primera vez que lidio con el tema, no hubiera habido problema. Y probablemente el hecho de que yo estuviera sensible y hormonal solo empeoró las cosas. Mejor dicho: el hecho de que yo estuviera sensible y hormonal, solo empeoró las cosas. 

Pero a veces siento que mi posición de extranjera en México me pone en una situación donde el 100% de las veces, en el 100% de las circunstancias y condiciones y en el 100% de los días, todo de este país me debe parecer maravilloso, porque sino qué estoy haciendo aquí. ¿Que me molesta que mi cuadra se inunde cada vez que llueve y que no haya luz por lo que todas las noches me arriesgo a caerme en un charco? pues regresa a tu ciudad. ¿Que me emputa que haya empresas machistas que solo creen tener clientas mujeres por ser un supermercado (si, Superama, hablo de ti)? pues ahí esta la vía al aeropuerto. ¿Que creo que es vergonzoso que se hagan reformas estructurales a puerta cerrada de los ciudadanos? Mija, venga y le aplicamos el 33. 

Da lo mismo si están de acuerdo conmigo o no, los años que lleve viviendo aquí, que trabaje para empresas mexicanas, pague impuestos mexicanos y hasta salga con un mexicano, dependiendo de mi interlocutor, siempre corro el riesgo de oír el dichoso "pues entonces vete a tu país", cuando digo que algo no me parece o gusta. 

Por una parte lo entiendo, al final yo bien puedo elegir vivir en otro lugar. De hecho, durante mucho tiempo me debatí si esa era la mejor opción para mí. Pero creo que esa no es la respuesta. Más allá de creer que luego de tantos años de vivir aquí, me he ganado el derecho a opinar (ni siquiera digo votar, tan solo opinar), creo que abrirse a las opiniones de los extranjeros es positivo. Estamos en un mundo lleno de intolerancia y odio, por lo que entre más opiniones tengan derecho a existir, mejor para todos.

Y la verdad es que yo no puedo dejar de tener una opinión. La forma en que yo amo es pensando sobre lo que amo -bien pueden preguntarle al Sr Gelatina quien además de tener que aguantarse mis hormonas, sufre con mi over-thinking- pero es lo que soy y no sé hacer las cosas de otra forma. En mi pasada oficina se burlaban de mí diciendo que iba a montar el sindicato, y sé que varios pensaban el "¿y si esto no le gusta pues por qué no mejor se va?", pero a mí me gustaba trabajar para que las cosas fueran mejores, yo analizaba y señalaba las cosas con las que no estaba de acuerdo. Siempre traté que fuera un mejor lugar porque lo consideré mi casa por muchos años. 

Claramente, me pasa lo mismo con México. Porque es el país que ha sido mi casa por tantos años, porque me ha moldeado como persona, ha transformado de mi forma de ser y de ver la vida... porque aquí tengo a algunas de las personas que más quiero, he crecido profesionalmente y me he dado la libertad de escribir y arriesgarme a hacer las cosas que solo se pueden hacer cuando uno tiene a su familia y amigos a miles de kilómetros de distancia. Después de años de dudar dónde quería estar, México es el lugar donde he elegido vivir y donde decidí vivir la vida que quiero, como la quiero y con quien quiero. ¿Entonces cómo no opinar sobre este lugar? 







lunes, 23 de junio de 2014

Mi cruzada por vivir la vida que quiero

Hoy actualicé mi perfil en este blog. Borré que soy soltera desde hace varios años porque la verdad es que desde hace mucho no lo soy. Pero ese no fue el cambio importante, el cambio por el que estoy escribiendo este post, fue incluir la frase: 

"Desde hace meses emprendí una cruzada por vivir la vida que quiero y hasta ahora me ha dado muy buenos resultados". 

Y la verdad es que me siento realmente contenta con mi vida. Escribo estas palabras y una parte de mí se muere del susto de estar adelantándome a las cosas y que el trabajo que he encontrado resulte no ser lo que estoy buscando. Pero la verdad, es que tengo confianza en que hice bien las cosas. En que el punto principal por el cual hoy estoy feliz es que hice un análisis serio sobre qué era lo que necesitaba para estar bien y entonces pude aprovechar las oportunidades que se dieron. 

Durante muchas, muchas, muchas sesiones de terapia, conversaciones con mis amigas, tardes de escritura y caminatas en soledad, evalué todas las variables. Irme de México, quedarme, estar con el Sr Gelatina, dejarlo ir, buscar trabajo en corporativos, buscar trabajo en agencias, vender un riñón y vivir de eso. 

Al final, las cosas se fueron aclarando. Siempre tendré la posibilidad de irme de México pero en este momento de mi vida quiero darme la oportunidad de seguir construyendo algo que me hace bien. La decisión la tomé por mí, porque no quiero volver a quedarme con la duda de qué hubiera pasado si le daba una oportunidad al amor. 

Y una vez decidí quedarme en este país para que mi vida personal fuera una prioridad, fue cuestión de pensar qué era lo que me hacía falta para estar bien y vivir la vida que quiero. Porque el Sr Gelatina muy bonito y todo lo que quieran pero no es suficiente. Entonces entendí que el camino era seguir poniéndome en primer lugar. Y yo lo que necesitaba era tiempo y espacio para hacer más cosas que trabajar. Porque a mí me encanta lo que hago pero también me encanta escribir, ir a mi curso, hacer proyectos, tener el tiempo para estar con la gente que quiero, inventarme cosas para hacer que me asusten y emocionen por partes iguales. 

Así, cuando lo tuve claro, apareció la oportunidad que pronto se convirtió en realidad. Hoy soy feliz de decir que estoy enfrentando un reto nuevo, que estoy aprendiendo de otros temas, conociendo gente y nuevas formas de hacer lo que hago. Pero además, estoy en un lugar al que puedo llegar a pie desde mi casa, en el que tengo la libertad de irme vestida como soy y que me permite tener tiempo para mí. 

Y con el tiempo para mí, puedo vivir la vida que quiero vivir. 

Hace una semana pasó algo que pensé que el Sr Gelatina y yo no podríamos superar, era de las cosas que él se negaba a hacer. Uno de esos "no porque no porque no" que a mí me matan. Pero esta vez no lo acepté. Parte de vivir la vida que quiero vivir incluye estar con una persona que me da ciertas cosas. Y aunque no me imagino mi vida sin él, eso ya no fue razón suficiente para aceptar lo que a mí me parece inaceptable. Así que dejé a un lado el miedo de perderlo, de quedarme sola, de no tener amor en mi vida y entendí que si no se podía, yo no quería ser la persona que aceptaba eso. Y por tanto, no podría estar con él.  

Y se pudo. Y estamos y somos. Y entonces entendí que vale la pena ponerme de primeras porque así el amor que recibo es el que merezco y por el que he luchado por tanto tiempo. Porque el trabajo que tengo es el que me permite aprender, hacer lo que me gusta profesionalmente pero también el que me da el tiempo de estar aquí escribiendo, sabiendo que al terminar este post podré además prepararme algo de cenar, leer un rato, jugar con Ginebra, escribir un poco más y luego ver tele. 

Y cuando me doy cuenta de lo que he ganado, también me doy cuenta que en el improbable caso de que el miedo del que hablé al inicio de este post, se hiciera realidad, no sería tan grave. Porque ya sé que es lo que quiero, ya sé que es lo que necesito y ya sé que cuando lo tengo claro, puedo luchar para que las cosas se den. 

Y entonces, se dan. 



viernes, 13 de junio de 2014

Pan tostado en San Francisco y otras aventuras

Lloré cuando lo vi. Tras una bajada, en medio de la niebla, ahí estaba: el Golden Gate Bridge. Y yo lloré cuando lo vi. Lloré por mi abuelo, imaginando cuántas veces habrá ido a verlo cuando vivió en San Francisco, pensando qué habría sentido la primera vez que lo vio. Extrañándolo como todos los días.

Pero esas fueron las únicas lágrimas que lloré durante mi paseo. El resto fue pura felicidad y mucha, mucha risa. Chicago y San Francisco eran las dos ciudades de Estados Unidos a las que vuela Volaris que me llamaban la atención. Así que durante mucho tiempo planeé ir. Ahora que con el Sr Gelatina hemos por fin encontrado un punto intermedio entre las mañas que cada uno tiene, se abrió la posibilidad del viaje.


Y así como con total sencillez él sugirió que lo acompañara a pasar su cumpleaños a NY, apareció una promoción del 50% de descuento que le permitió a él encontrar un buen precio para irnos en mi cumpleaños.

Fue fantástico descubrir juntos la ciudad, caminar por calles con hermosas casas de madera y descubrir que podemos recorrer 15 kilómetros en bicicleta sin morir en el intento. Lo cual no significa que no se sintiera como que íbamos a morir en el intento. A mí me habían dicho que la mejor forma de ir al Golden Gate era en bici, lo que no me imaginé es que fuera tan lejos y en un camino tan bonito pero también tan difícil.

Cuando alquilamos la bici, nos dieron un mapa y unas instrucciones que incluían el tener que pasar por una pequeña cima la cual en la vida real era una rampa casi vertical que me impidió dar medio pedaleo pero que un ciclista –que quiero pensar era profesional- se echó tranquilito sin infartarse mientras el Sr Gelatina y yo sudábamos arrastrando nuestras bicis a pie.
Y así como en NY el pobre Sr Gelatina tuvo que oír cada medio metro el “es que es muy bonito” cuando me refería a la nieve, en SF tuvo que oír la misma frase con la misma regularidad pero refiriéndome a la naturaleza. El bosque que queda cerca del puente, el parque que lleva su nombre y sobre todo el jardín botánico de la ciudad, son de los lugares más hermosos que he visto. Lugares para respirar, escuchar pájaros y sentir que se está muy lejos de cualquier rastro urbano, aún cuando se esté a pocas calles de la realidad ciudadana.


Pero no todo es naturaleza en SF, la ciudad también me enamoró por su fantástico arte callejero. Murales y graffittis me hicieron parar una y otra vez para ver cómo en cualquier rincón de la ciudad hay verdaderas obras de arte. SF es una ciudad colorida, tanto en las casas de madera donde de repente uno descubre una morada, otra verde y más adelante una azul, como en las paredes que se llenan de formas y figuras.

Entre la naturaleza y el arte callejero están los locos. Si algo nos impactó de SF fue el hecho de que en todas partes hay indigentes. El Sr Gelatina dice que es la herencia de años de música, arte y drogas. Una amiga alegó que es producto del cierre de los hospitales psiquiátricos en los 80 cuando botaron a los pacientes a la calle y nadie se encargó de ellos. Yo leí un artículo sobre cómo el incremento de los precios de renta y comida, por el auge de las empresas de tecnología que operan en la ciudad ha hecho que SF sea invivible para los no-multimillonarios, por lo que hay personas que aún con dos trabajos, no pueden pagar un apartamento.

Probablemente los motivos por los que hay tantos indigentes son una mezcla de todas las respuestas anteriores y algunas más, al final el producto es el mismo: uno camina y cada dos tres pasos ve a alguien hablando con un poste, peleándose con una pared o gritándole a un aterrorizado turista que no ha entendido que el cuento realmente no es con él pero que es mejor cuidarse cruzando la calle.

Miento. Hubo un lugar al que fuimos y donde no había un solo indigente. Probablemente porque no había nada. Excepto una tienda de pan tostado.

La historia de la aventura del pan tostado será recordada por mis amigas como el indicador para medir el amor que tienen por uno. Resulta que hace como 5 meses en uno de mis podcast favoritos – This American Life de NPR – contaron que la nueva tendencia hipster es tiendas (porque no se les puede llamar restaurantes) de pan tostado. Así, tal cual, sin más conocimientos culinarios que poder bajar la palanca de la tostadora.

Al parecer todo empezó por una mujer bipolar que durante años había luchado contra su enfermedad. Un buen día llegó a SF, conoció unos alemanes locos que les gusta meterse entre el mar helado, descubrió que si lo hacía su mente se aclaraba y decidió poner un café donde vendería agua de coco, buen café y… pan tostado.

¿Que por qué pan tostado? Porque es algo que todos hemos comido en la vida y nos hace sentir bien, porque es algo que nos dieron en la infancia y nos alegraba la vida. O al menos eso dice ella. Tras oír el podcast yo decidí que quería ir al Trouble Coffee como se llamó el café. Realmente no sé por qué, tal vez por la historia de superación, por las dificultades que la mujer vivió o por lo exótico que sonaba. No sé.

Pero en nuestro último día en SF, el Sr Gelatina y yo nos fuimos para este lugar. El tema es que queda en el fin de la ciudad, casi casi llegando a la frontera con Argentina. Tras una hora de camino pudimos ver como las bonitas casas de madera con jardines y parques se convertían en pequeñas casas protegidas por gruesas rejas. Media hora más y el Sr Gelatina amenazó con burlarse de mí el resto de la vida si al llegar el café estaba cerrado.

No lo estuvo pero ya no estoy segura de si eso no hubiera sido mejor. Si no hubiéramos podido entrar, al menos nos hubiéramos quedado con la curiosidad de un pan tostado mítico y maravilloso. Pero no, nosotros pudimos conocer la realidad. Un diminuto café, donde aunque venden scones y galletas, la gente solo quiere probar el pan tostado. Y pues es eso. Pan tostado en tostadora. Con mantequilla y canela encima para que no sea tan triste. No es un mal pan pero no es un gran pan. Es pan tostado. Como el que me daba mi abuela y mi tía cuando era una niña.

Tres horas de recorrido por un pan tostado. Y ni siquiera vimos a la dueña porque al parecer se volvió tan exitosa que ya abrió un segundo café en otra parte de la ciudad. Y como dice el Sr Gelatina , probablemente vive en el Upper East Side de Manhattan.
Tras probar el pan tostado y un café común y corriente, regresamos a la parte poblada de la ciudad, con los murales y los indigentes, para visitar el barrio gay de SF: Castro. Es un distrito lleno de historia y actualmente en medio de obras para mejorar la vialidad por lo que caminar deja de ser tan interesante. Con todo y eso, encontramos una de las tiendas que más me gustó en todo el paseo.

La Human Rights Campaign Shop es una tienda que vende ropa y objetos con mensajes e imágenes a favor del matrimonio igualitario y los derechos LGBTI. Además de que es algo en lo que creo profundamente, la ropa está increíble por lo que aún cuando ya había terminado el shopping, yo seguí colaborando con la economía gringa. Una de las cosas que me pareció más chévere es que la tienda además está en la que fue la casa y almacén de Harvey Milk, por lo que tiene aún más sentido su lucha.
Fueron 4 días de caminar, conocer, montar en bicicleta, comer delicioso (juro que hubo platos más refinados que el pan tostado) y sobre todo de reírnos todo el tiempo. De perdernos en un sistema de transporte público que jamás pudimos entender, que tiene elementos tan ilógicos como que el metro de repente sale del túnel y se convierte en bus con paradas según lo soliciten los pasajeros por lo que uno nunca vuelve a saber en dónde está. Además tiene un logo tan confuso que durante días nos preguntamos si era Muni o Mini. Al final, lo bautizamos el Minimuni y optamos por reírnos con cada elemento de confusión.

Creo que ante todo, lo que más recordaré del viaje fue lo feliz y tranquila que me sentía. Hicimos lo que quisimos, conocimos lo que nos dio ganas y exploramos sin presión alguna. Cuando fuimos a NY uno de mis musicales favoritos fue Matilda y su frase “Nobody but me is going to change my story!” me llegó al alma. Sabía que era momento de cambiar mi historia. De seguir luchando por vivir la vida que quería.

Estando echada en el pasto del jardín botánico, con la certeza de que mi vida había cambiado porque así lo había querido, celebrando mi cumpleaños con esa persona con la que puedo ser yo y que me hace reír hasta que me duele el estómago pero que también sabe darme la mano y abrazarme cuando la emoción de ver el Golden Gate se vuelve tristeza por no poder compartirlo con mi abuelo… fui feliz y supe que cada día mi vida es más la que quiero.



No solo por él. Ante todo fue por mí, porque tras años de trabajar en mí, he soltado las cosas de mi pasado que no me dejaban ser feliz y he buscado intensamente entender qué es lo que necesito para estar bien. Necesitaba mejor calidad de vida para volver a hacer todo lo que me gusta y lo que quiero. Y un reto nuevo para volver a apasionarme y levantarme con ganas a ir a trabajar.

Y de repente lo que quería y necesitaba apareció. El lunes estaré empezando una nueva etapa donde espero encontrar lo que he estado buscando desde hace tanto tiempo. Diría que tengo una mezcla de sentimientos, nervios de entrar a un nuevo trabajo, emoción, felicidad y susto de lo que viene. Pero  los días de descanso en la playa, la tranquilidad de saber que tomé una decisión que era necesaria y probablemente una alta dosis de negación me hacen estar sumamente relajada. 


lunes, 5 de mayo de 2014

Y entonces te das cuenta...

Sin que supiera muy bien a qué horas, se decidió que me iría a Los Ángeles a un curso. Viaje exprés de 2 días, uno de vacaciones para conocer la ciudad. Suena normal y a algo que pasa muy seguido en mi vida, pero esta vez era algo más. Era ir a Los Ángeles. 

Su ciudad. 

Y ya sé que es de las ciudades más grandes del mundo, donde es imposible encontrarse con alguien sin planearlo y que era ilógico pasar las noches desvelándome por qué pasaría si lo viera. Pero fue justo después de la muerte de GGM que tanto me hizo pensarlo y volvemos a que al universo le gusta reírse haciendo que me pase lo imposible. Si viviendo en otro país, trabajando en una industria no relacionada con la suya y en una empresa sin vínculos con Colombia, terminé dándole un curso al Ex, ¿por qué no me voy a encontrar con Open-Boy en la mitad de la calle?



Y aún cuando lograba convencerme que no iba a encontrármelo, no podía quitarme el miedo de sentirlo en cada milímetro que recorriera de LA. Aún recuerdo sus palabras "I see you everywhere, and I never know when a piece of you is waiting around a corner for me". Conozco bien esas minas emocionales, durante mucho tiempo estuvieron por todo el DF, encontré una en Toronto y hasta llegaron a Cartagena. Estaba segura que habría muchas en el lugar donde él vive. 

Pero me equivoqué. 

Resulta que cuando me di cuenta que durante el viaje, pensé en el que debo pensar. Una grabación, la iglesia mormona y hasta sudaderas de Mi pequeño pony me hicieron pensar en el Sr. Gelatina. Y eso esta bien, eso es lo que pasa cuando uno esta enamorado, las cosas chiquitas e insignificantes le recuerdan a uno a la otra persona. 

Así, aún cuando caminé calles que tal vez Open-Boy ha recorrido y tomé té en un café que seguramente él conoce, yo pensé fue en el Sr. Gelatina y mi corazón lo extrañó fue a él. Claro, luego de varios días de miedos irracionales, tenía en mi cabeza que estaba en la ciudad donde vive Open-Boy pero lo tuve porque fue fantástico descubrir que ya no sentía su ausencia. Ya no me dolía el hueco. 

Todavía me duele el "pudo haber sido" y me hubiera gustado poder al menos tomarme un café con él y saber en qué va su historia. Al final él siempre será la persona que me amó cuando creía que eso nunca sucedería, el que me cambió la vida... él siempre será importante en mi historia... pero soy feliz de que por fin es un recuerdo que no duele. 




lunes, 14 de abril de 2014

Ponerse histéricos y no históricos

Hace miles de años, tenía yo un novio muy sabio (y más para la edad que tenía) que cuando nos peleábamos decía que uno tiene que ponerse histérico y no histórico. Es una gran frase y pasará a la historia como una de las grandes enseñanzas. 

La cosa es que miles de años después, yo sigo tratando de aplicarla en mi vida diaria. Digamos, por ejemplo, ayer cuando Don Gelatina tuvo a bien tener una de sus reacciones en automático que me hacen sentir que ni yo ni mis cosas no le importan. Alguien más, alguien que supiera ponerse histérico solamente, le habría dicho que hiciera el favor de fijarse que le estaba diciendo algo que era importante y que no jodiera. 

Pero yo todavía me pongo histórica. Entonces me emputé, puse mis barreras y usé las palabras que uno no debe usar en las peleas: "nunca" y "siempre", que lo único que hacen es agrandar la pelea. Al final lo arreglamos, porque los dos queremos que las cosas funcionen, el tema en cuestión realmente no era algo grave y tenía una solución. 



Yo sé que he mejorado a la hora de lidiar con ciertas cosas de él que me molestan. Pero es difícil dejar ir el pasado y lograr que no sea un motivo más en la pelea. Es difícil borrar los días en que sentí que aún cuando todo había cambiado entre nosotros, yo era poquito. Que yo no tenía voto en la relación y que él en realidad prefería hacer las cosas sin mí. 

Hoy no siento nada de eso. Hoy sé que esas no son ciertas. Hoy sé que soy importante en su vida. Que mi voz tiene un peso. Que él quiere que yo esté en su vida y se está esforzando para que eso pase todos los días. Y aún cuando hay ciertos No contra lo que siento que no puedo luchar y que el único argumento que recibo es "porque no", he ganado muchas batallas y él ha descubierto que se puede ser feliz abriendo un espacio en su vida para mí. 

¿Entonces cómo carajos hago para que eso sea lo que esta en mi cabeza cuando él activa el botón de "hagámosla sentir como si no valiera nada"? 

Y en una segunda pregunta de investigación por si alguien se anima a ayudarme, ¿cómo hago para que él termine de entender que él es lo que yo quiero? Resulta que empiezo a creer que para él también es difícil no ser histórico y soltar sus creencias de que yo estoy buscando "un novio normal", que para rematar yo ni siquiera sé qué es lo que significa para él. Ya no sé cómo explicarle que lo que tenemos: una vida donde nos divertimos profundamente, donde compartimos nuestras pasiones, donde me siento oída, querida y valorada, donde no me aburro y donde sé que soy valorada por lo que soy... es lo que quiero y lo que me hace bien.

Así que para los que andan contando los minutos para que empiece semana santa y nos podamos ir a descansar, bien pueden usar su tiempo ayudándome a resolver mis preguntas.  


lunes, 24 de marzo de 2014

Las maravillas de la distancia y el silencio

Usualmente cuando escribo sobre la distancia, lo hago quejándome de ella. Por culpa de la distancia me he perdido de momentos importantes en la vida de los que más quiero, he perdido amigos y hasta he tenido que hacer duelos a la peor manera. 

Aún así, yo valoro profundamente la distancia porque es la que me ha permitido vivir la vida que quiero, obligarme a hacer cosas que jamás hubiera hecho en Colombia, hacer amigos que en mi pequeño mundo de Bogotá no cabían y tener espacio para enfrentar lo que realmente soy. Son muchos los motivos por los que todos los días elijo la distancia y todo lo que eso implica -bueno y malo-. 

Pero en los últimos días, he visto una nueva ventaja de la distancia. Y es la distancia que me regaló Open-Boy. Y con la distancia, su silencio que tantas veces he odiado y que hoy -tanto tiempo después- a veces todavía duele. Resulta que tengo un muy buen amigo que anda en la terrible situación de terminar algo que nunca tuvo nombre pero que era algo profundo en su vida. 

Mi amigo, anda sintiendo lo mismo que sentía yo en los días de tristeza por Open-Boy, que la persona de la que se tiene que despedir, es la persona con la que él debe estar. Que entre los dos hay algo grande, algo que vale la pena y que todo es mejor cuando están juntos. Por muchos motivos, algunos explicables y muchos más que él no terminará nunca de entender, no pueden estar juntos. 

Pero a diferencia mía, él tiene que verla todos los días. Hacerse fuerte cuando la ve, asumir que cerca no significa juntos y lidiar con una realidad compartida. Entonces todo es más difícil. 

Y cuando mi amigo me cuenta estas cosas, yo agradezco profundamente que Open-Boy se fue y nunca regresó. Que nunca ha escrito y que solo sé que existe cuando soy débil y cyberstalkeo lo poco que me deja ver. 

La distancia y el silencio que tantas veces he odiado y llorado, en realidad fue lo mejor que me pudo pasar. Nunca tuve que verlo seguir con su vida, nunca tuve que ver que a él también le dolía no tenerme, o peor, nunca tuve que ver que a él no le dolía no tenerme. Es cierto que me ha costado soltarlo, que los días pasan y aún hay noches en que sueño con él, cosas que me lo recuerdan, minas emocionales que me vuelven a romper el corazón. 

Pero también es cierto que he tenido el espacio para salir con otros, para hacer mi vida como quiero (o como pude, cuando el dolor era demasiado) sin tener que pensar qué le estaba mostrando a él e incluso he podido ver a nuestros amigos en común sin tener nunca el miedo de encontrármelo. 

Claro, hay noches en que me pregunto qué hubiera pasado si viviéramos cerca. Como alguna vez escribí, tal vez la razón por la cual otras historias de amor se resuelven es porque al seguir el uno en la vida del otro, el amor al final vence las dificultades y se puede estar juntos. Pero cuando llegan esas noches, recuerdo que él no era para mí, que yo necesito a alguien diferente, alguien que sepa amarme, que me elija y con quién la vida sea algo feliz. 

Hoy, cuando siento que tengo eso, agradezco su silencio, agradezco nuestra distancia, porque sé que si no fuera por eso, probablemente nunca hubiera terminado de soltarlo y entonces no hubiera tenido los brazos abiertos para todo lo que vino después.