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sábado, 1 de marzo de 2014

Hoy me doy permiso...

Cuenta mi mamá, que un día cuando yo tenía como 12 o 13 años, me oyó hablando por teléfono con una amiga. Al parecer la niña en cuestión estaba frustrada porque su mamá no era cómo ella quería. Y yo siendo una buena amiga la estaba aconsejando. Dice mi mamá que lo que yo dije fue algo cómo: "Tienes que entender que uno tiene que aceptar a los papás cómo son, yo por ejemplo ya acepté que mi mamá nunca va a ser una señora de sastre, ella solo es un desastre". 

Sospecho que para mí mamá no fue tan chévere oír eso. Pero hoy, muchos años después, acepto que soy muy feliz de tener a la mamá que tengo y que en efecto, no sea una señora de sastre. Y claramente, siendo yo soy hija, tampoco lo soy. Es cierto que me disfrazo más que ella. Que de tanto en tanto, puedo irme a la oficina con tacones, peinada y con ropa de mujer seria. 

Pero se siente un disfraz. Y luego, cuando veo a esas otras mujeres, las de pelo perfecto, maquillaje impecable, con ropa que les combina, que no se arruga ni se mancha, de aretes que yo jamás consideraré ponerme... me acuerdo que yo no soy una de esas mujeres. 

Yo soy la que se disfraza ocasionalmente; la que se va a Playa del Carmen en un colectivo de 30 pesos y luego se queda dormida en la playa para despertarse como un camarón cruzado con dálmata porque el bloqueador se cayó a pedazos. Ya no soy la que se queda en hoteles de menos de un dólar la noche pero sigo siendo la que después de una semana difícil necesita quedarse todo el día entre su cama sin hablar con nadie. 

Y ya en este punto, acepto que jamás seré la mujer de pelo perfecto, uña pintada, aretico-de-perla y marido que le combina con los zapatos de tacón. Y casi todos los días, sé que soy feliz sin ser eso. Que de hecho, no podría ser feliz siendo eso. Porque a mí lo normal no me funciona. Ahora he estado viendo Scandal y hay ese análisis. Cómo hay personas que son normales y pueden vivir en su casa en los suburbios, tener un jardín, un perro y ser felices. 

Pero hay otros que no pueden. Que necesitan trabajos intensos, retos permanentes, disparos de adrenalina cuando uno menos se lo espera. Y amores diferentes. Relaciones que no se pueden encuadrar en la casa con jardín, el perro y la cena familiar cada noche.

Y sí, en efecto, yo soy de ese último grupo. Claramente sería más divertido si además yo trabajara con Olivia Pope y tuviera que resolver escándalos de la Casa Blanca. Pero en términos prácticos, soy de su grupo. Soy la que necesita retos, la que busca hacer las cosas a su manera así el mundo entero le diga que es mejor si sigue a los demás, la que se enamoró y terminó en una relación abstracta y única que le demostró que hay una felicidad profunda que viene de sentirse aceptada tal y cómo es.

Y entonces todo está bien, y en ese momento entiendo que lo que me resta es simplemente ir afinando los detalles, buscar retos que me obliguen a crecer, salir de la maldita zona de confort y seguir aceptando que soy feliz en la Gelatina.

Pero hay noches como hoy… luego de una semana difícil, donde sentí que el universo conspiraba en mi contra; donde cuestioné los motivos por los cuales estoy en donde estoy; donde odié ser la que siempre estará pensando si su vida sería mejor si estuviera en otro lado… donde lo extrañé todos los días y me odié por entenderlo y comprender que su vida es su trabajo y que ahí es dónde quiere estar… hoy me doy permiso para por una noche querer ser normal.

Hoy me doy permiso de querer no cuestionar la forma en que los otros hacen las cosas. Hoy quiero ser a la que no le duele sentir que el barco se hunde por falta de interés del capitán. Hoy me doy permiso de querer una vida más simple. Con un amor más simple, más estable y con quién no tenga que luchar tanto para que se den los espacios para poder estar. Hoy me dormiré queriendo ser la que es feliz con una vida normal y simple.


lunes, 6 de agosto de 2012

Tres cosas felices

Hace un mes y 4 días estaba perdiendo el tiempo en Facebook cuando me encontré, en el perfil de Solterica, un link a un artículo donde una vieja hablaba de un experimento donde por una semana (que mi cerebro leyó un mes... pero en otra entrada exploraré mi continúa falta de atención hacia ciertas cosas) uno debía escribir three good things (que efectivamente como dice el artículo suena menos tonto en inglés que en español) que le hayan pasado a uno en el día. 

La idea del experimento es: "crear un patrón cognitivo en nuestro cerebro, que se mantiene durante un periodo de tiempo, aún cuando estamos realizando otras actividades. En el libro “The Happiness Advantage”, Shawn Achor propone que, mediante la práctica repetida de un ejercicio, nos aprovechemos de este efecto y condicionemos a nuestro cerebro para focalizarse de manera inconsciente en lo positivo. Esto no modificará nuestra realidad, pero sí la manera en que la percibimos"

Y yo decidí que podía ser una buena idea. Finalmente ya sabemos que a mí se me da súper bien eso del pesimismo. Para mí es súper fácil pensar en las cosas malas. Pero a veces se convierte en todo un reto pensar en las buenas.

Así que desde hace un mes y cuatro días, todas las noches, alrededor de las nueve, en mi celular suena la alarma para recordarme que debo anotar Tres cosas felices (que me sonó un poco mejor que las tres cosas buenas).

Debo decir que no he llegado al punto de la autora donde "me encuentro a mí misma pensando “no puedo creer que haya cogido este autobús a tiempo"“es increíble que haya dejado de llover justo cuando salíamos”, “hemos dado con el sitio perfecto para comer”.

Pero ha habido un cambio importante... y es que cada noche, sin importar si ha sido un día muy bueno o uno de mierda... encuentro que al menos 3 cosas buenas me pasaron. Ha habido días donde es muy difícil pensar en esas tres cosas buenas, días como hoy que fueron una porquería y donde la lista de cosas malas sería larguísima. Pero siempre logro encontrar tres cosas buenas. 

Y al ver este mes de anotaciones, encuentro cosas que ya sé. 

Así, por ejemplo, es clarísimo lo que tanto le molestaba a Mr. M y es que para mí las personas son súper importantes. Las conversaciones en el trayecto de regreso con Adriof, los mails de Pollo, los chateos con Adri y mis amigas de Colombia, los encuentros con Mariana.... todos son motivos de alegría. 

Pero en igual medida mis espacios propios lo son... las idas a comer by myself donde me reconecto y respiro, las horas de lectura, las idas al gimnasio, los momentos dedicados a escribir... todos esos momentos han sido increíblemente importantes.  

Y también se evidencia que Ginebra llegó a mi vida para hacerme feliz. Los arrunches y siestas con ella entran en la lista con bastante frecuencia. De igual forma queda claro que a mí me encanta el cine. Sin importar si son películas trascendentales o el espacio para escaparme de la realidad cuando la oficina me está enloqueciendo... todas son motivo de inclusión en la lista diaria. 


El experimento también me permitió ver cosas que no me esperaba, cómo que la comida juega un papel importante para mí... y que disfruto de esos momentos cuando me como una toronja particularmente rica o me sorprendo al descubrir que el sánduche que yo creía iba a estar espantoso, en realidad estaba delicioso. 

No sé si me estoy condicionando a "focalizarme en lo positivo", estoy segura de que no me estoy convirtiendo en un teletubbie que cree que todo es maravilloso. Pero estoy aprendiendo que incluso en los días más malos... hay algo bueno. Y esa es una gran lección. 

Así que aquí dejo mi lista de hoy: 

1. Chismosear con Adri en el trayecto a la oficina 
2. Té de rosas mientras escribo
3. The Fratellis para quitarme el mal genio