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lunes, 18 de mayo de 2015

La tradicional lista de deseos de cumpleaños

Pues llegaron los 33, un número que me parece que no tiene mucha gracia y en medio de días en que no he estado tan contenta. 

Pero yo creo que cumplir años es chévere y es una oportunidad de pensar y poner las cosas en perspectiva. Y creo que es un buen momento para dejar claro qué es lo que quiero y necesito por estos días. Así que queridos lectores y querido universo, va mi lista de deseos para este año: 
  • Tranquilidad y estabilidad emocional. Esto de andar jugando al yo-yo me tiene ojerosa y cansada
  • Un paseo al nevado de Toluca
  • Salud... claramente se ven los 33, estoy cansada de las partes defectuosas de mi cuerpo
  • Y si ya estamos en estas, varios kilos menos 
  • Muchos good hair days
  • Que Ginebra entienda qué días podemos dormir más y no me despierte llorando por comida que sí tiene y que solo quiere que yo vaya y le muestre
  • Organizar mis finanzas y tener más ahorros
  • Conocer un país nuevo
  • Poder tomar las clases de canto que quiero y que nada que puedo tomar 
  • Encontrar y entrar a un bonito diplomado/curso de Social Media 
  • Abrir mis horizontes profesionales aprendiendo cosas nuevas
  • Que el sueño de llevar al señor Gelatina a Bogotá se haga realidad
  • Una de dos... que las palabras que sueño sean dichas o que yo pueda dejar ir la necesidad de esas palabras y lo único que importe sean las acciones 
  • Gente nueva para conocer
  • Y que los que están se queden... 
  • Tener el valor de dejar mis miedos, superar los dolores de mi pasado y poder simplemente ser feliz 
  • Espacio mental para escribir mucho 
  • Más visitas de la gente que quiero
  • Muchas mañanas en Shakespeare 
  • Y si ya están buscando... alguno de estos vestidos

martes, 2 de septiembre de 2014

Status: Permanente

La primera vez que fui a Londres (y sí, soy una snob que dice cosas como "la primera vez que fui a Londres"), tenía 17 años y aproveché que estaba recién graduada del colegio para hacer algo que siempre había querido pero que por las reglas del colegio no podía: pintarme el pelo de colores. Así terminé en una peluquería llena de gente tatuada, con pirciengs en todas partes y claro el pelo de colores, que para mí que era pura inocencia hasta ese punto de la vida, eran los seres más increíbles del mundo.

Pero bueno, yo no era tan inocente. Para ese punto en la historia yo ya sabía que la pintura normalita de pelo (la que uno compra en el supermercado y los colores son estilo: caoba, rojizo y negro noche) se considera permanente y que la de colores alternativos (como yo quería) no lo es. 

Cuando le pregunté al peluquero en cuestión que si había chance de que me pusiera alguna permanente para no tener que andar pintándome el pelo cada 15 días y dañando las toallas de mi casa ya que la pintura las teñía, me dijo sabiamente: No hay nada permanente en la vida. 

Y eso me gustó. No me acuerdo de mucho más de lo que hablamos, excepto eso. No hay nada permanente en la vida. 

La frase resonó tanto probablemente por todos los peros que yo le pongo a la idea de algo permanente. Una relación, una casa... un país. Pero aquí estoy hoy celebrando que por fin tengo el status de Residente Permanente en los Estados Unidos Mexicanos. 

Lo celebro básicamente porque en términos prácticos lo único que cambia en mi vida es que ya no voy a tener que pagar 2000 y pico pesos al año por vivir en México. Me ahorraré las interminables idas a Migración y eso me hará muy feliz. Creo que en este punto, ya hasta extrañaré a los de la fotocopiadora del lado a quiénes regalé cientos de pesos por servicios de internet, impresión y fotos inmundas para documento. 

Pero es difícil que no se sienta extraño. Que no haya una parte de mí que este conflictuada porque permanente suena a para siempre, suena a raíces, suena a "aquí estás y aquí te quedas". Y eso es algo con lo que nunca me he sentido cómoda. 

Creo que lo mejor es ser pragmática al respecto. Nada va a cambiar en mi vida. A lo mejor eché raíces y no me di cuenta. A lo mejor mañana, sin importar mi status migratorio, decido que es hora de irme. Pero la verdad es que no quiero, como dije la vez pasada, por primera vez desde que llegué, siento que tomé realmente la decisión de estar aquí y hacer mi vida. 

Sé que la distancia nunca dejará de pesar y espero que nunca llegue el día en que ya no me duela estar lejos de mi mundo de Bogotá porque significará que ya no tengo a qué volver. Sé que habrá días en que quiera mandar todo a la mierda e irme a Colombia en el primer avión. Pero también sé que México hoy es mi casa, que hoy cuando me levanto no hay otro lugar donde quiera vivir, que algunos de mis lugares favoritos en el mundo están en este país y en esta ciudad (Shakespeare, hablo de ti), que aquí me siento en paz y por supuesto, que aquí están algunas de las personas que más quiero en la vida. Y por todo eso, en este momento de mi vida, cuando hay días malos, cuando hay días en que extraño desesperadamente mi país, mi familia y mi gente, ya el primer impulso no es decir: pues me voy. 

sábado, 15 de febrero de 2014

La felicidad se llama NYC


Y de repente, antes de que me diera cuenta, estaba caminando hacia el Four Points del Sheraton en Nueva York. Era viernes. Tan solo el martes anterior había tomado la decisión de que viajaría.

Me fui porque el Sr Gelatina me dijo que me fuera con él. Es así de simple. Uno de los grandes puntos de debate y frustración que había entre los dos era el hecho de que él no quería viajar conmigo. “Yo viajo solo”. Y de ahí no había chance de moverse. Incluso si a los dos nos encanta viajar o si cada vez que estamos juntos pasamos felices.

Pero las cosas han cambiado y los dos estamos tratando de hacer las cosas diferentes. Así, un domingo mientras él manejaba, casualmente me dijo que me fuera a NY con él a pasar su cumpleaños y a ver musicales.

Y con la ayuda de mi familia y de mis fantásticas amigas, conseguí desde el crédito para pagar en diciembre el boleto, los recursos para llorar de la emoción con Matilda y toda la ropa necesaria para no morir de hipotermia.

Tras muchos viajes sola, muchos de trabajo y algunos en compañía donde yo tomé la iniciativa de qué ver y qué hacer, en este jugué el juego de dejarlo a él decidir. Finalmente era el viaje que él había planeado y lo que yo quería era acompañarlo. La ventaja es que tenemos los mismos gustos así que fuimos felices caminando sin rumbo por Soho, descubriendo restaurantes españoles con meseros que para mi furia le coquetearon a él y no a mí y viendo muchos musicales.

Esta vez descubrí el Chelsea market donde se ve el cambio de la ciudad que pasó de tener un mercado de carne a un mercado elegantísimo con tiendas fantásticas, librerías muy chéveres y un restaurante italiano donde nos comimos el mejor postre del paseo.



Una de las cosas que más me gustan de NY son sus museos y esta vez solo fui a uno: el de historia natural porque el Sr Gelatina insistía en que quería ir para ubicarse en el mundo. Yo no entendía mucho el interés y precisamente por eso lo acompañé. Resulta que hay una exposición sobre las escalas del universo. Uno desciende un espiral donde muestran la gama de tamaños en el universo, desde las partículas más chiquitas hasta cosas enormes como las galaxias, el sol y en versión “chiquita” los planetas que rodean la tierra. Usando como referencia una esfera gigante que hay dentro del museo y donde pasan películas, le muestran a uno los tamaños relativos de las galaxias, las estrellas, planetas, células y átomos. En pocas palabras, logran que uno entienda que al final, uno es solo un punto diminuto e irrelevante en un inmenso universo. Como bien dijo el Sr Gelatina, uno se ubica en el mundo. Y aunque no creo que por solo ser algo diminuto en comparación con lo gigantesco que es el universo, mi vida y mis cosas dejen de tener importancia… si ayuda tener un poco de perspectiva y entender que al final, nada es tan grande como parece.

Y mientras pensaba en lo chiquita que soy, al mismo tiempo tenía que concentrarme en algo más chiquito pero que podía dañar el paseo en medio segundo: la nieve. Resulta que yo solo había visto la nieve una vez hace ya muchos años. Y entonces, pude ver un NY distinto. Uno muy frío, donde caerse es un riesgo permanente - para felicidad mía y crédito de las botas de Mariana y los consejos de Pollo, no me caí ni una vez – y donde todo se veía más bonito gracias a la nieve.



Estoy segura que si viviera en un lugar donde la nieve es algo que pasa todos los inviernos, llegaría el punto en que dejaría de ser tan emocionante. Donde los barriales que se arman en las calles, me molestarían y probablemente no aburriría al que va conmigo porque cada 3 metros digo “es que es muuuuuy bonito”, al ver esos paisajes de película.

Sin embargo, incluso si eso llega a pasar, nunca dejaré de recordar el momento más feliz del paseo. Y aunque suene extraño, fue el único momento en que no estuve con el Sr Gelatina. Una tarde nos separamos para que él fuera a ver un musical y yo me encontrara con unas amigas. Cuando estaba regresando para verlo, subí las escaleras del metro, miré hacia arriba y de repente la vi: nieve. Estaba nevando. Resulta que yo había visto la nieve pero nunca había visto nevar.

Fue un momento profundamente personal, uno para mí donde todo fue perfecto. La canción que en ese momento sonaba en mi iPod, la sensación de la nieve cayendo en mi cara, la calle lentamente cubriéndose de blanco y ante todo, la profunda felicidad de saber que en ese instante todo estaba perfecto en mi vida. Caminé sonriendo, tomé fotos y me permití tener ese momento solo para mí.

Llegué al hotel, dejé mis cosas y bajé de nuevo a la calle para seguir recordando lo fantástico que es cuando uno vive algo por primera vez. Porque al final, era eso. El tener la oportunidad de vivir algo maravilloso que nunca había vivido. Luego llamé a Adri porque finalmente, para que mi felicidad sea completa siempre es necesario compartirla con los que más quiero. Luego subí al hotel, escribí un rato y recordé que necesito escribir más, que es lo que me ha estado haciendo falta todos estos meses y que es uno de los motivos por los que siento que mi vida no es exactamente como necesito y quiero.



Al terminar de escribir, apagué las luces, me senté en el poyo de la ventana, amé que estuviéramos en un piso 25 y me dediqué a ver la nieve. La que caía en la calle, la que volaba frente a la ventana, la que cubría de blanco el estacionamiento del frente. 

Al día siguiente, nos levantamos temprano y fuimos a Central Park a caminar. A ver como ese lugar que para mí siempre ha sido fantástico porque es el punto verde de la ciudad, de repente era blanco. Vi la ciudad ser real, con la gente apurada sacando a sus perros a caminar, otros con sus cafés dirigiéndose al trabajo y disfruté ser la que era libre de ir al ritmo que quería, dejar que el Sr Gelatina tomara las 628 fotos de la misma fuente y poder simplemente ser feliz de estar donde estaba.

Pero el gran objetivo del viaje para el Sr Gelatina eran los musicales. Porque sí, él es ese heterosexual mítico que puede llegar a llorar de la emoción porque alguien canta en un escenario. Así que mientras él vio 5, yo vi 3 porque finalmente tampoco había tanto presupuesto en la vida. Juntos vimos Matilda, Book of Mormon y Kinky Boots. Y sigo sin saber cuál me gustó más, ya que cada uno en su estilo me fascinó.



Matilda era de los libros que me gustaba de niña y fue convertida en un hermosísimo musical, con una producción impresionante y un ensamble de niños a los que admiré y odié por no tener su talento. La historia es oscura, de una niña con papás que no la quieren pero que decide desafiar su realidad y cambiarla.

Just because you find that life's not fair, it
Doesn't mean that you just have to grin and bear it!
If you always take it on the chin and wear it
You might as well be saying
You think that it's ok
And that's not right!
And if it's not right!
You have to put it right!

But nobody else it gonna put it right for me!
Nobody but me is going to change my story!
Sometimes you have to be a little bit naughty!

Y luego estuvo Book of Mormon, de los creadores de South Park y el ejemplo perfecto de cómo ser completamente políticamente incorrecto. La agarran contra todos: cristianos, católicos, judíos, negros, blancos y por supuesto, mormones. Con todo y lo satírica que es… al final tiene una historia hermosa de aceptar al otro, de hacer amigos y de ver el valor en el otro. Eso sí, mientras Matilda me hizo llorar de la emoción con su lucha por tener la vida que quería… los Mormones me hicieron llorar de la risa con cada una de sus líneas negras y ácidas.

El recorrido musical terminó con Kinky Boots, una película que el Sr Geltina me había promocionado como si realmente recibiera regalías por ella. La historia es de un joven inglés que hereda la fábrica de zapatos de su papá y descubre que está totalmente quebrada. Por muchas vueltas de la vida, la única forma de rescatarla es hacer botas para travestis. Lo que más me gustó de la obra es que es el equivalente a un comercial de Dove donde promueven la belleza real. Todos los que actúan eran personas reales, con cuerpos reales solo que con voces increíbles y con capacidad profesional para bailar. La historia termina siendo sobre la importancia de aceptar lo que somos y lo que los otros son, como herramienta para el éxito en la vida y ser felices.

We would like to leave you with the Brice and Simon secret to success:
Alright, now we’ve all heard of the 12 step program, have we not?
Yes, but what you can do in 12, I want you to know that we all can do in 6 now, and it goes like this:
One: Pursue the truth
Two: Learn something new
Three: Accept yourself and you´ll accept others too!
Four: Let love shine
Five: Let pride be your guide
Six: Change the world when you change your mind!
Just be. Who you wanna be.
Never let them tell you who you oughta be.

Al final, creo que los musicales me llegaron tanto al corazón porque todos se conectaron profundamente con la idea del viaje. Era hora de atreverme a hacer algo diferente, a ser espontánea. A vivir la vida como la quiero vivir y ver que cuando decido hacerlo, las cosas fluyen, encajan y todo es posible. 



domingo, 10 de marzo de 2013

Lo que realmente quiero

Hace unas semanas me fui a desayunar con una amiga. Ella llegó empoderada de sí misma. Con las cosas claras sobre qué quiere en su vida y qué es necesario para lograrlo. Una parte de mí, esa que se siente nadando en gelatina la envidió un poco. El resto la admiró. 

Salí del desayuno y decidí que aunque hay muchas cosas que no puedo cambiar en este instante, que son cosas que requieren procesos que ya he iniciado... hay algunas que sí puedo cambiar. Así que fui a cambiarlas. Hablé, dije lo que pensaba y sentía y a cambio recibí respuestas que realmente no me esperaba. 

Desde ese día he pensado mucho acerca de lo que quiero. Y en términos de pareja, creo que cada vez lo tengo más claro. Hay muchas cosas que me gustarían en un hombre: que le gusten los gatos, que tenga un trabajo chévere pero que no sea workoholic, que no fume, que quiera viajar conmigo, que tenga una buena nariz y un mejor rabo... pero esas cosas no son las más importantes. 

Lo realmente importante es que quiero a alguien con quién yo me sienta cómoda de ser quién soy. 

Y es que ese ha sido uno de los grandes problemas en mi vida. Me he dado cuenta que muchas de mis parejas nunca realmente me aceptaron o quisieron por lo que soy. 

Estaba el Ex, por ejemplo. Ese estoy segura que se sintió siempre atraído por lo que soy, pero siempre me quiso por lo que yo podría ser. No por lo que era. Sé que en el fondo, él estaba convencido que yo podría cambiar y convertirme en esa que quiere ser mamá de mil niños, usa aretes de perlas, quiere ser profesora en un pueblo miserable en donde él tenga su casa de campo y que deje que su vida sea más importante a la mía. Claramente yo podría serlo (solo se requiere de una rápida lobotomía) pero no lo fui y no lo seré. 

O están otros como Mr. M que quisieron ver algo que no soy y una vez descubrieron la realidad se dedicaron a rechazarme. No voy a negar que por el camino estuvo el novio-número-dos que me quería por lo que soy pero al mismo tiempo (y con buenos motivos, no voy a negarlo) jamás pudo acercarse a mí, porque temía lo que puedo ser. Y eso tampoco ayudó a la hora de construir la creencia que lo que soy no me permitirá tener a alguien. 

Pero en el proceso estuvo Open-Boy, que tal vez fue el primero en amarme por lo que soy, sin querer cambiarme. El tiempo ha pasado y su amor dejó en mí, la confianza de que es posible ser amada sin necesidad de cambiar. 

Hoy, luego del harakiri-amoroso, luego de la terapia, luego de tantas horas de hablar y pensar acerca del tema, luego de sentirme cómoda ciertos domingos cuando paseo por la tierra de Shakespeare, entiendo que lo que realmente quiero es a alguien con quién yo me sienta cómoda. Alguien con quién no tenga que ser más de lo que soy para ser amada pero que al mismo tiempo me empuje a ser cada vez mejor. 

Estoy en un momento donde veo que eso es posible. También veo que eso, al menos hoy, tiene un costo que no sé si quiero pagar. Pero el sentirme cómoda, sin fingir y al mismo tiempo oyendo que puedo ser mucho sin traicionarme a mí misma... eso me ha dado una tranquilidad que no pensé que jamás podría tener.