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viernes, 13 de junio de 2014

Pan tostado en San Francisco y otras aventuras

Lloré cuando lo vi. Tras una bajada, en medio de la niebla, ahí estaba: el Golden Gate Bridge. Y yo lloré cuando lo vi. Lloré por mi abuelo, imaginando cuántas veces habrá ido a verlo cuando vivió en San Francisco, pensando qué habría sentido la primera vez que lo vio. Extrañándolo como todos los días.

Pero esas fueron las únicas lágrimas que lloré durante mi paseo. El resto fue pura felicidad y mucha, mucha risa. Chicago y San Francisco eran las dos ciudades de Estados Unidos a las que vuela Volaris que me llamaban la atención. Así que durante mucho tiempo planeé ir. Ahora que con el Sr Gelatina hemos por fin encontrado un punto intermedio entre las mañas que cada uno tiene, se abrió la posibilidad del viaje.


Y así como con total sencillez él sugirió que lo acompañara a pasar su cumpleaños a NY, apareció una promoción del 50% de descuento que le permitió a él encontrar un buen precio para irnos en mi cumpleaños.

Fue fantástico descubrir juntos la ciudad, caminar por calles con hermosas casas de madera y descubrir que podemos recorrer 15 kilómetros en bicicleta sin morir en el intento. Lo cual no significa que no se sintiera como que íbamos a morir en el intento. A mí me habían dicho que la mejor forma de ir al Golden Gate era en bici, lo que no me imaginé es que fuera tan lejos y en un camino tan bonito pero también tan difícil.

Cuando alquilamos la bici, nos dieron un mapa y unas instrucciones que incluían el tener que pasar por una pequeña cima la cual en la vida real era una rampa casi vertical que me impidió dar medio pedaleo pero que un ciclista –que quiero pensar era profesional- se echó tranquilito sin infartarse mientras el Sr Gelatina y yo sudábamos arrastrando nuestras bicis a pie.
Y así como en NY el pobre Sr Gelatina tuvo que oír cada medio metro el “es que es muy bonito” cuando me refería a la nieve, en SF tuvo que oír la misma frase con la misma regularidad pero refiriéndome a la naturaleza. El bosque que queda cerca del puente, el parque que lleva su nombre y sobre todo el jardín botánico de la ciudad, son de los lugares más hermosos que he visto. Lugares para respirar, escuchar pájaros y sentir que se está muy lejos de cualquier rastro urbano, aún cuando se esté a pocas calles de la realidad ciudadana.


Pero no todo es naturaleza en SF, la ciudad también me enamoró por su fantástico arte callejero. Murales y graffittis me hicieron parar una y otra vez para ver cómo en cualquier rincón de la ciudad hay verdaderas obras de arte. SF es una ciudad colorida, tanto en las casas de madera donde de repente uno descubre una morada, otra verde y más adelante una azul, como en las paredes que se llenan de formas y figuras.

Entre la naturaleza y el arte callejero están los locos. Si algo nos impactó de SF fue el hecho de que en todas partes hay indigentes. El Sr Gelatina dice que es la herencia de años de música, arte y drogas. Una amiga alegó que es producto del cierre de los hospitales psiquiátricos en los 80 cuando botaron a los pacientes a la calle y nadie se encargó de ellos. Yo leí un artículo sobre cómo el incremento de los precios de renta y comida, por el auge de las empresas de tecnología que operan en la ciudad ha hecho que SF sea invivible para los no-multimillonarios, por lo que hay personas que aún con dos trabajos, no pueden pagar un apartamento.

Probablemente los motivos por los que hay tantos indigentes son una mezcla de todas las respuestas anteriores y algunas más, al final el producto es el mismo: uno camina y cada dos tres pasos ve a alguien hablando con un poste, peleándose con una pared o gritándole a un aterrorizado turista que no ha entendido que el cuento realmente no es con él pero que es mejor cuidarse cruzando la calle.

Miento. Hubo un lugar al que fuimos y donde no había un solo indigente. Probablemente porque no había nada. Excepto una tienda de pan tostado.

La historia de la aventura del pan tostado será recordada por mis amigas como el indicador para medir el amor que tienen por uno. Resulta que hace como 5 meses en uno de mis podcast favoritos – This American Life de NPR – contaron que la nueva tendencia hipster es tiendas (porque no se les puede llamar restaurantes) de pan tostado. Así, tal cual, sin más conocimientos culinarios que poder bajar la palanca de la tostadora.

Al parecer todo empezó por una mujer bipolar que durante años había luchado contra su enfermedad. Un buen día llegó a SF, conoció unos alemanes locos que les gusta meterse entre el mar helado, descubrió que si lo hacía su mente se aclaraba y decidió poner un café donde vendería agua de coco, buen café y… pan tostado.

¿Que por qué pan tostado? Porque es algo que todos hemos comido en la vida y nos hace sentir bien, porque es algo que nos dieron en la infancia y nos alegraba la vida. O al menos eso dice ella. Tras oír el podcast yo decidí que quería ir al Trouble Coffee como se llamó el café. Realmente no sé por qué, tal vez por la historia de superación, por las dificultades que la mujer vivió o por lo exótico que sonaba. No sé.

Pero en nuestro último día en SF, el Sr Gelatina y yo nos fuimos para este lugar. El tema es que queda en el fin de la ciudad, casi casi llegando a la frontera con Argentina. Tras una hora de camino pudimos ver como las bonitas casas de madera con jardines y parques se convertían en pequeñas casas protegidas por gruesas rejas. Media hora más y el Sr Gelatina amenazó con burlarse de mí el resto de la vida si al llegar el café estaba cerrado.

No lo estuvo pero ya no estoy segura de si eso no hubiera sido mejor. Si no hubiéramos podido entrar, al menos nos hubiéramos quedado con la curiosidad de un pan tostado mítico y maravilloso. Pero no, nosotros pudimos conocer la realidad. Un diminuto café, donde aunque venden scones y galletas, la gente solo quiere probar el pan tostado. Y pues es eso. Pan tostado en tostadora. Con mantequilla y canela encima para que no sea tan triste. No es un mal pan pero no es un gran pan. Es pan tostado. Como el que me daba mi abuela y mi tía cuando era una niña.

Tres horas de recorrido por un pan tostado. Y ni siquiera vimos a la dueña porque al parecer se volvió tan exitosa que ya abrió un segundo café en otra parte de la ciudad. Y como dice el Sr Gelatina , probablemente vive en el Upper East Side de Manhattan.
Tras probar el pan tostado y un café común y corriente, regresamos a la parte poblada de la ciudad, con los murales y los indigentes, para visitar el barrio gay de SF: Castro. Es un distrito lleno de historia y actualmente en medio de obras para mejorar la vialidad por lo que caminar deja de ser tan interesante. Con todo y eso, encontramos una de las tiendas que más me gustó en todo el paseo.

La Human Rights Campaign Shop es una tienda que vende ropa y objetos con mensajes e imágenes a favor del matrimonio igualitario y los derechos LGBTI. Además de que es algo en lo que creo profundamente, la ropa está increíble por lo que aún cuando ya había terminado el shopping, yo seguí colaborando con la economía gringa. Una de las cosas que me pareció más chévere es que la tienda además está en la que fue la casa y almacén de Harvey Milk, por lo que tiene aún más sentido su lucha.
Fueron 4 días de caminar, conocer, montar en bicicleta, comer delicioso (juro que hubo platos más refinados que el pan tostado) y sobre todo de reírnos todo el tiempo. De perdernos en un sistema de transporte público que jamás pudimos entender, que tiene elementos tan ilógicos como que el metro de repente sale del túnel y se convierte en bus con paradas según lo soliciten los pasajeros por lo que uno nunca vuelve a saber en dónde está. Además tiene un logo tan confuso que durante días nos preguntamos si era Muni o Mini. Al final, lo bautizamos el Minimuni y optamos por reírnos con cada elemento de confusión.

Creo que ante todo, lo que más recordaré del viaje fue lo feliz y tranquila que me sentía. Hicimos lo que quisimos, conocimos lo que nos dio ganas y exploramos sin presión alguna. Cuando fuimos a NY uno de mis musicales favoritos fue Matilda y su frase “Nobody but me is going to change my story!” me llegó al alma. Sabía que era momento de cambiar mi historia. De seguir luchando por vivir la vida que quería.

Estando echada en el pasto del jardín botánico, con la certeza de que mi vida había cambiado porque así lo había querido, celebrando mi cumpleaños con esa persona con la que puedo ser yo y que me hace reír hasta que me duele el estómago pero que también sabe darme la mano y abrazarme cuando la emoción de ver el Golden Gate se vuelve tristeza por no poder compartirlo con mi abuelo… fui feliz y supe que cada día mi vida es más la que quiero.



No solo por él. Ante todo fue por mí, porque tras años de trabajar en mí, he soltado las cosas de mi pasado que no me dejaban ser feliz y he buscado intensamente entender qué es lo que necesito para estar bien. Necesitaba mejor calidad de vida para volver a hacer todo lo que me gusta y lo que quiero. Y un reto nuevo para volver a apasionarme y levantarme con ganas a ir a trabajar.

Y de repente lo que quería y necesitaba apareció. El lunes estaré empezando una nueva etapa donde espero encontrar lo que he estado buscando desde hace tanto tiempo. Diría que tengo una mezcla de sentimientos, nervios de entrar a un nuevo trabajo, emoción, felicidad y susto de lo que viene. Pero  los días de descanso en la playa, la tranquilidad de saber que tomé una decisión que era necesaria y probablemente una alta dosis de negación me hacen estar sumamente relajada. 


lunes, 16 de abril de 2012

¿Y ahora?

¿Y entonces cuál es el plan ahora?

Esa parece ser la gran pregunta de los que me conocen. Empecé el año con metas claras y un proyecto personal definido con plazos específicos. Y de repente, la vida cambió y ya no se trató de lo que yo quería, sino de lo que yo necesito.

Y lo que necesito es estabilidad. Tener un lugar donde sentirme en casa. Tras años de muertes, ausencias, derrotas y aquel harakiri-emocional, es momento de respirar y disfrutar de la calma. De darme espacio para estar bien y terminar de descubrir quién soy después de tanta cosa.

Pero con la decisión de aceptar que lo que necesito es distinto de lo que quiero y de entonces hacer lo que es mejor para mí, viene la pregunta de ¿y ahora? A veces me parece que desde que estoy en el colegio he pensado la vida en términos del siguiente proyecto, del siguiente viaje: graduarme, terminar la universidad, irme de Colombia, hacer la especialización, ahorrar lo suficiente para irme a Europa, encontrar maestria, ahorrar para viajar en México, irme el verano a Washington, conseguir trabajo para no volver a Colombia, implementar el proyecto personal...

Y ahora... ahora todo esta bien pero no sé cuál es el siguiente paso. Como siempre me cuesta trabajo pensar en el futuro y saber dónde estaré ni haciendo qué en los próximos años. Sé que hay gente que vive así y vive bien. Pero a mí me gusta tener un viaje en mente, un proyecto que me anime en los días de aburrición y rutina. Y ahorita... ahorita simplemente no sé. Así que seguiré dejando que las cosas fluyan y tal vez uno de estos días encuentre el siguiente muro que quiero escalar.



viernes, 6 de abril de 2012

Quick quick slow

¿Cómo hace uno para ir despacio? ¿Cómo se hace eso cuando todo fluye? ¿Cuando todo es fácil, natural y cómodo?

Llevo varios días preguntándome esto. Mr. M apareció sin que yo lo esperara. Unos días antes le había dicho a una muy buena amiga que estaba en un momento donde no había nada en el horizonte amoroso pero que eso estaba bien, porque tenía encima el ascenso y la mudanza, con lo cual ya era suficiente para sentir que no hay tiempo ni de respirar.

Pero basto decir que estaba tranquila sin tener a nadie, para que alguien apareciera.

Y con él me siento feliz. Sin saberlo me ha mostrado que me hacía falta encontrar a alguien con un mundo propio que me interese, atraiga y del que yo pueda ser parte. Las cosas fluyen con una facilidad ya olvidada. Con esa misma facilidad con la que todo por fin ha empezado a salir bien.

El mismo día que le decía a mi amiga que no tenía tiempo para un chico, le dije que dejara de preocuparse por no pelear o tener conflictos con su marido... "tal vez es que ya peleaste lo suficiente y que ya tuviste todos los problemas de pareja que una persona puede tener"... Y ahora siento que tal vez eso es un poco lo que me pasa... ya tuve suficientes rollos, dramas, dolores y caídas -literales y figuradas- para poder ahora estar bien.

Llevo casi un año trabajando en mí, concentrándome en todas esas cosas que me hacían daño, que me impedían estar bien. Tal vez es que ahora puedo recoger los frutos. Casa nueva, ascenso laboral... y chico.

Pero también siento que debo ser precavida, ver con cuidado lo que esta frente a mí. Oír, leer y entender quién es. No tirarme de cabeza porque en media hora se irá de mi vida para siempre. Quiero conocerlo. Ante todo quiero darme el espacio para respirar en medio de todo lo que fluye. Como bien le dije esta noche quiero hacer las cosas bien. Y hacer las cosas bien significa hacerlas de forma que yo me sienta tranquila.

Pero eso no es tan fácil. Me encanta hablar con él todos los días y saber que vamos a salir hoy, mañana y pasado me emociona. Aún así, lentamente he detectado puntos para los que aún no estoy del todo lista, donde quiero ir con cuidado. Crear ciertos espacios, ciertas rutinas, abrir ciertas puertas.... son cosas para las que aún no estoy lista.

Y claro, no quiero asustarlo ni alejarlo con mis grandiosos issues emocionales. Para rematar, aunque yo quiera y por fin este consciente de que hay cosas que debo decir, él tiene su propia historia y le cuesta hablar las cosas. Y eso es algo que también quiero respetar.

Entonces ahí esta el gran problema: ¿Cómo ir despacio en las cosas que necesito y dejar que el resto fluya a gran velocidad?


domingo, 31 de julio de 2011

Acaso una noche, a las nueve...


De repente... encuentras que has podido volver a sonreir.


jueves, 28 de julio de 2011

Sucede que me canso...

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.

Sucede que me canso de ser hombre.

Pablo Neruda.

Cuando estaba en la universidad analizamos este poema y me acuerdo que la frase Me canso de ser hombre resonó en mi vida. Porque a veces me canso. Hoy por ejemplo.

Hoy estoy cansada de este larguísimo proceso donde tantas cosas han sucedido. A duras penas puedo entender racionalmente que en realidad han sido unos pocos meses, porque parece que han sido años de vivir cosas fuertes, profundas y muy intensas. Amor intenso, dolor intenso, rabia intensa, soledad intensa, tristeza intensa, ira intensa, ausencia intensa... Y nuevamente he sentido que la fuerza de mis sentimientos me transforman y moldean. Tal vez a algunos les cueste trabajo entender pero siento cómo si hubiera ido a la guerra y regresado. Pero no regresé ilesa.

Y ya no me siento igual que antes.

Y la verdad es que no quiero estar igual que antes. No quiero regresar a sentir esa profunda desesperanza acerca de las posibilidades que había para mí en la vida.

Las cosas han mejorado, estoy tranquila y veo las cosas desde una perspectiva diferente. Pero, como alguien me hizo ver el otro día, no estoy del otro lado. Y hoy me cansa que que eso sea así. Porque yo quiero estar bien, quiero estar tranquila, no tener minas emocionales cerca y dejar que lo único que quede es un recuerdo de algo que transformó mi vida.

Así que hoy tan solo hoy quisiera poder adelantarme hasta ese punto donde todo este proceso haya por fin terminado de concluir y yo pueda sentarme tranquila a disfrutar las tardes soleadas.