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martes, 22 de abril de 2014

Diciéndole adiós a García Márquez

Yo no suelo ser el tipo de personas que se pone realmente triste cuando un extraño muere. No es que la muerte de personas famosas - músicos, escritores o actores cuyas obras me gustaran- me sean indiferentes, pero no me generan una tristeza que realmente toque mi corazón. 

Pero la muerte de García Márquez fue distinta. Probablemente porque no fue un extraño. Yo no lo conocí, pero sus palabras marcaron mi vida con mucha más profundidad que las de personas con las que convivo todos los días. 


Desde el jueves que falleció he tratado de acordarme cuál fue el primer libro de GGM que leí. Probablemente fue Relato de un náufrago o tal vez Crónica de una muerte anunciada. No estoy segura pero me acuerdo de estar leyendo los dos y pensando que yo quería poder contar historias como él. 

Luego llegó Cien años de soledad. Estaba en noveno en el colegio y era lectura obligatoria. Acepto que hubo partes que no me gustaron y que casi me hacen dejarlo tirado en alguna parte. Pero nunca olvidaré cómo tras sentarme un recreo a terminarlo, sonó la campana y yo descubrí que me faltaban unas pocas páginas. Y no me pude esperar hasta el siguiente rato libre. Por eso el final lo leí a escondidas, el libro en mis piernas mientras el profesor de geometría fallaba en el intento de enseñarme algo relacionado con unos triángulos. La última frase fue tan poderosa que me acuerdo claramente de cómo pedí permiso de ir al baño para poder pensarla y releerla. 

Y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

Algunos años después, volvería a leerlo con otros ojos y esta vez cada página me encantó. El jueves lo compré porque coincido con Daniel Samper Pizano en que leerlo es el mejor homenaje.

Ahora que tantos medios han publicado su discurso de aceptación del Nobel, recuerdo que lo tuvimos que leer y analizar en la clase de Español cuando estaba en Once. Lo subrayé, marqué y leí y releí sintiendo que la decisión de estudiar Ciencia Política para luego hacer la Especialización en Periodismo, era correcta. 

Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

La verdad es que las obras que a mí más me gustan de GGM son las que escribió como periodista. Su crónica "Caracas sin agua" es uno de mis textos favoritos y la que leía para inspirarme cuando no sabía cómo escribir una nota, en mi muy breve época de periodista. 

Probablemente por esto es que me leí de principio a fin La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, sentada en las escaleras de mi casa justo después de que lo encontré en la biblioteca. Y claramente por eso, mi libro favorito es Noticia de un secuestro. Lo leo cada dos o tres años y cada vez vuelve a emocionarme como la primera. 

No puedo evitar tener la esperanza que no maten a Diana Turbay y cuando sucede, nunca puedo dejar de llorarla. Lo termino y siempre quedo con el mismo dolor de que  los años han pasado y todo sigue igual. Siempre me duele que los problemas de mi país se han transformado pero seguimos sin resolverlos, seguimos matándonos y odiándonos. 

La prueba más triste de esto, claramente es la controversia sin sentido y sin lugar que ahora vivimos, cortesía de la polarización e intolerancia que nos divide y que logra que en vez de atesorar y reflexionar sobre el legado del escritor más importante que hemos, se debata si debió o no ponerle un acueducto a Aracataca, juntarse con los que quiso y tener sus propias preferencias políticas que nunca interfirieron con su objetividad como periodista o su grandeza como escritor. 

Ayer fui a despedirlo en el homenaje que le hicieron en Bellas Artes. Fueron 4 horas de fila para al final no poder entrar. Pasé de convivir con personas que comentaban los libros y sus historias, a los gritos de Fuera Peña. No puedo explicar claramente por qué me quedé tanto tiempo. Al inicio la fila se movía y no había problema, vi muchos personajes interesantes y había un ambiente de "aquí estamos por él". Cuando llovió yo ya tenía mi capa y estaba muy cerca de entrar por lo que pensé que no faltaba mucho.

Luego entraron los presidentes y fue obvio que había que esperar hasta que se fueran para poder entrar. Lo que no me esperé es que cuando por fin se acabó el show presidencial, duráramos otros 40 minutos con el "ya casi los dejamos pasar" para terminar en "ya se llevaron las cenizas, ya cerramos". Al parecer ante la furia de la gente luego volvieron a abrir pero yo para ese momento ya me había ido. Cansada, frustrada y con los pies mojados. 

Pero el punto no es la larga fila ni la frustración de no haber entrado. Yo fui porque estoy convencida que los ritos son importantes. Además de despedirlo, quería estar junto con los que comparten la tristeza de que ya no habrá más obras que me hagan pensar y sentir. Con los que escriben porque él los inspiro y porque como él, quieren ser queridos por lo que escriben. Para estar con los que como yo, admiraron la pasión que él tenía sobre la amistad y su terquedad a la hora de estar siempre para ellos. Y al final, viví eso. Aún si no entré, si no le dejé las flores que le llevé. 

He escrito cinco libros tratando de averiguarlo, de saberlo, de descifrar quién soy. Y todavía no lo tengo claro. Pero hay algo que sí sé: 
soy el mejor amigo de mis amigos, y ese primer puesto no me lo dejo quitar de nadie.

También fui por un motivo totalmente personal. Para darle las gracias infinitas y del fondo de mi corazón, por haber escrito El amor en los tiempos del cólera y darme la oportunidad de usarlo para, en uno de los momentos más tristes de mi vida, decir todo lo que necesitaba sin usar palabras. Para no arrepentirme de haberme quedado callada y no decir lo que mi corazón gritaba. 

Necesitaba agradecerle haber puesto en palabras, mi tristeza, soledad y la esperanza de algún día tener ese "Toda la vida" que hoy todavía me pesa al saber que no pasará. Así, el libro se convirtió en un mensaje que explicaba lo que no podía pedir, eso que no podía ni siquiera soñar pero que anhelaba profundamente. 

El amor en los tiempos del cólera además tradujo, el dolor que he sentido desde que tuve que despedirme de ese al que quería querer Toda la vida. 

"..los amputados sienten dolores, calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. 
Así se sentía ella sin él, sintiéndolo estar donde ya no estaba"



sábado, 29 de marzo de 2014

Hora de resolver el problema frente a mí

Esta semana claramente insulté a algún dios y por eso decidió castigarme. Tal vez fue porque comí carne, dejé que me vieran el pelo, no intenté convencer a nadie para que sea mormón o testigo de Jeohvá ni fui a misa en domingo (ni en los últimos 3500 domingos). No sé cual pero alguno se ofendió y decidió castigarme. 

Porque esta semana todo lo que podía salir mal, salió mal. Fue una semana de dormir pocas horas, resolver temas que eran imposibles de predecir y que sé que algún día llegarán a darme risa porque en realidad fueron demasiadas cosas. 

Pero la semana pasó y quisiera decir que solo quedó el cansancio físico y mental. Pero hay dos cosas que quedaron revolviéndome el estómago. 

1. El dolor del insulto intolerante y sin fundamento. Todos me han dicho que no haga caso, que ante las palabras estúpidas, oídos sordos. Pero esos que me lo han dicho, no han vivido ese dolor, no han tenido que lidiar con un odio que incluso es penalizado por la ley pero ante el cual yo no puedo decir nada, porque "no es tan grave, no dejes que te afecte, etc, etc, etc".

Una parte de mí esta de acuerdo en que no debería dejar que me afectara, pero me afecta. Me duele que me juzguen por el país donde nací y sobre todo, por no haber nacido en el que vivo. Por haber dejado mi país y por estar aquí haciendo mi vida. Recordando lo que dice la psicóloga sobre preguntarme por qué algo me afecta tanto, debo reconocer que al final la intolerancia me duele porque siempre habrá días en que me pregunte qué estoy haciendo aquí y para qué. Entones cuando me entero que me están juzgando por extranjera, más fuerza cobran esas preguntas.

Y entonces viene el punto 2. De nuevo esta la sensación de no tener el apoyo que espero y necesito de los que considero deberían dármelo. Y claro, eso resuena con mis propios issues del pasado de cuando sentía que no contaba con las personas que debían estar en mi vida.

Al final, la sensación de no contar con los que deben respaldarme, es algo que he sentido por ya mucho tiempo y para lo que estoy tomando las medidas necesarias. Es solo cuestión de tiempo me repito una y otra vez hasta que el día llegue.

Y claro, esta la tentación de entregarme al odio como los otros lo hicieron. Quise insultar, agredir de vuelta y decir todo lo que pienso. Pero no quiero jugar ese juego, no quiero ser esa persona. Ya nos lo enseñó Cady en Mean Girls:



Así que eso es lo que haré, ver the big picture y dedicarme a resolver el verdadero problema que tengo frente a mí, el resto no merece mi tiempo ni mi tristeza y furia. 

jueves, 25 de noviembre de 2010

Insultos que duelen

Ayer salí de mi curso de escritura contenta. Volví en el taxi contenta con una amiga. Caminamos una cuadra juntas y luego seguí sola. Y caminé contenta. Llegué a mi edificio y había dos personas timbrando. Un hombre grande y fornido y una mujer gorda, chiquita y con un pelo rojo espantoso. Vi que timbraban insistentemente y procedí a entrar.

Cuando la mujer vio que yo había abierto la puerta metío su mano y pie para impedir que yo la cerrara. Y me ordenó dejarla pasar. Mi reacción ante su agresividad fue decirle que no. Al edificio se han entrado los ladrones y tenemos la política de no dejar entrar desconocidos, para eso esta el timbre. La señora se enfureció y me dijo que si acaso ella tenía pinta de ladrona. Y aunque no la tenía, uno nunca sabe y volvemos a que no estaba sola, y que el hombre con el que estaba era grande y fuerte. Ante mi negativa procedió a ordenarme que fuera al 203 y viera si su amiga estaba para que le abriera. Y cuando vio mi cara de sorpresa me gritó:

"Y es que usted es una extranjera, no tiene derecho a decir nada porque yo sí soy dueña de este país y no como usted. Cuidese mucho porque siendo extranjera no tiene qué estar haciendo aquí"

Iba a seguir diciéndome cosas cuando un vecino llegó, cerró la puerta y le dijo que si quería algo que timbrara. Pero que nosotros no ibamos a abrirle.

Después de eso llegué finalmente a mi apartamento. Pero ya no estaba contenta. La sensación de ser agredida por no ser mexicana es difícil de explicar. Nunca había tenido que enfrentar una situación así. Claramente muchas veces en la vida me han insultado (el mundo no es agradable) y no dudo que estando en México algunas personas hayan pensado o dicho a mis espaldas cosas desagradables por ser extranjera. Pero nunca a la cara. Nunca así. Y de repente pensé en mi amiga a la que le gritaron Sudaca en España y entendí porqué le dolió tanto. Porque es una intolerancia contra la que no hay argumentos, palabras o actitudes.