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lunes, 28 de julio de 2014

Por el derecho a opinar

Resulta que el otro día le estaba diciendo al Sr Gelatina que tenía que cuidar mis gastos porque a finales de agosto voy a aplicar para la residencia permanente y eso me cuesta $5,000. Y con tanto gasto que he tenido recientemente, pues es mucha plata. Le dije que sabía que en otros países me costaría muchísimo más (porque ya me he tenido que soplar el "en Estados Unidos pagarías $50,000 dólares y un riñón") pero que en esos países tendría beneficios que aquí no tengo en términos de seguridad social y esas cosas que tanto le gustan a los políticos. 

Y escudándose del bonito "no te lo tomes personal" (que claro, no me hizo inmune al muy personal comentario), el Sr Gelatina me soltó el "pues entonces vete a esos países". No lo dijo así, no es tan bruto pero básicamente fue el resumen de lo que dijo. Alegó que uno es dueño y señor de su vida y que uno elige donde vive según lo que uno quiera y necesite. 

Sé que lo dijo con buena intención y que realmente no quería que me lo tomara personal. Y si fuera la primera vez que lidio con el tema, no hubiera habido problema. Y probablemente el hecho de que yo estuviera sensible y hormonal solo empeoró las cosas. Mejor dicho: el hecho de que yo estuviera sensible y hormonal, solo empeoró las cosas. 

Pero a veces siento que mi posición de extranjera en México me pone en una situación donde el 100% de las veces, en el 100% de las circunstancias y condiciones y en el 100% de los días, todo de este país me debe parecer maravilloso, porque sino qué estoy haciendo aquí. ¿Que me molesta que mi cuadra se inunde cada vez que llueve y que no haya luz por lo que todas las noches me arriesgo a caerme en un charco? pues regresa a tu ciudad. ¿Que me emputa que haya empresas machistas que solo creen tener clientas mujeres por ser un supermercado (si, Superama, hablo de ti)? pues ahí esta la vía al aeropuerto. ¿Que creo que es vergonzoso que se hagan reformas estructurales a puerta cerrada de los ciudadanos? Mija, venga y le aplicamos el 33. 

Da lo mismo si están de acuerdo conmigo o no, los años que lleve viviendo aquí, que trabaje para empresas mexicanas, pague impuestos mexicanos y hasta salga con un mexicano, dependiendo de mi interlocutor, siempre corro el riesgo de oír el dichoso "pues entonces vete a tu país", cuando digo que algo no me parece o gusta. 

Por una parte lo entiendo, al final yo bien puedo elegir vivir en otro lugar. De hecho, durante mucho tiempo me debatí si esa era la mejor opción para mí. Pero creo que esa no es la respuesta. Más allá de creer que luego de tantos años de vivir aquí, me he ganado el derecho a opinar (ni siquiera digo votar, tan solo opinar), creo que abrirse a las opiniones de los extranjeros es positivo. Estamos en un mundo lleno de intolerancia y odio, por lo que entre más opiniones tengan derecho a existir, mejor para todos.

Y la verdad es que yo no puedo dejar de tener una opinión. La forma en que yo amo es pensando sobre lo que amo -bien pueden preguntarle al Sr Gelatina quien además de tener que aguantarse mis hormonas, sufre con mi over-thinking- pero es lo que soy y no sé hacer las cosas de otra forma. En mi pasada oficina se burlaban de mí diciendo que iba a montar el sindicato, y sé que varios pensaban el "¿y si esto no le gusta pues por qué no mejor se va?", pero a mí me gustaba trabajar para que las cosas fueran mejores, yo analizaba y señalaba las cosas con las que no estaba de acuerdo. Siempre traté que fuera un mejor lugar porque lo consideré mi casa por muchos años. 

Claramente, me pasa lo mismo con México. Porque es el país que ha sido mi casa por tantos años, porque me ha moldeado como persona, ha transformado de mi forma de ser y de ver la vida... porque aquí tengo a algunas de las personas que más quiero, he crecido profesionalmente y me he dado la libertad de escribir y arriesgarme a hacer las cosas que solo se pueden hacer cuando uno tiene a su familia y amigos a miles de kilómetros de distancia. Después de años de dudar dónde quería estar, México es el lugar donde he elegido vivir y donde decidí vivir la vida que quiero, como la quiero y con quien quiero. ¿Entonces cómo no opinar sobre este lugar? 







jueves, 25 de noviembre de 2010

Insultos que duelen

Ayer salí de mi curso de escritura contenta. Volví en el taxi contenta con una amiga. Caminamos una cuadra juntas y luego seguí sola. Y caminé contenta. Llegué a mi edificio y había dos personas timbrando. Un hombre grande y fornido y una mujer gorda, chiquita y con un pelo rojo espantoso. Vi que timbraban insistentemente y procedí a entrar.

Cuando la mujer vio que yo había abierto la puerta metío su mano y pie para impedir que yo la cerrara. Y me ordenó dejarla pasar. Mi reacción ante su agresividad fue decirle que no. Al edificio se han entrado los ladrones y tenemos la política de no dejar entrar desconocidos, para eso esta el timbre. La señora se enfureció y me dijo que si acaso ella tenía pinta de ladrona. Y aunque no la tenía, uno nunca sabe y volvemos a que no estaba sola, y que el hombre con el que estaba era grande y fuerte. Ante mi negativa procedió a ordenarme que fuera al 203 y viera si su amiga estaba para que le abriera. Y cuando vio mi cara de sorpresa me gritó:

"Y es que usted es una extranjera, no tiene derecho a decir nada porque yo sí soy dueña de este país y no como usted. Cuidese mucho porque siendo extranjera no tiene qué estar haciendo aquí"

Iba a seguir diciéndome cosas cuando un vecino llegó, cerró la puerta y le dijo que si quería algo que timbrara. Pero que nosotros no ibamos a abrirle.

Después de eso llegué finalmente a mi apartamento. Pero ya no estaba contenta. La sensación de ser agredida por no ser mexicana es difícil de explicar. Nunca había tenido que enfrentar una situación así. Claramente muchas veces en la vida me han insultado (el mundo no es agradable) y no dudo que estando en México algunas personas hayan pensado o dicho a mis espaldas cosas desagradables por ser extranjera. Pero nunca a la cara. Nunca así. Y de repente pensé en mi amiga a la que le gritaron Sudaca en España y entendí porqué le dolió tanto. Porque es una intolerancia contra la que no hay argumentos, palabras o actitudes.