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domingo, 4 de septiembre de 2016

La distancia

La distancia... la distancia me ha permitido ver mundos que imaginaba desde niña; me ha hecho crecer y madurar. Ha hecho que mi corazón sea más grande de lo que hubiera podido pensar y pueda tener un cariño profundo por personas que no veo hace años. 

La distancia me ha permitido conocer a gente que jamás se hubiera cruzado en mi pequeño radar bogotano y me ha enseñado que puedo quererlos y dejarlos que cambien mi vida. Me ha dado amistades profundas, aventuras que me harán sonreír cuando tenga 80, una carrera de la que me siento orgullosa. La distancia me ha hecho fuerte y me ha enseñado a aprovechar los momentos que tengo con los que quiero cuando puedo estar con ellos. 

La distancia me ha permitido crear la vida que quería y soñaba. Pasaré mi vida entendiendo todos los motivos por los que yo necesitaba irme, crear una vida lejos, rodeada de extraños y con el reto constante de entender códigos foráneos. 

Y soy feliz con la distancia. Soy feliz en este país, esta ciudad y estas calles que se convirtieron en mi casa. 

Pero hay días en que aborrezco esta distancia. Donde me siento egoísta por necesitar estar lejos de los que más quiero. Donde no puedo entender por qué desde niña quería vivir en otro país, con otra gente, en otra realidad. 

Este mes me ha hecho vulnerable, me ha hecho sentir sola y me ha asustado. Estas semanas de tristeza se han instalado en mi corazón. 

Cierro los ojos y sé que mi vida esta aquí, que es aquí donde quiero estar. También sé que he logrado construir una vida que me permite tener fines de semana en Colombia y abrazar y ser abrazada... Cierro los ojos y no hay duda de que no quiero volver. Pero no sé cómo quitarme la tristeza de la distancia, la culpabilidad de no estar, la rabia conmigo misma por ser esa que siempre necesitó irse... 


martes, 20 de noviembre de 2012

Días de días

Hay días donde perder la fe en la humanidad y en el universo es facilísimo. Días como hoy. Y para mí es gravísimo perder esa fe porque dado que yo no tengo ninguna fe religiosa que me haga sentir que todo va a estar bien. 

Pero sí. Hoy, por lo menos hoy y por ahora, me doy permiso de odiar al universo. Porque la verdad es que ha estado insoportable últimamente. Entre la irlandesa que mataron en una clínica al rehusarse a hacerle un aborto cuando sabían que el bebé se iba a morir de todas formas; el pendejo de Gerlein convenciéndome que definitivamente siempre habrá un homofóbico con micrófono recordándonos que no todos somos iguales aún cuando deberíamos serlo ante los ojos de la ley y los pesqueros sanandresanos que ahora no van a tener con que vivir, el universo me tiene con ganas de meterme en una cueva y no salir de ahí. 

Y no. No voy a unir a esta lista la estrellada contra una realidad fea y decepcionante que tuve este fin de semana donde sentí mis sueños romperse contra ese universo que tan aburrida me tiene, ni la diarrea (literal diarrea) que tuve todo el fin de semana y que me tiene hasta hoy tomando Pedialyte, ni como Pollo decidió mandar un mail terminando en Saludos el peor día posible, ni como los del sitio de fotos de la boda a la que fui decidieron que no puedo bajarlas negándome el placer de perder el tiempo de buena manera... no. No voy a unir esas cosas. Porque finalmente hay otras mucho peores. 

Pero sí. Hoy ando sin fe en la humanidad y en el universo. Con ganas de meterme en una cueva y no volver a salir nunca más. Entendiendo a los que un buen día mandan todo a la mierda y se van a vivir con los monjes budistas. 

Y sí. Sé que en todo esto ha habido grandes y muy buenos amigos que han estado, se han preocupado, me han dado sus palabras y cariños para hacerme sentir menos peor. Que afortunadamente he aprendido a no volverme ostra y pedir cariño cuando lo necesito, logrando que hasta me llevaran a ver Mary Poppins a que me cantara que todo puede ser. 

Pero en este instante... nada de eso es suficiente. En este instante, me duele vivir en un mundo donde hay tanta gente idiota, donde el odio gana tantas veces, donde no sé qué va a pasar y el "casi" nuevamente es la palabra que rige mi día. 

Así que si alguien tiene información sobre vuelos baratos a una bonita cueva en los Himalayas, aquí recibo los datos. 





domingo, 18 de diciembre de 2011

Maldita gripa

Este no era el fin de semana para estar enferma.

No era el fin de semana para dormir 20 horas, tener sueños con fiebre y ser incapaz de tener los ojos abiertos por más de 20 minutos.

Era el fin de semana para ir al Cirque du Soleil, abrazar a Possibility-Boy, tener una deliciosa tarde de sábado, divertirme por la noche, desayunar en domingo y seguir estando cerca. Para no pensar en lo que pasará en la semana y simplemente disfrutar que estamos. Para dejar que todo fluya.

Pero no paso.

La fiebre, el dolor de cabeza, el cansancio y los mocos pesaron más. Y mientras estoy entre mi cama, sintiéndome un poco mejor pero aún así con el cuerpo adolorido, él esta en Xochimilco y yo no puedo estar más que frustrada de saber que este era el último fin de semana juntos. Que él se va y luego yo me voy y que no hay forma de saber cuándo nos vamos a volver a ver.

Y no hay nada que hacer.

Sé que esto se trata de tener confianza en que voy a estar bien, en que las cosas se resolverán, pero hoy no me preocupa el futuro, me frustra es el presente de no poder estar con quién quiero como quiero.


viernes, 2 de diciembre de 2011

Lo que había olvidado

Hoy estoy enferma. No sé que tengo, pero como siempre que estoy enferma, me siento sensible y vulnerable. Me acuerdo de Ángela, la psicóloga diciéndome que esto siempre pasaría y acepto que es cierto: cada vez que me enfermo, todo lo siento a flor de piel.

Y entonces se me ocurrió ver Grey's Anatomy. Lexie habla con la novia de un paciente y le explica que amarlo significa alejarse, dejarlo ir porque es la única forma de que él viva. Y de repente me acordé que eso fue amar a Open-Boy.

En todos estos meses de tristeza, dolor, frustración, silencio, ausencia y finalmente, aceptación... creo que en algún punto olvidé cómo fue amarlo. Olvidé que encontré a alguien a quién quise de forma tan profunda y tan real que supe que su felicidad solo podría suceder en contra de la mía y opté luchar por la de él... Porque en el fondo, lo amaba tanto que si él es feliz, eso es lo que importa.

Después de su partida, cuando solo me quedó su silencio, vi muchas cosas. Vi lo incorrecto que era él para mí, todo lo que le faltaba para ser la persona que yo quiero en mi vida; me llené de frustración ante sus decisiones y ante lo que yo percibo que pasa en su vida. Y olvidé que en el acto de amor más grande... yo comprendí que él tenía que irse, porque la manera en que él ve la vida y entiende la felicidad, solo le permitía alejarse si quería ser feliz. Y con esa comprensión, vino mi silencio, mi despedida sin pedirle nada, mi aceptación de que lo amaba lo suficiente para fomentar que él se fuera tras su felicidad...

Luego lo juzgué, luego sentí cuan equivocado esta. Pero eso no importa.

He seguido adelante, he llegado al momento en que hay días en que no me acuerdo que él un día fue parte de mi vida, he construido sobre todo lo que se derrumbó y ahora estoy bien. Y hoy, enferma, sensible y vulnerable, reconozco que también era importante recordar qué tan fuerte fue mi amor por él... porque fue eso lo que desencadenó todos los cambios que ha habido dentro de mí y que hoy hacen que yo este bien.

***And so I wish for him to be able to find his hapiness and wellbeing, just like I did the day I said goodbye to him.

sábado, 27 de agosto de 2011

Sobre las ausencias y las presencias

Cuando lo pienso, la diferencia más grande entre mis papás es que mientras mi papá es un eterno optimista, mi mamá es una eterna pesimista. Y tal vez sea porque fue ella quién siempre estuvo cerca o tal vez sea solo yo, pero yo tiendo a caer en la visión half-empty. Es algo que no me gusta de mí y contra lo cual intento luchar a diario.

Y hay días en dónde es más difícil ser optimista o sentirme bien. Días como hoy por ejemplo. Siempre he sido emocionalmente vulnerable a las enfermedades y desde que vivo lejos, me dan aún más duro. Así que hoy, cuando estoy en muletas y me duelen múltiples partes de mi cuerpo, no puedo evitar sentirme triste y ver las cosas negras.

Y entonces, me pesan más las ausencias de lo que me alegran las presencias. Y no debería ser así. Pero no sé cómo no pensar en el que se está alejando o en la que no me ha llamado aún cuando yo creí que éramos muy cercanas. Mis amigas de Colombia han estado súper pendientes, un amigo me rescató y ayudó cuando más lo necesitaba, una gran amiga me trajo comida, otras han escrito y por supuesto, mi familia ha llamado hasta que el teléfono se descargó. Y yo solo siento el dolor de los que deciden estar lejos. Los que no quieren enviar ni un mensaje y prefieren cerrarse.

Es una tontería. Lo sé. A uno debería importarle más los que están que los que no... Así que seguiré con mi proceso de concentrarme en mí, en cuidarme y tratar de no sentir esas ausencias que hoy tanto duelen.


lunes, 3 de mayo de 2010

Incapacitada

El sábado pasado me acosté y dormí incómoda. El domingo me levanté y me dolía la espalda. Desde ese momento no me ha dejado de doler. Yo, que aborrezco con toda mi alma ir al médico, acepté que una amiga de la oficina me pusiera una inyección. Y me automediqué. No le hice caso a mi mamá de ir al médico. Tenía muchas cosas que hacer. MUCHAS. Y no había tiempo. Pero el miércoles mi jefa me vio y me mandó al médico.

El médico, un boliviano absolutametne adorable, quiso incapactirme. Pero yo tenía MUCHAS cosas que hacer. Así que acepté sus medicamentos y esperé que fueran suficientes. Luego pasé jueves y viernes corriendo. Subiendo y bajando. Con dolor todo el tiempo. Tanto que el jueves me subí en el taxi y lloré de todo el dolor que había aguantado y que aún tenía. El sábado descansé pero el dolor siguió ahí. El domingo decidí lavarme el pelo. Y ahí morí. El dolor más espantoso. Subir los brazos se convirtió en una tortura medieval. Casi no termino de enjuagarme el pelo. Así que hice lo que odio... llamé al médico, quién aceptó verme en domingo.

En su consultorio y con pinta dominguera me examinó y decretó que estaba mucho peor que el miércoles cuando me había visto. Y procedió a ordenar: doble dosis de medicamento, fisioterapia, collarín e incapacidad. Pero es que todavía tengo cosas que hacer, intenté reclamarme. Y ahí empezó su regaño tipo papá-médico acerca de las prioridades en la vida, de cómo uno no elige enfermarse pero si elige cuidarse, de pensar en mi futuro y en mi salud. Y luego esgrimió un gran argumento... si te dan incapacidad 2 veces en menos de una semana es por algo.

Así que aquí estoy. Con mi collarín, mi dosis doble de medicamento la cual me tiene un poco zoombie (muy zoombie para ser sincera) y mi incapacidad. Aburrida como una ostra. Y pensando en lo que no debería, en ese sentimiento de responsabilidad, de no cumplir con lo que debo. Y sé que no esta bien, sé que hay sacrificios que no valen la pena y que yo y mi salud, estamos primero. Aún así, me siento mal. La gran ñoña que soy, odia fallar y odia no poder cumplir con lo que debe.

***
Uno de mis recuerdos más vividos de infancia es mi mamá hablando con una profesora del colegio en cuarto de primaria. Yo sentada oyendo a mi mamá decir que yo no contaba nada de lo que pasaba en el colegio cuando llegaba a la casa. Y mi profesora diciendo que en el colegio era igual, yo no contaba nada de lo que pasaba en la casa. Durante muchos años intenté mantener ese sistema. Incluso en mi antigua oficina se quejaban de que no sabían nada de mí. Y a mi me parecía bien porque estaba segura de que hay cosas que no se mezclan y que la mayoría de la gente del trabajo no era mi amiga o eran amigos circunstanciales, con quienes no era conveniente compartir tanto. Pero ahora mi vida es distinta, estando en la distancia los círculos sociales son mucho más pequeños y he terminado por compartir muchas cosas que en otras circunstancias hubiera callado. Y esta bien. No me quejo. Pero empiezo a darme cuenta, que eso no quiere decir que no tuviera razón desde el principio.