lunes, 13 de diciembre de 2010

Sobre el fin de semana...

Jugamos al juego de acercarnos y alejarnos. y esta bien, porque al final del día creo que los dos sabemos que mejor de lejitos...

viernes, 10 de diciembre de 2010

Un año sin él


Hace un año era jueves. Había pedido permiso en la oficina para ir a Migración a recoger una carta que me permitiría salir del país sin mi FM3, por esto dormí un poco más. Serían las 8 de la mañana cuando sonó el teléfono. Era mi mamá. Triste. Llorando. No recuerdo exáctamente qué me dijo pero me dio la noticia, mi abuelo se había muerto.

De ahí todo fue feo. Ese día ya no fui a trabajar. Mi mamá me dijo que la familia había tomado la decisión de esperarme hasta que yo llegara para hacer el entierro. Así que los siguientes días fueron bizarros, ir a trabajar, participar de las fiestas de navidad de mi cliente, interactuar con la gente como si nada.

Pero todo era diferente. Desde entoncce todo ha sido diferente. El dolor me ha cambiado y en estos 365 días no ha habido un sólo día en que no piense en él y no sienta su pérdida. Todo el mundo, mi mamá incluida, me dice que debo pensar que fue lo mejor, que él esta mejor así. Y yo sé que eso es cierto, por años, mi abuelo estuvo aburrido en la casa, sin tener algo que hacer. De él fue quién heredé mi inmensa necesidad de independencia y me puedo imaginar lo que significó para él, perderla.

Y todo eso lo sé de forma racional. Pero eso realmente ayuda poco. Aún me cuesta hacerme a la idea de que él ya no es parte del mundo, ya no me siento tan segura como antes y no dejo de pensar en todo lo que me gustaría compartir con él.

En muchos aspectos siento que este año lo he vivido en hold, sin saber cómo seguir adelante. Con el tiempo he comprendido que estoy haciendo el duelo de un padre y que tengo derecho a tomarme el tiempo necesario para aprender a aceptar su ausencia.

Hoy me quise dar el día para sentir la tristeza y el dolor. No estaré mañana en la misa a la que irá mi familia, no soy religiosa y no creo que eso aporte, pero si quisiera poder compartir ese momento. Al igual que hace un año, hoy me pesa no tenerlos cerca, ellos mejor que nadie saben cómo era mi relación con él y si estuviera allá tendría la oportunidad de dar y recibir abrazos, de sentirme querida y darles mi cariño. De estar triste en grupo.

Pero... como ya dije, de él heredé mi independencia... y esa independencia, me ha llevado a estar aquí. Así en días como hoy, me pese tanto.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Cosas horribles que pasan

Anoche fui a la fiesta de celebración del matrimonio de mi amiga Lu. Era una noche para festejar las cosas buenas de la vida, para que ella y su marido estuvieran con los que los queremos, para comer rico y bailar.

Y de repente, mientras bailábamos el papá de su marido se desplomó en el piso. El mismo hombre que un rato antes había dado un hermoso discurso donde nos hizo reir a todos mientras nos contaba lo mucho que amaba a su hijo, estaba en el suelo, inconciente y sin respirar. Los minutos más largos pasaron antes de que llegara una ambulancia.

Para cuando ésta llegó, ya todos estabamos en silencio, el lugar estaba lleno de caras tristes e impotentes. Unos pocos se movían. En algún momento yo intenté sentirme útil preguntándoles a los del lugar que dónde estaba la maldita ambulancia que no llegaba. Pero nadie más podía hacer nada.

Finalmente el suegro de Lu se fue, con un hombre sentado en su pecho intentando que su corazón funcionara. Unas horas más tarde ella y otro amigo me avisaron que él falleció.

Tras bajarme del taxi que me trajo hasta mi casa me ataque a llorar. Jamás había vivido algo así. Y una vez más, como aquella vez que mi amiga me contó sobre la muerte de su abuelo y yo terminé llorando por el mío, en esta situación todo se me revolvió de nuevo. El sonido de la ambulancia me llevó a aquella en la que me tuve que subir cuando él enfermó. La angustia de ver a alguien que se está muriendo, hizo que me aferrara su reloj.

Pronto se va a cumplir un año de su muerte. Y yo sigo extrañándolo todos y cada uno de los días. Ya no tengo el mismo afán de antes por el día que deje de doler, he aceptado ese dolor como algo que pasa y que no puedo evitar. Pero ayer, mientras trataba de dormirme, con la mezcla de los recuerdos de lo que pasó y de mi abuelo, volví a querer que su ausencia ya no sea tan dolorosa, tan profunda, tan inserta en mí.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Insultos que duelen

Ayer salí de mi curso de escritura contenta. Volví en el taxi contenta con una amiga. Caminamos una cuadra juntas y luego seguí sola. Y caminé contenta. Llegué a mi edificio y había dos personas timbrando. Un hombre grande y fornido y una mujer gorda, chiquita y con un pelo rojo espantoso. Vi que timbraban insistentemente y procedí a entrar.

Cuando la mujer vio que yo había abierto la puerta metío su mano y pie para impedir que yo la cerrara. Y me ordenó dejarla pasar. Mi reacción ante su agresividad fue decirle que no. Al edificio se han entrado los ladrones y tenemos la política de no dejar entrar desconocidos, para eso esta el timbre. La señora se enfureció y me dijo que si acaso ella tenía pinta de ladrona. Y aunque no la tenía, uno nunca sabe y volvemos a que no estaba sola, y que el hombre con el que estaba era grande y fuerte. Ante mi negativa procedió a ordenarme que fuera al 203 y viera si su amiga estaba para que le abriera. Y cuando vio mi cara de sorpresa me gritó:

"Y es que usted es una extranjera, no tiene derecho a decir nada porque yo sí soy dueña de este país y no como usted. Cuidese mucho porque siendo extranjera no tiene qué estar haciendo aquí"

Iba a seguir diciéndome cosas cuando un vecino llegó, cerró la puerta y le dijo que si quería algo que timbrara. Pero que nosotros no ibamos a abrirle.

Después de eso llegué finalmente a mi apartamento. Pero ya no estaba contenta. La sensación de ser agredida por no ser mexicana es difícil de explicar. Nunca había tenido que enfrentar una situación así. Claramente muchas veces en la vida me han insultado (el mundo no es agradable) y no dudo que estando en México algunas personas hayan pensado o dicho a mis espaldas cosas desagradables por ser extranjera. Pero nunca a la cara. Nunca así. Y de repente pensé en mi amiga a la que le gritaron Sudaca en España y entendí porqué le dolió tanto. Porque es una intolerancia contra la que no hay argumentos, palabras o actitudes.



viernes, 5 de noviembre de 2010

Día de muertos


México es famoso por muchas cosas. El tequila, los machos, el chile. El Chavo del Ocho. Su celebración del día de muertos. Este es el tercer año que vivo en México pero tan sólo hasta ayer pude ver la celebración de muertos. Aparentemente la tercera sí es la vencida.

La relación que en México tienen con la muerte es algo que todavía no termino de comprender. Así como en Colombia nosotros le vendemos chivas de cerámica a los extranjeros, aquí se venden pequeños esqueletos. Por todas partes hay Catrinas, una calavera femenina que se ha convertido en el símbolo del día de muertos. Estas muñecas, usualmente hechas de papel maché las decoran con plumas de colores y escarcha. Y ahora que se acercaba el día de muertos por todas partes había dulces en forma de calaveras, ataúdes, esqueletos, etc.

El día de muertos es una de las tradiciones más antiguas de México, una que como muchas cosas en México existía antes de la llegada de los españoles y que se mezcló con el catolicismo. Cada región de México celebra de forma distinta el día de muertos. Sin embargo, la creencia es la misma en todas partes, una vez al año, los muertos visitan el mundo de los vivos.

La celebración del día de muertos se realiza por todo México, sin embargo, el estado de Michoacán y particularmente el pueblo de Pátzcuaro es famoso por la belleza de los cementerios y altares. La mamá de una de mis mejores amigas vive muy cerca de este pueblo y me invitó a pasarlo con ella. Mi amiga está viviendo en China así que yo me fui a jugar a la hija adoptiva.

Para recibir las ánimas que visitan este mundo, la tradición dice que las tumbas deben decorarse y arreglarse. Desde que llegué el sábado a Páztcuaro por todas partes había unas flores naranjas que parecen pompones llenas de pétalos. Se llaman Cempaxóchitl y tienen un olor dulce, que ahora asocio con los cementerios. Estas flores se creen que atraen y guían las almas de los muertos y por eso las ponen en las tumbas. Cuando digo poner, en realidad me refiero a cubrir por completo las tumbas. En cada una de éstas, los vivos preparan el altar de muertos, el cual tiene en su base las flores y pétalos naranjas, y van acompañados de frutas, dulces, muñequitos, fotos del difunto, cosas que le gustara comer y tomar al muerto o que lo caracterizara. Así entonces, uno ve tumbas con chocolates, cigarrillos, tequila, coca-cola, dulces, etc. Y además de esto, el pan de muerto, el cual es un pan dulce que suele ser redondo y a veces tiene relleno de nata. La idea dice que los muertos y los vivos conviven esa noche, cenan y están juntos. Por eso, buscan llevarles lo que más les gusta. Para que disfruten.

En los lugares más tradicionales las familias pasan la noche completa en el cementerio. Y esto se ha convertido, particularmente en Pátzcuaro y sus alrededores en un espectáculo al cual llegan miles de turistas de todas partes.
Con Adela, la mamá de Lorena, mi amiga, fuimos a uno
de los cementerios más grandes de la región. La verdad es que es una cosa alucinante que a duras penas puedo describir. Familias con bebés, niños y ancianos sentadas alrededor de las tumbas de sus familiares, comiendo y hablando con completa naturalidad. Una de mis principales curiosidades era qué tan triste era el ritual y encontré que depende de cada familia y de hace cuanto haya fallecido el muerto. La gente no deja de visitarlos y de pasar con ellos la noche de muertos, así hayan pasado 20, 30 o 40 años. Pero a veces, el duelo ha pasado y ya no están tan tristes. En otros casos sí pude ver el dolor de la gente, sentada recordando al que se les fue.

Y como hace muchos años aprendí en Varanasi, l
a ciudad india donde queman a los muertos, la vida y la muerte siempre están juntas. Así que por el cementerio los niños corrían jugando, los papás los regañaban y a la entrada había toda clase de puestos de comida. Esto es México, donde uno esté hay una taquería cerca. Incluso en el cementerio. Para pasar la noche las familias van preparadas con cobijas, comida, trago y sillas. Una mujer con la que hablé me contó que a veces es muy difícil por el frío, incluso hay años donde hay heladas. Pero la gente no se va. Esta acompañando a sus muertos y eso es más importante que el resto.

El segundo cementerio que visitamos me impactó muchísimo. Era de un pueblo más pequeño y mucho más humilde. Así que no había decoraciones tan extravagantes como en el primero donde algunas tumbas incluso tenían luces como de navidad. Pero este era más íntimo. Mucha gente en silencio, menos niños corriendo, aunque
algunos chiquitos
felices me contaron las historias de sus abuelos o de cómo ellos son los encargados de deshojar las flores. Este cementerio, al ser más antiguo tiene tumbas que ya no tienen parientes vivos. Pero esto no significa que la gente no las adorne. Los vecinos se encargan de ponerles aunque sea una flor y una vela. Y a la entrada encontramos un altar especial para aquellos que ya no tienen quién los honre. Ver este altar, hecho por los niños del catecismo, pensado en quienes ya no tienen quién los recuerde me impresionó profundamente.

En este pueblo, la tradición es llevar la comida en canastas cubiertas con servilletas de telas. Allí, llevan algo que le gustara al muerto como tamales, pan de muerto, arroz, etc. Dejan la comida toda la noche sobre la tumba, a las 6 de la mañana se van a misa y cuando regresan abren las canastas y todos los que han pasado la noche allí desayunan lo que llevaron. Comparten entre todos y dejan un plato con comida sobre la tumba.

Otro elemento que me impactó fue la llamada noche de los angelitos, que es un día antes de la noche de muertos, es decir el 31 de octubre. Esa noche en las casas donde han fallecido niños durante el año, las familias abren las puertas de sus hogares a quién quiera acompañarlos mientras esperan a sus muertos. Los padrinos de los niños se encargan junto con los padres de tener comida y bebida para los vecinos que usualmente llegan a la casa. La verdad, aunque estuvimos invitadas a ir en búsqueda de estas casas y sabiendo que no importaba que fuéramos ya que es parte de la tradición, sentí que era invasivo ir a ver cómo lidian con la muerte de un niño.

La experiencia del día y noche de muertos fue algo muy fuerte. Yo nunca he sabido muy bien en qué creo. La verdad es que envidié un poco a los que estaban en los cementerios. Una parte de mí sabe que quienes se han muerto no me han dejado nunca del todo y que viven en mí. Pero yo sería muy feliz de poder tener una noche al año donde realmente sintiera que mi abuelo está conmigo nuevamente, que podemos cenar y hablar, que estamos juntos otra vez.

domingo, 24 de octubre de 2010

Sobre la confianza y la paciencia

Nunca he sido una persona paciente. Vivir en India ayudó a que lo fuera un poco más, pero realmente no es una de mis cualidades. Y en los días en que me frustra no tener a alguien que me quiera y a alguien a quien querer, la gente habla de paciencia.

Hoy me pregunto si el tema es de paciencia o de confianza. Porque lo que siento es que empiezo a perder la confianza... no la paciencia. Confianza en que eso que dicen es cierto... que eventualmente la persona llegará. Que un buen día me encontraré a mi misma en una relación sana, con una persona a la que quiero y me quiere.

Tantas veces he escrito ya en este blog sobre este tema. Ya tantas veces he expuesto mis sentimientos. Y en estos meses, cada día me siento más jaded y menos convencida de que algo esta por ahí. Incluso ahora cuando he encontrado a alguien que me llama la atención y con quien me dan ganas de averiguar si podría haber algo real, no tengo la confianza en que realmente algo sucederá.

Y no sé si eso es parte del problema o de la solución.


jueves, 21 de octubre de 2010

3X8 = 24


El otro día estaba oyendo uno de mis podcast favoritos, How Stuff Works y hablaban de unos científicos miedosisimos que buscan lograr que la gente requiera menos horas de sueño para funcionar. Al parecer para estos individuos si la humanidad sólo requiriera dormir 1 o 2 horas diarias tendríamos mucho más tiempo para alcanzar nuestros objetivos. Por mi parte estoy absolutamente en contra, primero porque a mí en lo eprsonal me fascina dormir y segundo, porque estoy convencida que las horas extras que adquiriríamos no las usaríamos para estar con nuestras familias, ir a cine, visitar museos, bailar, pasear al perro, etc. Las usaríamos para trabajar. Porque (y díganme ñoña) eso es lo que fomenta la sociedad en la que vivimos.

Entonces en el podcast explicaron que en un principio se había ideado que se trabajaban 8 horas diarias para tener 8 horas de dormir (lo que se requiere) y otras 8 para tener una vida. Y no he podido dejar de pensar en eso. Últimamente me parece que me levanto, voy a trabajar, trabajo, me devuelvo, veo tele un rato y me duermo. Claramente hay días en los que voy al gimnasio, salgo con mis amigos y hago otras cosas... pero 8 horas diarias de vida? no siento que las tenga.

Veamos.

  • Me levanto una hora antes de salir a mi casa, tiempo que paso arreglándome y desayunando. Supongo que eso es tiempo para mí (lo cual no es igual a tiempo para hacer cosas que realmente me gusten o aporten). Algunos días voy al gimnasio y eso sí es tiempo para mí.
  • Trabajo de 9 a 7 y tengo 1.5 horas de comida (que no siempre tomo... muchas veces como corriendo o frente a la compu), eso son: 8.5 horas diarias.
  • Por las mañanas me tardo en promedio 1 hora llegando a la oficina, tiempo que uso para oir mis podcasts así que lo tomaré como tiempo para mí.
  • Por las tardes me tardo también 1 hora de regreso y aunque podría decir que es tiempo para mí, la verdad es más tiempo muerto que otra cosa.
  • Llego a mi casa alrededor de las 8 de la noche y tiendo a dormirme a las 11. Eso son 3 horas que uso para ver tele, hablar con mi mamá, salir con mis amigos, ir al gimnasio, etc.
  • Luego duermo. Y en general si duermo las 8 horas que en teoría debo dormir.
Así parece que los días en que no me tomo mi hora de comida completa, sólo tengo 5 horas para mí (y eso incluye la hora en que me levanto, baño, visto, etc). Por tanto, creo que es hora de empezar a valorar ese tiempo, a respetarlo un poco más y a utilizar mejor el tiempo cuando llego a mi casa.

Siempre he luchado por mis espacios y mis tiempos, debo continuar haciéndolo. La vida nunca es sólo un componente, son muchos. Trabajo, amigos, familia, hobbies, amor, tonterías varias, etc. Y yo necesito continuar cuidando el espacio que tengo para mí.

viernes, 15 de octubre de 2010

10 años

Llevo varias semanas pensando en que lo que sucedió hace diez años. Por protección a mi propia intimidad prefiero no aclarar qué pasó. Creo que además, eso no importa. Importa que estos diez años han significado un cambio de vida. Hace diez años tuve que transformar la manera en que vivo, me relaciono, pienso y enfrento las cosas. Ha sido un proceso increíblemente largo. Un proceso donde he necesitado la ayuda de otros y el valor que hoy me enorgullece saber, tengo.

How did I know that someday - at college, in Europe, somewhere, anywhere - the
bell jar, with its stifling distortions, wouldn't descend again?
The Bell Jar, Sylvia Plath.


En estos diez años aprendí a conocerme y saber quién soy. Aprendí que lo más importante en la vida es ser responsable conmigo misma y mi tranquilidad. Así, he aprendido que hay cosas buenas para uno y cosas que hacen daño. De la mano de Ángela, aprendí como si fuera diabética a identificar estas últimas. También aprendí a no tener miedo de aceptar cuando las cosas no están bien, a alzar la mano, decirlo en voz alta, cambiar las cosas y tomar las medidas necesarias para
estar bien.

Al comienzo lo que sucedió era una parte muy importante de mi historia personal. Hoy ya no lo es. Ahora, cuando encuentro personas con quienes tengo una confianza muy grande y siento que son parte de mi vida de una manera significativa, les cuento. No porque sea relevante hoy ni sea algo en lo que piense constantemente. Pero es una parte de mi recorrido y fue determinante para
hacerme quién soy. Suena cursi pero en mi vida hay un antes y un después. Y ese antes no lo olvido.

I took a deep breath and listened to the old bray of my heart: I am, I am, I am.

The Bell Jar, Sylvia Plath.


Luego de lo que pasó, hace diez años tuve que reconstruirme. Y establecí metas, prioridades y objetivos. Creo que logré casi que todos ellos. Volví a disfrutar de estar sola, seguí en la universidad, me gradué, viajé, reconstruí mis amistades más valiosas y me enamoré. Hoy, diez años más tarde siento que estoy bien, he logrado encontrar la estabilidad en México y tengo proyectos y sueños a los que ya no les tengo miedo. He vuelto a escribir y a despertar la parte
creativa en mí. Tal vez sólo hay dos cosas que en este momento cambiaría: quisiera tener mayores posibilidades de ir más seguido a Colombia… y quiero encontrar a alguien a quién querer. Otra vez.

I need love. I need the thing that happens when your brain shuts off and your
heart turns on.
Prozac Nation, Elizabeth Wurtzel.


Hoy vivo. Porque puedo y porque quiero. Porque hoy y todos los días yo elijo hacerlo.

sábado, 9 de octubre de 2010

Here we go again

El tema del cyber-stalking es que hace que uno se entere de cosas cuando no las espera. Como hoy... que es un sábado normal, donde trabajé toda la tarde y decidí antes de ir a arreglarme ver un rato Facebook para distraerme. Y sin saber muy bien cómo terminé en la página del Ex. Y veo que alguien en su wall le pone: "Me contaron que se casa, lo felicito", etc.

Algunas personas tal vez me juzguen por el hecho de que esa noticia todavía me genera impresión. Hasta yo misma me juzgo un poquito por eso. Pero la verdad es que el Ex fue alguien muy importante en mi vida y a una parte de mí siempre le ha dolido ver que él no encuentra lo que quiere. Otra parte de mí sigue siendo la loba herida que siempre he sido y simplemente se enfurrusca cuando lee que se va a casar.

Esta vez trataré de ser the bigger person and the grown up, y desear que esta vez lo logre y que la niña con la que se va a casar lo quiera con el corazón. Lo haga feliz y le permita estar en paz consigo mismo después de tanto tiempo de luchar por ello.

domingo, 3 de octubre de 2010

Un motivo más

Domingo otra vez. Amanecí sensible. Pensando en mi abuelo. Con ganas de estar en mi casa de Bogotá, la que vendieron y ya no existe, ir a su cuarto y estar. Tal vez ni siquiera hablar. Sólo estar. Sentirme segura como cuando estaba con él. Verlo a los ojos.

Pero ya no esta. La casa ya no esta. Y esa parte de mi vida se acabó.

Mucha gente me pregunta cuáles son mis planes en México. Si quiero volver a Colombia. Y yo no quiero. No porque no haya razones para volver. Esta mi mamá, mi familia, mis amigos. Pero yo me fui sabiendo que no quería volver, y han pasado casi tres años y eso no ha cambiado. Extraño verlos y si pudiera cambiar en algo mi vida sería tener la facilidad de ir más seguido.

Pero hoy... hoy acepto, que un motivo más para no volver es no tener que sentir más su hueco. Ya es suficiente con el que tengo de manera permanente en mí como para estar allá, pasar por las calles donde estuvimos, ver de lejos la casa donde vivimos, sentir aún más su ausencia.




martes, 14 de septiembre de 2010

Serie Sólo me pasa a mí, entrada dos: una de marranos.

DEL PEOR BAÑO DEL MUNDO O DE CÓMO FUI UNA DUCHA PORCINA.

Estoy en camino a Badami, India. No sé de dónde vengo. El recorrido es eterno en un bus de comienzos de siglo. Con sillas totalmente rectas, ventanas negras de mugre y un radio mal sintonizado. Hace horas que hicimos la última parada. Mi garganta está seca por el polvo. Y por no beber nada. No he tomado ningún líquido desde por la mañana. Es la única forma de disminuir la cantidad de veces que voy al baño.


Cualquiera que me conozca sabe que tengo la vejiga de una hormiga y que hago pipí cada hora. Entonces estos viajes en bus son una tortura. Así que no bebo nada antes de realizarlos. Pero en este caso no ha funcionado ya que el viaje se ha alargado y ya llevamos cuatro horas sin parar. Cada minuto que pasa siento mi vejiga hincharse. La cosa no pinta bien. De repente paramos en lo que parece ser una tienda. En realidad es un puesto de chai, donde varios hombres toman la tradicional bebida y fuman. No hay mujeres a la vista. Tampoco hay un pueblo a la vista razón por la cual no puedo evitar preguntarme desde dónde han venido por un poco de chai.


El chofer de mi bus se baja seguido por otros hombres. Las mujeres se quedan con cara de aburridas. No hay más turistas. Soy la única. Y mi vejiga ya no resiste. Así que me bajo lentamente del armatoste y busco un lugar donde pueda orinar lejos de las miradas. No hay muchas opciones. En realidad sólo hay una opción: descender por el lado de la carretera hasta lo que un día fue un campo de pasto y que hoy solo es un montón de tierra seca.


Bajo con la esperanza de que el bus no vaya a arrancar sin mí (y con mi maleta) y apenas pierdo de vista el puesto de chai me bajo los pantalones y me acuclillo. Respiro tranquila y orino en paz, hasta que un par de ojos negros me miran con curiosidad. Es un cerdo. Grande y sucio. Yo no puedo dejar de orinar. El puerco no me deja de mirar. Se acerca lentamente. Me huele. Finalmente yo termino de orinar antes de que el animal decida acercarse más. Me despido con una sonrisa y vuelvo pensando que no es posible que en una misma vida yo orine dos veces frente a un marrano.


***

Unos doce años antes la historia fue la misma. Regresábamos de Moñitos, pueblo perdido en el Atlántico colombiano. Era de mis primeros viajes largos con la familia de mi papá. Y sin papá o mamá. El paseo había sido extraño. Me sentía sola y fuera de lugar. Tíos, primos y abuelos con los que no me terminaba de sentir en familia.


Pero ya volvíamos. Y eso me tenía contenta. Volvería a ver a mi mamá, no tendría que comer más pescado y estaría tranquila. Pero para eso teníamos que ir hasta Montería donde quedaba el aeropuerto más cercano. Y eso significaba como 7 horas de carretera. Así que nos levantaron antes del amanecer. Más dormidos que despiertos, nos sentaron, a mis primos ingleses y a mí, en un jeep. Nos dieron jugo y galletas de desayuno y emprendimos el camino. Más tarde cuando empezó a hacer calor nos dieron gaseosas. Y agua. Y más jugo. Y supongo, más galletas.


Horas más tarde mi vejiga ya no aguantaba. Le pedí a mi tía que paráramos para que pudiera ir al baño, ella digna representante de la familia Obregón me dijo que cuando llegáramos al aeropuerto, mientras añadía que finalmente yo había hecho cuando salimos. Y es que ella, al igual que mi papá y otros miembros de esa parte de mi familia tienen vejigas enormes y van al baño una o dos veces al día. Así que no entendía que cada brinco del jeep era una tortura. Que respirar era un riesgo.


Los minutos pasaban y la cosa empeoraba. Uno de mis primos abrió una coca-cola y yo quise morirme. Tan sólo ver el líquido era difícil. Volví a pedir que paráramos. Me explicaron que el aeropuerto estaba a unas cuantas horas y que no podíamos arriesgarnos a perder el vuelo. Ante la idea de unas “cuantas horas” yo perdí todo decoro. Lloré, imploré, rogué y supliqué. Y cuando eso no sirvió, amenacé con orinarme ahí mismo. Y la mirada de pánico de mis primos ingleses y flemáticos fue suficiente.


Nos detuvimos en la primera tienda. Una de esas casas abandonadas por el tiempo, con un letrero de cerveza desteñido y la pintura cayéndose a pedazos. Pero nada de eso me importó. Entré corriendo y pedí el baño. La dueña con la parsimonia propia del trópico me respondió que no tenían (o que estaba dañado, ya no me acuerdo). Yo le dije que o me prestaba un baño o me le orinaba ahí mismo. Así que abrió una puerta y me dijo que hiciera ahí.


Y a ahí salí a hacer. Sin pensar, sin cuestionar, sin racionalizar. Sin mirar qué era ahí. Me bajé los pantalones, me acuclillé y oriné dichosa. Y entonces noté que era ahí. Una marranera. Sucia, con barro y ese particular olor a tierra con mierda. Y frente a mí una marrana grande y gorda mirándome, no con curiosidad, sino con recelo. Si no supiera mejor, diría que hasta con furia. Pero yo no podía moverme. Agaché la mirada para no sostenérsela a la cerda y vi un pequeño puerquito. Feliz bajo mis piernas jugando entre mi orina. Y luego otro. Incómoda y a punto de perder el equilibrio abrí un poco más las piernas. Mala idea. Más espacio para que los pequeños marranitos jugaran. Felices duchándose con mí orina. Y la marrana cada vez más cerca, respirando molesta. Probablemente no estaba de acuerdo con que sus hijos se bañaran. Y menos en orina.


Finalmente, tras lo que parecieron horas y litros más tarde, me estiré y con cuidado volví a la tienda. La vendedora y una de sus hijas estaban riéndose divertidas de la escena. Mi tía al fondo me afanaba para subirme al jeep. Por primera vez no la contradije, corrí tratando de salir de allí lo más pronto posible, pensando en que al menos sería la primera y última vez en que orinaría frente a una familia de marranos.