domingo, 28 de noviembre de 2010

Cosas horribles que pasan

Anoche fui a la fiesta de celebración del matrimonio de mi amiga Lu. Era una noche para festejar las cosas buenas de la vida, para que ella y su marido estuvieran con los que los queremos, para comer rico y bailar.

Y de repente, mientras bailábamos el papá de su marido se desplomó en el piso. El mismo hombre que un rato antes había dado un hermoso discurso donde nos hizo reir a todos mientras nos contaba lo mucho que amaba a su hijo, estaba en el suelo, inconciente y sin respirar. Los minutos más largos pasaron antes de que llegara una ambulancia.

Para cuando ésta llegó, ya todos estabamos en silencio, el lugar estaba lleno de caras tristes e impotentes. Unos pocos se movían. En algún momento yo intenté sentirme útil preguntándoles a los del lugar que dónde estaba la maldita ambulancia que no llegaba. Pero nadie más podía hacer nada.

Finalmente el suegro de Lu se fue, con un hombre sentado en su pecho intentando que su corazón funcionara. Unas horas más tarde ella y otro amigo me avisaron que él falleció.

Tras bajarme del taxi que me trajo hasta mi casa me ataque a llorar. Jamás había vivido algo así. Y una vez más, como aquella vez que mi amiga me contó sobre la muerte de su abuelo y yo terminé llorando por el mío, en esta situación todo se me revolvió de nuevo. El sonido de la ambulancia me llevó a aquella en la que me tuve que subir cuando él enfermó. La angustia de ver a alguien que se está muriendo, hizo que me aferrara su reloj.

Pronto se va a cumplir un año de su muerte. Y yo sigo extrañándolo todos y cada uno de los días. Ya no tengo el mismo afán de antes por el día que deje de doler, he aceptado ese dolor como algo que pasa y que no puedo evitar. Pero ayer, mientras trataba de dormirme, con la mezcla de los recuerdos de lo que pasó y de mi abuelo, volví a querer que su ausencia ya no sea tan dolorosa, tan profunda, tan inserta en mí.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Insultos que duelen

Ayer salí de mi curso de escritura contenta. Volví en el taxi contenta con una amiga. Caminamos una cuadra juntas y luego seguí sola. Y caminé contenta. Llegué a mi edificio y había dos personas timbrando. Un hombre grande y fornido y una mujer gorda, chiquita y con un pelo rojo espantoso. Vi que timbraban insistentemente y procedí a entrar.

Cuando la mujer vio que yo había abierto la puerta metío su mano y pie para impedir que yo la cerrara. Y me ordenó dejarla pasar. Mi reacción ante su agresividad fue decirle que no. Al edificio se han entrado los ladrones y tenemos la política de no dejar entrar desconocidos, para eso esta el timbre. La señora se enfureció y me dijo que si acaso ella tenía pinta de ladrona. Y aunque no la tenía, uno nunca sabe y volvemos a que no estaba sola, y que el hombre con el que estaba era grande y fuerte. Ante mi negativa procedió a ordenarme que fuera al 203 y viera si su amiga estaba para que le abriera. Y cuando vio mi cara de sorpresa me gritó:

"Y es que usted es una extranjera, no tiene derecho a decir nada porque yo sí soy dueña de este país y no como usted. Cuidese mucho porque siendo extranjera no tiene qué estar haciendo aquí"

Iba a seguir diciéndome cosas cuando un vecino llegó, cerró la puerta y le dijo que si quería algo que timbrara. Pero que nosotros no ibamos a abrirle.

Después de eso llegué finalmente a mi apartamento. Pero ya no estaba contenta. La sensación de ser agredida por no ser mexicana es difícil de explicar. Nunca había tenido que enfrentar una situación así. Claramente muchas veces en la vida me han insultado (el mundo no es agradable) y no dudo que estando en México algunas personas hayan pensado o dicho a mis espaldas cosas desagradables por ser extranjera. Pero nunca a la cara. Nunca así. Y de repente pensé en mi amiga a la que le gritaron Sudaca en España y entendí porqué le dolió tanto. Porque es una intolerancia contra la que no hay argumentos, palabras o actitudes.



viernes, 5 de noviembre de 2010

Día de muertos


México es famoso por muchas cosas. El tequila, los machos, el chile. El Chavo del Ocho. Su celebración del día de muertos. Este es el tercer año que vivo en México pero tan sólo hasta ayer pude ver la celebración de muertos. Aparentemente la tercera sí es la vencida.

La relación que en México tienen con la muerte es algo que todavía no termino de comprender. Así como en Colombia nosotros le vendemos chivas de cerámica a los extranjeros, aquí se venden pequeños esqueletos. Por todas partes hay Catrinas, una calavera femenina que se ha convertido en el símbolo del día de muertos. Estas muñecas, usualmente hechas de papel maché las decoran con plumas de colores y escarcha. Y ahora que se acercaba el día de muertos por todas partes había dulces en forma de calaveras, ataúdes, esqueletos, etc.

El día de muertos es una de las tradiciones más antiguas de México, una que como muchas cosas en México existía antes de la llegada de los españoles y que se mezcló con el catolicismo. Cada región de México celebra de forma distinta el día de muertos. Sin embargo, la creencia es la misma en todas partes, una vez al año, los muertos visitan el mundo de los vivos.

La celebración del día de muertos se realiza por todo México, sin embargo, el estado de Michoacán y particularmente el pueblo de Pátzcuaro es famoso por la belleza de los cementerios y altares. La mamá de una de mis mejores amigas vive muy cerca de este pueblo y me invitó a pasarlo con ella. Mi amiga está viviendo en China así que yo me fui a jugar a la hija adoptiva.

Para recibir las ánimas que visitan este mundo, la tradición dice que las tumbas deben decorarse y arreglarse. Desde que llegué el sábado a Páztcuaro por todas partes había unas flores naranjas que parecen pompones llenas de pétalos. Se llaman Cempaxóchitl y tienen un olor dulce, que ahora asocio con los cementerios. Estas flores se creen que atraen y guían las almas de los muertos y por eso las ponen en las tumbas. Cuando digo poner, en realidad me refiero a cubrir por completo las tumbas. En cada una de éstas, los vivos preparan el altar de muertos, el cual tiene en su base las flores y pétalos naranjas, y van acompañados de frutas, dulces, muñequitos, fotos del difunto, cosas que le gustara comer y tomar al muerto o que lo caracterizara. Así entonces, uno ve tumbas con chocolates, cigarrillos, tequila, coca-cola, dulces, etc. Y además de esto, el pan de muerto, el cual es un pan dulce que suele ser redondo y a veces tiene relleno de nata. La idea dice que los muertos y los vivos conviven esa noche, cenan y están juntos. Por eso, buscan llevarles lo que más les gusta. Para que disfruten.

En los lugares más tradicionales las familias pasan la noche completa en el cementerio. Y esto se ha convertido, particularmente en Pátzcuaro y sus alrededores en un espectáculo al cual llegan miles de turistas de todas partes.
Con Adela, la mamá de Lorena, mi amiga, fuimos a uno
de los cementerios más grandes de la región. La verdad es que es una cosa alucinante que a duras penas puedo describir. Familias con bebés, niños y ancianos sentadas alrededor de las tumbas de sus familiares, comiendo y hablando con completa naturalidad. Una de mis principales curiosidades era qué tan triste era el ritual y encontré que depende de cada familia y de hace cuanto haya fallecido el muerto. La gente no deja de visitarlos y de pasar con ellos la noche de muertos, así hayan pasado 20, 30 o 40 años. Pero a veces, el duelo ha pasado y ya no están tan tristes. En otros casos sí pude ver el dolor de la gente, sentada recordando al que se les fue.

Y como hace muchos años aprendí en Varanasi, l
a ciudad india donde queman a los muertos, la vida y la muerte siempre están juntas. Así que por el cementerio los niños corrían jugando, los papás los regañaban y a la entrada había toda clase de puestos de comida. Esto es México, donde uno esté hay una taquería cerca. Incluso en el cementerio. Para pasar la noche las familias van preparadas con cobijas, comida, trago y sillas. Una mujer con la que hablé me contó que a veces es muy difícil por el frío, incluso hay años donde hay heladas. Pero la gente no se va. Esta acompañando a sus muertos y eso es más importante que el resto.

El segundo cementerio que visitamos me impactó muchísimo. Era de un pueblo más pequeño y mucho más humilde. Así que no había decoraciones tan extravagantes como en el primero donde algunas tumbas incluso tenían luces como de navidad. Pero este era más íntimo. Mucha gente en silencio, menos niños corriendo, aunque
algunos chiquitos
felices me contaron las historias de sus abuelos o de cómo ellos son los encargados de deshojar las flores. Este cementerio, al ser más antiguo tiene tumbas que ya no tienen parientes vivos. Pero esto no significa que la gente no las adorne. Los vecinos se encargan de ponerles aunque sea una flor y una vela. Y a la entrada encontramos un altar especial para aquellos que ya no tienen quién los honre. Ver este altar, hecho por los niños del catecismo, pensado en quienes ya no tienen quién los recuerde me impresionó profundamente.

En este pueblo, la tradición es llevar la comida en canastas cubiertas con servilletas de telas. Allí, llevan algo que le gustara al muerto como tamales, pan de muerto, arroz, etc. Dejan la comida toda la noche sobre la tumba, a las 6 de la mañana se van a misa y cuando regresan abren las canastas y todos los que han pasado la noche allí desayunan lo que llevaron. Comparten entre todos y dejan un plato con comida sobre la tumba.

Otro elemento que me impactó fue la llamada noche de los angelitos, que es un día antes de la noche de muertos, es decir el 31 de octubre. Esa noche en las casas donde han fallecido niños durante el año, las familias abren las puertas de sus hogares a quién quiera acompañarlos mientras esperan a sus muertos. Los padrinos de los niños se encargan junto con los padres de tener comida y bebida para los vecinos que usualmente llegan a la casa. La verdad, aunque estuvimos invitadas a ir en búsqueda de estas casas y sabiendo que no importaba que fuéramos ya que es parte de la tradición, sentí que era invasivo ir a ver cómo lidian con la muerte de un niño.

La experiencia del día y noche de muertos fue algo muy fuerte. Yo nunca he sabido muy bien en qué creo. La verdad es que envidié un poco a los que estaban en los cementerios. Una parte de mí sabe que quienes se han muerto no me han dejado nunca del todo y que viven en mí. Pero yo sería muy feliz de poder tener una noche al año donde realmente sintiera que mi abuelo está conmigo nuevamente, que podemos cenar y hablar, que estamos juntos otra vez.