jueves, 23 de junio de 2016

Si no es perfecto, esta pésimo

Cuando estaba en el colegio al final de cada trimestre nos tocaba hacer una "Autoevaluación", donde uno analizaba cómo se había portado en el periodo y al final se ponía una calificación. No sé cuál habrá sido la realidad de cada vez, pero cuando pienso en el tema de lo que me acuerdo es de querer ponerme Excelente pero sentir que era un poco pedante y dudar si mejor ponerme un simple Bueno. 

Algo pasó en mi vida y unos años más tarde me transformé en una persona a la que le queda imposible asignarse un Excelente como calificación propia. Cuando voy a la nutrióloga siempre me pide que califique cómo me porté durante la semana, en términos de qué tanto me hidraté, cómo seguí la dieta, cuánto ejercicio hice... y cada semana mi calificación sobre 10 es un 7 o cuando estoy orgullosísima de mi misma un 8... y cada semana ella armada con medidas reducidas y menores porcentajes de grasa me dice que mi calificación debería ser más alta. 

Pero yo no le creo. 

Porque mi cerebro esta programado para pensar que nada de lo que hago es suficiente, que siempre hubiera podido hacer más, que soy yo la que falla... y racionalmente sé que es bueno exigirme y buscar ser cada vez mejor, pero en el camino eso se convirtió en que me cuesta muchísimo tener empatía conmigo misma. 

Y entonces pasan cosas donde yo tengo una parte de la responsabilidad e inmediatamente asumo toooodo el tema. Soy yo. Debe ser por mí. Tiene que ser por mí. Porque yo fallé. Porque yo debería poder, yo debería hacerlo bien... 

La vara con la que me mido siempre esta imposiblemente alta y por tanto siempre me quedo corta ante mis propias expectativas. Y entonces soy increíblemente dura conmigo misma, analizando cada decisión, cada proceso, cada elemento que me llevó a no llegar a donde creo que debería estar. 

Pero es momento de ser más tolerante conmigo misma, de quererme un poco más y entender que así como tengo una monja interna que quiere que me case YA, tengo un juez ruso interno al que ninguna de mis acrobacias le va a parecer que esta bien hecha. Y así como ignoro vilmente a la monja, me toca aprender a mandar a volar al juez ruso.


viernes, 3 de junio de 2016

Déjalo ir...

Mi memoria es una cosa rara. Me cuesta mucho aprenderme nombres pero sé exactamente qué tenía puesto en mi primer date (jeans, camiseta blanca, saco azul y un collar con un dije azul noventerísimo), el día que salí por primera vez con el Ex (saco gris que picaba y que compré en Naf Naf y jeans) y la noche que me di los primeros besos con Open-Boy (vestidito azul que luego boté porque no fui capaz de volverlo a usar porque me daba tristeza). Y no solo me acuerdo de cosas  que pasaron en momentos importantes, también sé que las primeras películas que renté cuando Blockbuster llegó a Colombia fueron Mujercitas y Belle Époque. 

Hay cosas que por algún motivo se quedan grabadas en mi mente y no hay forma de dejarlas ir. Y realmente no me parece grave que mi cerebro este lleno de datos inútiles como que mi cuaderno de sociales en décimo era de los Auténticos Decadentes no porque me gustara la banda sino porque me pareció que era una buena definición del tema. Lo que me parece grave es que hay sensaciones, sentimientos, momentos y dolores que no puedo olvidar, que simplemente no puedo dejar ir. 

Y entonces los recuerdos se convierten en el arma para no dejar ir las cosas. Están ahí, permanentemente, mostrándome la ausencia como una constante. En este momento no se trata solo de ese amigo que ya no es y que tanto me pesa, se trata también de un rechazo que viví hace poco y que simplemente no sé cómo superarlo. 

Dentro de las cosas que me joden a mi la vida es la sensación de rechazo. Cuando supe que esto había pasado pero no pude saber los motivos, entré en un conflicto horrible. He analizado una y otra vez todo lo que pasó buscando las señales de por qué ya no quieren que yo esté. Y sé que probablemente nunca lo vaya a entender y que, al igual que con ese ex amigo, nada vaya a cambiar si de repente encuentro las razones verdaderas de lo que pasó... pero el no saber me mata. 

Al final lo que he aprendido es que como en todo el tiempo ayuda a que la incertidumbre no pese... Y llegara el día en que solo me queden los recuerdos sin un sentimiento amarrado a ellos.