sábado, 22 de septiembre de 2012

Nueva York, Toronto y por qué terminé caminando a 356 metros

La cosa era que yo no quería pasar mi cumpleaños en el DF. Me daba susto encontrarme con algunos recuerdos que no quería y terminar triste el día que celebraría mis 30. Entonces un día, como a mediados de marzo se me ocurrió que podría visitar a Pollo, mi mejor amigo, en Toronto donde vive desde hace 5 años. Le escribí emocionada y a él le encantó la idea.

Pero pronto empezamos a ver que no era tan fácil, él no estaba seguro de estar por esos días en Canadá y la visa parecía tardarse muchísimo. Además, el avión estaba carísimo. Así que una tarde recibí un correo de Pollo donde me proponía cambiar la huída de cumpleaños, por unas vacaciones en septiembre “donde además de que verás el inicio del otoño, podrás ir al TIFF”. TIFF siendo el Toronto International Film Festival. Y ahí cambiaron los planes.

Pasé los siguientes meses organizando las cosas, ahorrando más y soñando con lo que vería. Decidí parar 3 días en NY y luego ir 10 más a Toronto. Y aunque los meses se me hicieron eternos, por fin pude irme a mis vacaciones.

El Highlight de NY es el High Line.

De NY no hay mucho que contar. Llegué absolutamente adormilada tras el vuelo de 12 a 6 a.m., durar 2 horas haciendo migración y otras 2 llegando a mi hostal. Gracias al patrocinio de mi papá pude quedarme en Chelsea lo cual fue la mejor opción ya que estaba cerca de todo. Lo malo es que mientras 50 dólares en cualquier parte del mundo te dan una muy buena habitación, baño y una bonita vista, en NY te dan un cuarto diminuto, compartido con un francés que jamás superó el hecho de que le tocara dormir en el mismo cuarto que a una mujer – según me dijo, le incomodaba muchísimo llegar y ver mis pequeños zapatos… vayan ustedes a saber por qué – y un baño compartido con el resto del piso.

Además de lo memorable que fue perderme en el metro dado mi cansancio (tomé dos veces seguidas el metro equivocado), los highlights del paseo fueron la visita al memorial del 11 de septiembre (impresionante), la mañana donde mientras esperaba a un amigo me di el espacio de sentarme bajo el sol en Washington Square, poner mis pies en el agua y simplemente relajarme mientras leía. Y el High Line.

The High Line es un parque nuevo en NY, lo cual no tendría mucho de interesante a no ser porque está construido en lo que fue una carrilera de tren sobre las calles neoyorquinas. La línea del tren fue construida en los 30, para que el aparato dejara de matar gente. Aparentemente cuando estaba sobre las calles, las personas no entendían que el aparato era peligroso y terminaban atropelladas.

La primera iniciativa fue contratar a un tipo que iba a caballo adelante del tren gritando que pilas, que se quiten, que viene el tren, pero como que no funcionó y entonces decidieron subir el tren encima de las calles y así evitar tanta desgracia. La idea funcionó hasta los 80 cuando el tren dejó de correr y dejaron la línea abandonada. Los años pasaron y en el 99 un grupo de personas se unió para evitar que demolieran la estructura convirtiéndola en un parque público que mide 1.6 kilómetros de largo.  



Entonces uno va y es un parque muy extraño por lo angosto, en la mitad están las antiguas vías del tren y a los lados un bonito jardín que es cuidado por jardineros con sombreros de paja como en las películas. Cuando fui había una exposición de arte por lo que en algunas partes había esculturas escondidas entre las plantas y hasta una instalación de audio en una de las bancas, la cual para ser sincera me pareció un poco simple ya que es la voz del artista leyendo dos listas de animales: buenos y malos. Uno se sienta y oye al tipo: Good animals: dolphin, cat, lion, bird, etc.  

Después de recorrer el parque, visitar el MOMA, comer delicioso en Brooklyn y recordar por qué es que me gusta tanto NY, me fui a Toronto.

De porqué creo que Toronto es como un gran aeropuerto.

La verdad es que Toronto me pareció una ciudad extraña. Varios residentes me comentaron que representa un reto para los turistas en la medida en que no tiene realmente grandes atractivos. No hay grandes parques ni plazas, no hay museos realmente importantes (aunque hay uno dedicado exclusivamente a los zapatos y su historia que estoy segura que a más de una de mis lectoras le fascinaría) y en un principio parecería que no hay mucho que ver.

Pero una vez uno se quita de la cabeza la necesidad de ver los landmarks… aparece una ciudad increíblemente interesante, llena de calles maravillosas, restaurantes deliciosos y ante todo, una multiculturalidad que no deja de sorprender. En mi opinión, la mayor gracia de Toronto es esa. Que es una ciudad donde uno puede encontrar cualquier pedazo del mundo.

Ese siempre había sido mi argumento a favor de NY, pero siento que Toronto le gana, básicamente porque mientras en NY viven personas de todas partes del mundo, también hay una grandísima población gringa. En Toronto en cambio, casi que no hay canadienses. Una estadística que encontré dice que uno de cada 3 residentes es extranjero. Eso significa que en cualquier parte que uno esté se oyen idiomas conocidos y desconocidos, se ven todos los tipos de vestimenta (de burkas a hombres en mini falda) y tuve permanentemente esa sensación que me dan los aeropuertos grandes de que la probabilidad de estar a punto de conocer algo absolutamente impensable es altísima.



En términos generales mis grandes actividades en Toronto fueron caminar, ir a las cataratas del Niágara, ver cuanta película pude y darme una vueltita a 356 metros de altura.

Las cataratas o el pueblo más feo

Cuando llegué a Toronto, Pollo tuvo a bien advertirme que él estaba feliz de que yo lo visitara pero que por ningún motivo me acompañaba a la CN Tower (seguir leyendo para detalles al respecto) ni a las cataratas del Niágara. Yo le dije que fresco, que yo hago lo mismo con los que vienen al DF, yo ya no visito Teotihuacán ni aunque me paguen. Así que un buen lunes me fui acompañada de mi libro y mi iPod a conocer las cataratas.

Yo asumí que dado que este es uno de los lugares más turísticos del país habría buses cada 10 minutos, pero no, sale uno cada hora y cuando uno llega, el amigo de información no pudo explicarme cuál era el bus que me llevaba directamente a las cataratas, por lo que terminé como idiota esperando por 25 minutos por un bus que cuando finalmente apareció, resultó que costaba 7 dólares en vez de 3 y que tenía que pagar en efectivo. Como no los tenía, decidí que mejor me iba a pie siguiendo la recomendación de Pollo.

Tras una muy agradable caminata llegué a las cataratas, las cuales son tan hermosas como uno se imagina. Tomé el barquito que lo lleva a uno a conocerlas y fui muy feliz viendo el agua caer. Y en media hora se acabó el cuento. Pero yo tenía hambre así que decidí comer algo por ahí.



Resulta que el pueblo donde están las cataratas es (o era, ya no me acuerdo) una reserva indígena, por lo que la mayoría de los negocios los manejan ellos. Y debo decir que tienen una extraña idea de lo que atrae al turismo. Pero es lo mismo que se puede decir de Agra, donde está el Tah Majal o de todos los puntos híper turísticos del planeta. Viven convencidos que los turistas son multimillonarios de mal gusto.

En el caso del Niágara, esto significa una cantidad de casinos, almacenes con souvenirs carísimos, casas de miedo, casas de la risa y lugares donde pretendían cobrarme 35 dólares por jugar laser-tag (como si fueran los 90) o por sentarme en la silla más alta del mundo (en la tienda de Guiness Records). Terminé comiendo en el Hard Rock Café porque ya entrada en mood turístico, había que aprovechar. Además, al menos la comida estaba buena cosa que no era tan obvia en el resto de los restaurantes temáticos que vi.



El TIFF y como no vi ninguna celebridad in the wild.

Siendo muy honesta creo que de no haber sido por el TIFF, 10 días en Toronto hubieran sido muchos y a lo mejor hubiera terminado yendo a otras ciudades cercanas. Pero el cine me consumió. Mi idea del paraíso ahora involucra la posibilidad de ver al menos 1 o dos veces al día buenas películas con sesión de preguntas y respuestas. Y eso es el TIFF.

No voy a llenarlos con las reseñas de todas las películas que vi (aunque podría) pero si voy a decir que el top 3 fue:
  •       No, dirigida por René Saavedra y protagonizada por el tan bonito Gael García Bernal, sobre el interior de la campaña de marketing político en el referendo del 88 en contra de Pinochet. La peli esta filmada con cámaras viejas, lo que hace que se vea vieja y uno realmente sienta que es un documental de la época. Además de mostrar los spots originales, actúan algunos de los que en su momento fueron parte de la campaña. Al finalizar la sesión de preguntas y respuestas con el productor, el tipo quiso hacer un homenaje a todos los que murieron o desaparecieron en la dictadura ya que era 11 de septiembre, aniversario del golpe de estado. Cuando dijo esto el teatro se quedó en silencio y de repente oímos a alguien sollozar, era un viejito chileno llorandThe 
  •      The Deep, dirigida por Baltasar Kormákur de Islandia, cuenta la historia real de un naufragio y uno de sus sobrevivientes. Tiene algunas de las tomas más hermosas que he visto en mi vida y aunque me dejó con la tarea de ir a Islandia algún día, también me generó la certeza de que si voy, no me subo a un barco por ningún motivo. 
  •     Aquí hubo un triple empate entre Capital de Costa-Gavras sobre el sistema bancario; Lore de Cate Shortland, candidata por Australia al Oscar para las películas extranjeras y que cuenta la historia de la hija de un par de nazis al final de la segunda guerra mundial; y Jayne Mansfield's Car dirigida por Billy Bob Thorton a quién pude conocer (hasta le recomendé un libro en los 15 segundos que se tardó una señora en tomarme una foto con él) y que muestra el choque cultural entre una familia de Alabama y una inglesa en los 60. Absolutamente maravillosa y la última escena le da a uno la vuelta a la historia y lo deja con el corazón arrugado.


Para el TIFF la ciudad se llena de gente, por todas partes hay voluntarios con camisetas naranjas que se pasan el día recibiendo boletos de entrada y dando instrucciones a turistas confundidos sobre cómo llegar a su siguiente película. Porque aunque hay muchas cosas maravillosas en Toronto, debo decir que fue una ciudad que retó mis capacidades de ubicación.

No sé si es una cosa del primer mundo, de Canadá o simplemente de Toronto, pero todo el mundo parece estar perfectamente ubicado geográficamente. Todo el mundo sabe dónde está el noroeste, le dicen a uno que tome la línea hacia el sur en el metro y luego le piden a uno encontrarse en la esquina suroriental. Y por todo el mundo, me refiero a colombianos como yo que en teoría tienen las mismas bases educacionales, pero que o siempre han sido más inteligentes y ubicados que yo, o que en su vivencia en Toronto aprendieron a saber donde están parados.

Yo jamás, en ningún momento de la vida, le he dicho a nadie que se dirija al este por tal calle o que nos veamos en el café que queda en la esquina noroccidental del metro. Por tanto, pasé muchas más horas de las que hubiera querido viendo los mapas con cara de confusión, para eventualmente decidir que ya sabía para qué lado debía caminar, avanzar una cuadra y descubrir que claramente, iba para el lado que no era. Tal vez tantos años en el tercer mundo me han dañado para siempre, o tal vez heredé conocida desubicación de mi mamá.



Probablemente fue por estar mirando mapas que jamás vi a las tantas celebridades que estaban en la ciudad por esos días. Cada mañana en el Publimetro veía como a unas pocas cuadras de donde yo había estado el día anterior había estado Bill Murray, Halle Berry, Tom Hanks y otros más. Yo al único que vi fui a Billy Bob Thorton, pero ese no cuenta tanto ya que fui a ver su película. El resto, los que caminaban por ahí, jamás los vi.

Venciendo mis miedos.

Prometo que esta es la última parte de la crónica. Sé que esta larga, pero fueron muchos días y muchas cosas.

Un buen día mientras dejaba de trabajar para soñar con mis vacaciones, encontré algo que se llama Edge Walk. Básicamente es un recorrido por una plataforma afuera de la CN Tower, la torre más alta de Toronto. Una pequeña caminata a 356 metros de altura. Al aire libre. Sin medio vidrio que prevenga que uno se vaya de bruces.

Aquí debo aceptar que efectivamente a lo mejor yo soy masoquista. Ya había pensado en eso cuando estuve en Xilitla, muerta de susto y feliz al mismo tiempo, en las torres del castillo surrealista. Ahora lo comprobé. Yo le tengo miedo a las alturas. No es un miedo que me paralice, porque finalmente me trepo al castillo y a las pirámides. Pero no soy capaz de mirar hacia abajo y todo el tiempo estoy muerta del susto.

Corrijo. No ERA capaz de mirar hacia abajo. Porque eso fue lo que hice. A 356 metros de altura. (voy a decirlo más veces porque sigo sin creer que fui capaz de hacerlo). Para que se hagan una idea del miedo que yo tenía, desde que vi la página de Edge Walk, tuve pesadillas con el tema. La posibilidad de hacerlo me daba pánico. Pero yo quería.



Y lo hice. Junto con otros 3 locos. Un inglés que vive en Ottawa, un alemán bastante atractivo y que estaba igualmente muerto del susto y una canadiense de Montreal a quién admiré y odié al mismo tiempo ya que era la única que no parecía estar cagada del susto mientras caminábamos a 356 metros. Finalmente la señora me aceptó que ella también le tenía pánico a las alturas hasta que hace 15 años empezó a escalar para vencer el miedo. Y que aunque no estaba asustada, si tenía mariposas de la emoción de estar tan arriba.

Para hacer el recorrido le ponen a uno un traje rojo espantoso, se aseguran que uno no tenga nada que se le pueda caer y matar a alguien (desde el celular hasta las hebillas del pelo), le dan a uno tennis si no tiene zapatos con buena tracción (obvio mi caso que iba en sandalias) y le ponen un arnés al que le amarran dos cuerdas de seguridad para estar doblemente seguros de que uno no se les va a caer.

Nos tocó una guía súper amable y entusiasta que antes de salir nos explicó que haríamos distintas actividades uno por uno, y que mientras uno estaba haciendo algo, los otros debían animarlo y aplaudirle. La amargada en mí pensó que qué pereza y que obvio yo no iba a hacerlo. Pero una vez estuvimos afuera y empezamos a compartir la experiencia, a sentir el miedo y la ansiedad, la cosa se convirtió en una experiencia de grupo, donde todos nos animamos mutuamente. Para el final del recorrido esta gente era mi mejor amiga en el mundo y nos despedimos con abrazos espichados como si nos conociéramos de toda la vida.



Yo debo decir que fui la más gallina del grupo. Y tengo un video que lo prueba. Me aferré a la cuerda como si eso sirviera de algo y todo el tiempo mi estómago estuvo hecho un nudo. La guía nos puso a hacer cosas como caminar de espaldas, llegar hasta el borde y echarnos para atrás y luego hacer lo mismo pero de frente. Fue una experiencia increíblemente emocional y muy interesante al ver cómo el cerebro se parte en dos: la voz que dice que estás segura, que duraron 20 minutos explicándote cómo el arnés no va a dejar que te caigas, como nadie se ha matado haciendo esto… y tu instinto animal que grita que te devuelvas, que estás loca, que te vas a caer.

Lo hice porque creo que es importante vencer los miedos, porque sabía que sería una experiencia única en mi vida… y porque claramente estoy loca. Disfruté y odié cada segundo de los 35 minutos que duró la caminata. Al final logré estar más tranquila y soltar la cuerda. Eso sí nunca dejé de sentir ansiedad.

Y muy pronto la cosa terminó. Bajamos, devolvimos la ropa y los zapatos y nos dijeron que las fotos, video y certificado de que uno hizo lo que hizo, se tardaban entre 15 y 20 minutos. Pero eran las 10:55 y yo tenía película a las 11:30, así que con la promesa de que podía volver al día siguiente por mis cosas, salí corriendo al otro lado de la ciudad. Corrí hasta el metro, me estresé porque iba despacio, me bajé, corrí a un café, compré corriendo un restaurante y luego corrí al cine.

Finalmente llegué, sudada y cansada, me senté y suspiré. La señora que estaba a mi lado me vio y con una sonrisa me recordó que había llegado a tiempo, que ya podía respirar. Le expliqué que venía desde CN Tower y antes de que ella dijera algo más le conté lo que acababa de hacer. De repente me di cuenta que no me había dado la oportunidad de procesar la experiencia que había tenido. La señora me oyó, me dijo que era muy valiente y que ella no podría hacerlo. Luego las luces se apagaron, hicieron la presentación de la película y después pasaron los cortos del TIFF. Siempre eran los mismos, comerciales de los patrocinadores y al final, uno de agradecimiento a los voluntarios que es momento cuando todos los asistentes aplauden. Yo ya lo había hecho varias veces. Pero esta vez fue diferente. De repente me encontré gritando emocionada, aplaudiendo más fuerte de lo que jamás había hecho en mi vida y a punto de pararme a ovacionarlos.

Claramente la adrenalina del Edge Walk no se quedó a los 356 metros de altura.
 

jueves, 20 de septiembre de 2012

La soledad tiene forma de....

Para mí la soledad tiene forma de Open-Boy. Cuando no tengo en quién pensar, pienso en él; cuando no tengo quién me ilusione, pienso en él; cuando no hay nada... esta su ausencia. 

Y estos son días en donde no hay nadie en el panorama. Y entonces pienso en él. Me pregunto cómo estará, si será feliz, si las cosas estarán bien en su vida. Cuadno se fue le pedí que el día que realmente fuera feliz me escribiera contándome. Nunca lo ha hecho y me pregunto si esto es así porque aún no ha pasado o porque ya lo es y en el camino se le olvidó la promesa que me hizo.

Lo molesto es que su hueco aparece cuando quiero y cuando no. Así por ejemplo, un día mientras turisteaba feliz en Toronto, con mi cabeza y mi corazón en mil otras cosas, de repente vi el libro de la última película que vimos juntos y en automático las lágrimas salieron. Antes de que pudiera pensar, ya estaba llorando. Es un reflejo que no pude detener. Ahí estaba el dolor, la ausencia y los recuerdos de esa felicidad que ya no es. 

Otras veces yo no me ayudo y voy echándome sal en la herida yo solita. Como hoy cuando decidí mostrarle su foto a una amiga de la oficina, para descubrir que cambió la que tenía de perfil. Ya no es esa que le tomaron cuando estuvo aquí. Es otra. Because he's moved on. Obviously. Algún día debería bloquearlo para no poder ver esas cosas. Pero algún día debería no necesitar ver esas cosas. Eso sería aún mejor. 

En lo que llegan esos días... trataré de concentrarme en otra cosa.


sábado, 1 de septiembre de 2012

Sobre el cow-tipping, rednecks y muchas, muchas semillas.

Si hay algo que me gusta de mi trabajo es que termino en cosas que jamás me hubiera imaginado. Digan ustedes la feria más grande del mundo de granjeros. En la mitad de Iowa. Ósea en la mitad de la nada.

Y si, tal cual, un día mi jefe anunció que “tal vez este año vas tú al Farm Progress Show”.  Según me acordaba yo, el año pasado él había ido a Chicago a la dichosa feria. Buenísimo. Muero por conocer Chicago.  Unos días más tarde cuando me mandaron el borrador de la invitación que le enviaríamos a los periodistas que queríamos llevar al evento (porque todo el cuento es llevar medios, no que yo conozca granjeros), reviso la locación y dice: Boone, Iowa. ¿Boone? ¿Qué no era en Chicago? Pues no. Y es que claro, ¿por qué habrían de hacer una feria de granjeros en Chicago? Tiene mucho más sentido hacerla en Iowa, un estado granjero, lleno de granjeros a donde es dificilísimo llegar, como leerán a continuación.



Y claro, cuando ya no me pareció taaaaan chévere ir, mi jefe decidió que mejor sí me iba yo. Así que tuve que correr a Migración para que me dieran un permiso de salida ya que me visa está en trámite. El proceso me costó unos 30 dólares más 4 taxis y muchas horas perdidas. Pero una vez superado ese tema, el lunes llegué al aeropuerto lista a irme a conocer rednecks (Para los que no saben qué es un redneck, esta es la definición del Urban Dictionary: término ofensivo para las personas blancas de clase baja del sureste de Estados Unidos. Origina en la idea de que son personas que pasan mucho tiempo trabajando al aire libre por lo que su cuello se vuelve rojo).

Antes de empezar había una fila eterna en American Airlines. ETERNA. Resulta que llevaban 3 días con el sistema caído por lo que nos dieron tiquetes escritos a mano y nos dijeron que aunque íbamos en conexión, tendríamos que recoger las maletas en Dallas y volverlas a registrar porque “no hay sistema”. Esto claramente significó que en la práctica perdimos la conexión y en vez de llegar a las 8 de la noche, llegamos a las 10 pasadas a St. Louis.

Y ¿por qué St. Louis si yo iba a Iowa? Porque la primera parada fue a conocer el corporativo de Monsanto que ahí queda. Así el martes pasamos el día entre laboratorios y científicos locos que deciden pasar sus años viendo granos de semillas. Años y años analizándolas, haciéndoles pruebas, investigándolas. En uno de los experimentos que nos mostraron, intentan ahorrar energía ya que muchas de las incubadoras de semillas usan mucha luz (digan ustedes como cuando uno trataba de criar pollitos a punta de bombillo… o fui la única que lo hizo?). Entonces en este, utilizan luz rosada que gasta menos energía pero que hace que la sala del experimento parezca el sueño alucinado de Barbie.

En otro experimento, un poco menos girly lograron que las vainas de soya tengan entre 4 y 5 granos en vez de los 3 que usualmente producen. Todo fue muy interesante y los periodistas estaban súper contentos, yo hubiera sido un poco más feliz si no hubiera sido porque me tocó traducir ya que era la única que hablaba inglés, así que ahí fui descubriendo cómo se dice en inglés las distintas partes de las plantas, las células y que los procesos de polinización, entre otras cosas que claramente ni sé decir en español.

Y de St. Louis por fin nos íbamos a Iowa. A Des Moines su bonita capital. Pero como esto queda en la mitad de la nada, no es que haya muchos vuelos y para desgracia nuestra, ninguno directo desde donde estábamos. El itinerario era St. Louis – Chicago (rían con la ironía)– Des Moines. Pero una vez más descubrimos que habíamos ofendido al dios de American Airlines cuando nos informaron que el avión tenía una falla y seguía en Chicago. La solución más sencilla (léanlo bien… esto era lo MÁS SENCILLO) era ir hasta Dallas y de ahí, tomar un avión a Des Moines. Solo un detallito, mientras la agenda original hacia que llegáramos a las 7 de la noche… aquí arribamos a Iowa a las 11:30 de la noche. Para que se hagan una idea, hubiera sido más rápido irnos en carro (y no me pregunten por qué no lo hicimos ya que no hay ninguna respuesta lógica para el tema).

Así que para el primer día del Farm Progress Show, mis compañeros de viaje y yo ya estábamos un poco mamados. Nuestro conductor resultó ser Mohamed, un árabe medio somnoliento que solo parecía despertarse cuando ponía reggeaton, lo cual me hizo estar segura que yo había llegado a la capital del infierno. Y es infierno por lo aburrido. Iowa es un estado lleno carreteras infinitamente largas, campos de maíz, casas todas igualitas, rednecks y pare de contar.

Para que se hagan una idea, la leyenda urbana local es sobre el cow-tipping, una actividad que supuestamente consiste en emborracharse e irse en la mitad de la noche a buscar una vaca que esté parada para empujarla de lado hasta que se caiga. Dice internet que muchos intentan y pocos lo logran. Pero lo intentan. Porque así de aburridos viven. Y lo logren o no, la cosa es tan conocida y común que las camisetas de souvenir del aeropuerto hacen alusión al tema.


Así que entre estos personajes me fui yo a meter. El Farm Progress show es la cosa más loca del mundo, digan ustedes la feria del libro pero para granjeros. Así que en vez de stands con libros hay stands de semillas, fertilizantes, otros con tractores, moledoras, combinadas, cosechadoras, etc. Cada bicho más grande que el otro, razón por la cual cada stand es proporcionalmente gigante… en total el área de la feria son 120 hectáreas. Ni les digo la dicha que es recorrer esto a pie bajo el sol. Algunos más precavidos se llevaron sus boogies y otros más plays sus carros de golf. La ironía de granjeros con carrito de golf no pasó desapercibida en mi vida pero me dio un poco de pena preguntarles si en realidad lo juegan.  Va uno y los ofende y esta gente en promedio mide 1.90. Y tampoco es que sean propiamente poquitos, estaban esperando a más de 100 mil personas. Así que mejor ser bien polite y listo.

Ahí aprendimos sobre los cultivos de precisión. Una cosa que a mí me pareció como de los supersónicos, donde el agricultor a través de un software puede saber en qué parte de su terreno es mejor sembrar sus semillas, y por qué parte me refiero a qué centímetro de la tierra. Y además, qué semilla es mejor para sacar el mayor provecho. Ve uno a estos granjeros de overol cual película, con sus ipads bajando aplicaciones que les dicen la humedad de la tierra, cuántas semillas tiran por cada surco, a qué profundidad, etc. Una cosa de locos.

Y es que esta gente de verdad tiene recursos. Conocimos a un agricultor que uno lo ve y es lo más de normal. Vive en la mitad de la nada (lo que más cerca le queda de la casa es una bomba de gasolina a 15 minutos en carro), tiene una casita normalita, su terreno donde él y su papá cultivan… pero los distintos tractores, sembradores y demás aparatos que tiene… cuestan en total más de 2 millones de dólares. Hablamos con él y nos contó que su abuelo fue el que empezó la granja. Con lo que producía pudo sacar adelante a su papá y ahora él está al frente del negocio. Es soltero y no le interesa irse a vivir a ningún otro lado. Es feliz. Tiene una perrita, parece que a él sí le gusta el golf ya que tenía una talega en la oficina y quiero pensar que es cazador y no asesino porque al lado de los palos, había una escopeta que me tuvo paniqueada toda la entrevista.

Así pasamos 3 días recorriendo Iowa, cada lugar al que fuimos quedaba a 1 o 2 horas de nuestro hotel y cada día fuimos para un lado distinto. Pero todo se ve igual. Hermosos paisajes de maizales y soya. Muchas, muchas, muchas pickups. Ningún peatón en ninguna parte (¿esta gente caminará a alguna parte?) y pueblitos diminutos todos con sus iglesias, cementerios y llenos casas igualitas las unas a las otras. Y muchos McDonalds. Parecería que los pueblos se construyen alrededor de las hamburguesas desabridas.

Lo que no vi fueron vacas. Y volví con la angustia de no saber si es que no las vi porque no existen o porque estaban tiradas de lado víctimas del ataque de los redneck borrachos.