viernes, 5 de noviembre de 2010

Día de muertos


México es famoso por muchas cosas. El tequila, los machos, el chile. El Chavo del Ocho. Su celebración del día de muertos. Este es el tercer año que vivo en México pero tan sólo hasta ayer pude ver la celebración de muertos. Aparentemente la tercera sí es la vencida.

La relación que en México tienen con la muerte es algo que todavía no termino de comprender. Así como en Colombia nosotros le vendemos chivas de cerámica a los extranjeros, aquí se venden pequeños esqueletos. Por todas partes hay Catrinas, una calavera femenina que se ha convertido en el símbolo del día de muertos. Estas muñecas, usualmente hechas de papel maché las decoran con plumas de colores y escarcha. Y ahora que se acercaba el día de muertos por todas partes había dulces en forma de calaveras, ataúdes, esqueletos, etc.

El día de muertos es una de las tradiciones más antiguas de México, una que como muchas cosas en México existía antes de la llegada de los españoles y que se mezcló con el catolicismo. Cada región de México celebra de forma distinta el día de muertos. Sin embargo, la creencia es la misma en todas partes, una vez al año, los muertos visitan el mundo de los vivos.

La celebración del día de muertos se realiza por todo México, sin embargo, el estado de Michoacán y particularmente el pueblo de Pátzcuaro es famoso por la belleza de los cementerios y altares. La mamá de una de mis mejores amigas vive muy cerca de este pueblo y me invitó a pasarlo con ella. Mi amiga está viviendo en China así que yo me fui a jugar a la hija adoptiva.

Para recibir las ánimas que visitan este mundo, la tradición dice que las tumbas deben decorarse y arreglarse. Desde que llegué el sábado a Páztcuaro por todas partes había unas flores naranjas que parecen pompones llenas de pétalos. Se llaman Cempaxóchitl y tienen un olor dulce, que ahora asocio con los cementerios. Estas flores se creen que atraen y guían las almas de los muertos y por eso las ponen en las tumbas. Cuando digo poner, en realidad me refiero a cubrir por completo las tumbas. En cada una de éstas, los vivos preparan el altar de muertos, el cual tiene en su base las flores y pétalos naranjas, y van acompañados de frutas, dulces, muñequitos, fotos del difunto, cosas que le gustara comer y tomar al muerto o que lo caracterizara. Así entonces, uno ve tumbas con chocolates, cigarrillos, tequila, coca-cola, dulces, etc. Y además de esto, el pan de muerto, el cual es un pan dulce que suele ser redondo y a veces tiene relleno de nata. La idea dice que los muertos y los vivos conviven esa noche, cenan y están juntos. Por eso, buscan llevarles lo que más les gusta. Para que disfruten.

En los lugares más tradicionales las familias pasan la noche completa en el cementerio. Y esto se ha convertido, particularmente en Pátzcuaro y sus alrededores en un espectáculo al cual llegan miles de turistas de todas partes.
Con Adela, la mamá de Lorena, mi amiga, fuimos a uno
de los cementerios más grandes de la región. La verdad es que es una cosa alucinante que a duras penas puedo describir. Familias con bebés, niños y ancianos sentadas alrededor de las tumbas de sus familiares, comiendo y hablando con completa naturalidad. Una de mis principales curiosidades era qué tan triste era el ritual y encontré que depende de cada familia y de hace cuanto haya fallecido el muerto. La gente no deja de visitarlos y de pasar con ellos la noche de muertos, así hayan pasado 20, 30 o 40 años. Pero a veces, el duelo ha pasado y ya no están tan tristes. En otros casos sí pude ver el dolor de la gente, sentada recordando al que se les fue.

Y como hace muchos años aprendí en Varanasi, l
a ciudad india donde queman a los muertos, la vida y la muerte siempre están juntas. Así que por el cementerio los niños corrían jugando, los papás los regañaban y a la entrada había toda clase de puestos de comida. Esto es México, donde uno esté hay una taquería cerca. Incluso en el cementerio. Para pasar la noche las familias van preparadas con cobijas, comida, trago y sillas. Una mujer con la que hablé me contó que a veces es muy difícil por el frío, incluso hay años donde hay heladas. Pero la gente no se va. Esta acompañando a sus muertos y eso es más importante que el resto.

El segundo cementerio que visitamos me impactó muchísimo. Era de un pueblo más pequeño y mucho más humilde. Así que no había decoraciones tan extravagantes como en el primero donde algunas tumbas incluso tenían luces como de navidad. Pero este era más íntimo. Mucha gente en silencio, menos niños corriendo, aunque
algunos chiquitos
felices me contaron las historias de sus abuelos o de cómo ellos son los encargados de deshojar las flores. Este cementerio, al ser más antiguo tiene tumbas que ya no tienen parientes vivos. Pero esto no significa que la gente no las adorne. Los vecinos se encargan de ponerles aunque sea una flor y una vela. Y a la entrada encontramos un altar especial para aquellos que ya no tienen quién los honre. Ver este altar, hecho por los niños del catecismo, pensado en quienes ya no tienen quién los recuerde me impresionó profundamente.

En este pueblo, la tradición es llevar la comida en canastas cubiertas con servilletas de telas. Allí, llevan algo que le gustara al muerto como tamales, pan de muerto, arroz, etc. Dejan la comida toda la noche sobre la tumba, a las 6 de la mañana se van a misa y cuando regresan abren las canastas y todos los que han pasado la noche allí desayunan lo que llevaron. Comparten entre todos y dejan un plato con comida sobre la tumba.

Otro elemento que me impactó fue la llamada noche de los angelitos, que es un día antes de la noche de muertos, es decir el 31 de octubre. Esa noche en las casas donde han fallecido niños durante el año, las familias abren las puertas de sus hogares a quién quiera acompañarlos mientras esperan a sus muertos. Los padrinos de los niños se encargan junto con los padres de tener comida y bebida para los vecinos que usualmente llegan a la casa. La verdad, aunque estuvimos invitadas a ir en búsqueda de estas casas y sabiendo que no importaba que fuéramos ya que es parte de la tradición, sentí que era invasivo ir a ver cómo lidian con la muerte de un niño.

La experiencia del día y noche de muertos fue algo muy fuerte. Yo nunca he sabido muy bien en qué creo. La verdad es que envidié un poco a los que estaban en los cementerios. Una parte de mí sabe que quienes se han muerto no me han dejado nunca del todo y que viven en mí. Pero yo sería muy feliz de poder tener una noche al año donde realmente sintiera que mi abuelo está conmigo nuevamente, que podemos cenar y hablar, que estamos juntos otra vez.

1 comentarios:

El Sietemesino dijo...

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Un saludo.