viernes, 30 de noviembre de 2012

Pequeños pasos

A veces, cuando menos lo espero, piso una mina emocional. Una de esas que me devuelven en el tiempo, hacen que mi corazón sienta el viejo dolor de siempre y yo quede con ganas de meterme entre mi cama y llorarlo como antes. 

En esos momentos siento que de nada ha servido el paso del tiempo, la terapia, la nueva vida. 

Pero he de reconocer que en algunas cosas - tal vez pequeñas - he cambiado. Lentamente me he permitido pedir ayuda, aceptar que estoy triste y decir que necesito un abrazo. Lo hice cuando la vida me decepcionó hace unas semanas. Escribí mails, llamé a mis amigas, dejé que las palabras salieran. 

Hoy de nuevo lo hice. Pedí un abrazo para que no me doliera tanto el hueco, el silencio, el could-have-been. Dejé que me distrajeran, que me contaran cosas y que me hicieran sonreir. Y aunque no se me pasó del todo la tristeza, me sentí mejor. Sentí que estoy haciendo las cosas de forma diferente, que estoy dejando que otros entren a mi vida cuando me siento vulnerable. Cuando realmente, más lo necesito



You Jump, I jump, Jack

Should I jump? Did we jumped already? Or is it just a fluke?


 

At the end... I'll stick with my decision and let things flow.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Graves problemas de memoria

Hace un tiempo escribí sobre las obviedades que suelo olvidar, como que hacer amigos es muy importante a la hora de ser feliz. 

Hoy voy a volver a escribir sobre el tema. Porque ayer volví a recordar cosas que son muy importantes para mí. 

Cosas como lo feliz que soy cuando me doy mis espacios para hacer las cosas que más me gustan y estar conmigo misma. Resulta que llevaba muchos fines de semana seguidos con una vida social muy activa. Que vamos a Tunick, que paseo/boda en Cuerna, que cenas, cafés, etc. Y entre todo eso se me atravesó una bonita enfermedad, que estoy segura fue producto del estrés, la cual me dejó el 90% del único puente en meses, tirada entre la cama, arrastrándome al baño y durmiendo el malestar. Entonces eso no cuenta como espacios conmigo misma. 

Pero ayer... ayer volví a tener uno lo que suelo denominar como dates conmigo misma. Primero me fui de la junta en la que estaba hasta el cine en bici. Y aunque aún le tengo susto y ya no lo disfruto como antes, el placer de elegir por donde me meto, saltarme el tráfico y no estar entre un taxi, fue fantástico. En lo que empezaba la película me tomé un delicioso té y leí feliz mi libro del momento (The solitude of the prime numbers por si se lo preguntaban). Después, continué en silencio y me fui a ver Cosmópolis, la cual no me encantó. 

Pero lo que me encantó fue volver a tener mi espacio. Leer mi libro, estar en silencio, interactuar solo conmigo misma. Y entonces me acordé... que así como me encanta salir a cenar y estar con mis amigos, también me gustan los espacios conmigo misma. 

A veces por la pereza de salir sumada al cansancio del trabajo, termino quedándome en mi casa, descerebrándome frente a la tele. Pero en esos momentos necesito recordar que también es sano tener un date conmigo misma y ser muy feliz. 


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Ilusionarse o no ilusionarse...

Una de las cosas que más trabajé con mi psicóloga fue el tema de aceptarme y no darle tanto peso a las voces de los demás a la hora de definirme. En particular estaba el tema de "es que soy muy intensa para México", que después de oirlo tantas veces se convirtió en una verdad en mi vida... y no. No es eso. Soy alguien que se apasiona y siente las cosas profundamente.

Y eso esta bien. 

Porque así soy yo.

Y no voy a cambiar mi forma de sentir las cosas. Porque no tiene nada de malo sentirlas de esa forma.

En estos días he pensado mucho en ese tema. Específicamente en el tema de las ilusiones. Para mí es imposible no ilusionarme cuando hay una posibilidad de algo que me gusta (un tipo, un viaje, un cambio de vida). Y cuando la cosa sale bien todo es felicidad y emoción. Nadie anda diciéndome que vea, que las cosas pasaron así para que yo aprendiera a medir mis ilusiones. Porque ando feliz y nadie anda diciendo tonterías cerca. 

Pero cuando no pasan... ahí si tiene uno al tarado de turno diciéndole que para qué se ilusionó tanto, que mejor no hubiera dejado que los sueños llegaran tan alto. Claro, uno tiene que ser inteligente, no se trata de que si salí una vez con un personaje y no vuelve a llamar porque cayó en el hoyo negro de los que no llaman, entre en la depresión absoluta porque yo ya le tenía nombre al helecho que mataríamos juntos en el apartamento en el que viviríamos (porque ni en mis ilusiones yo me siento capaz de mantener viva una planta). 

Pero digamos que hay ilusiones razonables. Esas que uno ve crecer con el tiempo. Y así hoy sienta la tristeza de algunas ilusiones rotas, sigo convencida que hay que tenerlas y que valió la pena sentirlas. Ilusionarme, soñar con lo que sería si todo funcionaba. Y esta bien. Porque es la forma en que yo me muevo, en que lucho por las cosas, me esfuerzo y dedico. Si no estoy ilusionada, no voy a echarle ganas a la cosa como dirían los mexicanos. 

Así que para que las cosas funcionen, es necesario trabajarlas y para que yo pueda y quiera trabajarlas, tengo que estar ilusionada. 

No importa si eso significa estar luego con la tristeza y frustración que tengo hoy. 




martes, 20 de noviembre de 2012

Días de días

Hay días donde perder la fe en la humanidad y en el universo es facilísimo. Días como hoy. Y para mí es gravísimo perder esa fe porque dado que yo no tengo ninguna fe religiosa que me haga sentir que todo va a estar bien. 

Pero sí. Hoy, por lo menos hoy y por ahora, me doy permiso de odiar al universo. Porque la verdad es que ha estado insoportable últimamente. Entre la irlandesa que mataron en una clínica al rehusarse a hacerle un aborto cuando sabían que el bebé se iba a morir de todas formas; el pendejo de Gerlein convenciéndome que definitivamente siempre habrá un homofóbico con micrófono recordándonos que no todos somos iguales aún cuando deberíamos serlo ante los ojos de la ley y los pesqueros sanandresanos que ahora no van a tener con que vivir, el universo me tiene con ganas de meterme en una cueva y no salir de ahí. 

Y no. No voy a unir a esta lista la estrellada contra una realidad fea y decepcionante que tuve este fin de semana donde sentí mis sueños romperse contra ese universo que tan aburrida me tiene, ni la diarrea (literal diarrea) que tuve todo el fin de semana y que me tiene hasta hoy tomando Pedialyte, ni como Pollo decidió mandar un mail terminando en Saludos el peor día posible, ni como los del sitio de fotos de la boda a la que fui decidieron que no puedo bajarlas negándome el placer de perder el tiempo de buena manera... no. No voy a unir esas cosas. Porque finalmente hay otras mucho peores. 

Pero sí. Hoy ando sin fe en la humanidad y en el universo. Con ganas de meterme en una cueva y no volver a salir nunca más. Entendiendo a los que un buen día mandan todo a la mierda y se van a vivir con los monjes budistas. 

Y sí. Sé que en todo esto ha habido grandes y muy buenos amigos que han estado, se han preocupado, me han dado sus palabras y cariños para hacerme sentir menos peor. Que afortunadamente he aprendido a no volverme ostra y pedir cariño cuando lo necesito, logrando que hasta me llevaran a ver Mary Poppins a que me cantara que todo puede ser. 

Pero en este instante... nada de eso es suficiente. En este instante, me duele vivir en un mundo donde hay tanta gente idiota, donde el odio gana tantas veces, donde no sé qué va a pasar y el "casi" nuevamente es la palabra que rige mi día. 

Así que si alguien tiene información sobre vuelos baratos a una bonita cueva en los Himalayas, aquí recibo los datos. 





jueves, 8 de noviembre de 2012

De por qué se me ocurrió que era una buena idea desnudarme frente a 150 personas

Dice mi amiga Gabidearest que a veces sería más fácil que yo metiera drogas. El domingo pasado en un momento pensé que tal vez tiene razón. Al menos las drogas podría consumirlas en una casa, protegida de la lluvia, con gente de confianza a mi alrededor y… vestida.

Pero por muchos motivos y una larga historia familiar desde que era una adolescente tomé la decisión de no consumir drogas y no lo hago. Así que busco otras formas de provocarme emociones fuertes. Otras formas de enfrentar mis miedos y medir mis límites.

Y qué mejor forma de hacer eso que desnudándome en público.

Ahora. Una cosa es enfrentar los miedos y otra terminar arrestada por exhibicionismo. Y yo podré ser muy valiente pero por un lado las cárceles mexicanas me aterrorizan y por el otro, no tengo tanta personalidad como para empelotarme en frente de la gente porque sí.

Así que la ocasión fue una sesión de fotos de Spencer Tunick, ese fotógrafo que se ha hecho famoso por sus imágenes de miles de personas desnudas en lugares públicos. Desde que empezó en el 92 eso es lo que le gusta al tipo.  Aparentemente en 1994 posó y fotografió a 28 personas desnudas frente a la ONU en Nueva York y ahí fue cuando vio lo poderoso que pueden ser esta especie de instalaciones artísticas momentáneas donde la gente se quita la ropa para la foto.

En una entrevista Tunick dijo que le gusta como cuando tantos individuos se desnudan al tiempo hay una reconfiguración individual de lo que es la desnudez y lo que es la privacidad. Y eso es efectivamente lo que pasa. De repente todo se transforma y uno empieza a ver las cosas de forma distinta.

Pero vamos a cómo fue el cuento. Y cómo además de ser una experiencia maravillosa en términos de cómo me relaciono con mi cuerpo, fue una lucha casi que innecesaria contra la naturaleza que terminó conmigo a punto de la hipotermia.

Hace unas semanas mi amigo Barragán me preguntó si iría a lo de Tunick. Dos minutos después yo ya estaba registrándome en una página para el festival La Calaca en San Miguel de Allende, el primer pueblo que conocí en México y que queda a unas 5 horas del DF. Aparentemente en esta ocasión el fotógrafo quería hacer algo relacionado al día de muertos y tenía un cupo limitado para los que quisieran posar. Sin importar que el evento fuera en domingo y yo al día siguiente tuviera que trabajar me registré y esperanzada esperé el mail donde me dijeran que había sido aceptada. Unos días más tarde el correo llegó y con Barragán organizamos el viaje.
El sábado salimos del DF, paramos a comer en Querétaro y hacia las 6 de la tarde llegamos a San Miguel. Dado que Barragán tenía que trabajar yo decidí que saldría a dar una vuelta. Bajé los tres pisos del hotel hasta el lobby para encontrar que diluviaba. Me regresé pensando que es bastante inusual que en noviembre llueva. Y menos de esa forma. También pensé que ojalá el día siguiente amaneciera despejado porque el mail era claro: estábamos citados a las 3:30p.m. “Rain or shine”.

Mis deseos no se hicieron realidad, al día siguiente San Miguel amaneció gris y lluvioso. Un correo de la producción decía que solo había cupo para los primeros 300 que apareciéramos, razón por la cual con Barragán decidimos llegar una hora antes. Lo único que yo no iba a permitir era que después de viajar hasta allá, yo fuera la número 301 y quedara por fuera del plan.

La cita era en una cosa llamada Los Senderos que por lo que pude entender es el terreno donde planean hacer un condominio ecológico con viñedos y huertas orgánicas. Es enorme y hasta el momento lo único que tiene es un restaurante pequeño, una oficina donde me imagino entre semana le muestran a los hippies ricos donde podrían construir su casa y unos baños bonitos pero donde solo hay un inodoro por género.

Y como buen terreno ecológico que se respete, el piso no está pavimentado. Como la noche anterior había diluviado y ese día seguía lloviendo, había barro por todas partes. “Esto va a estar divertido” dijo Barragán mientras buscábamos el lugar para registrarnos. Una vez que hicimos ese proceso nos dedicamos a esperar. Y esperar. Y esperar. Como al principio solo lloviznaba nos sentamos bajo un árbol pero para cuando empezó a llover más duro nos refugiamos bajo el techo de la oficina de registro.

Unas horas más tarde algunos aparecieron con cobijas las cuales no fueron suficientes para todos, a pesar de que nunca llegamos los 300 que estaban esperando, tan solo 150. Inicialmente nos dijeron que empezaríamos a las 5 “allá arriba pasando ese árbol”. Pero gracias a la lluvia nunca llegamos a allá arriba y ante la opción de cancelar la sesión de fotos, la producción y Tunick decidieron cambiar la locación.

Ahora, yo no soy fotógrafa y en general cuando hago eventos en la oficina subcontratamos a los que se encargan del tema, pero quiero pensar que no es tan absolutamente avanzado la idea de contar con un plan b cuando uno va a hacer una sesión de fotos a la intemperie. Pero parece que para esta gente lo fue. Así que para cuando decidieron que la locación se movía empezaron a medir el nuevo terreno, a decidir dónde pondrían a la prensa que había ido a cubrir el evento (y que por una vez no me tocó atender… fue raro no estar pendiente de ellos) y dónde nos haríamos los salvajes que seguíamos dispuestos a desnudarnos en ese maldito frío y bajo esa maldita lluvia.

Vimos como los asistentes de producción desarmaron pacas de paja, para luego extenderla sobre el barro sin que pudiéramos comprender muy bien la lógica del tema. También vimos como los 3 megáfonos que llevaban no funcionaban y no podían darnos informes de lo que estaba pasando. Las horas pasaban y la lluvia subía y bajaba de intensidad. Pero nada más pasaba. Ninguna foto.

Yo trataba de no pensar mucho en lo que pasaría. Veía a la gente, los oía hablar y bloqueaba la idea de que en un rato los vería desnuda. Con más esfuerzo bloqueaba el pánico de saber que en un rato me verían desnuda. Y es que la verdad es que sí era algo que me daba mucho miedo. Unos días antes del tema, le conté el plan a un ex romance quién me preguntó si yo no tenía complejos acerca de mi cuerpo.  Claramente tengo, y muchos. Puede que hoy tenga menos que hace unos años pero eso no quiere decir que me sienta 100% cómoda con la forma que me veo. Menos estando desnuda y muchisisimo menos frente a un montón de extraños.

Finalmente y después de casi 3 horas de espera nos dijeron que estaban listos para empezar, llamaron a 30 hombres altos quiénes salieron de la oficina donde nos encontrábamos y bajaron a donde habían puesto la paja. Allí les dijeron que se desnudaran mientras el resto seguíamos esperando. Sin que hubiera mucha claridad sobre el proceso, eventualmente los hombres terminaron adelante y las mujeres nos quedamos de nuevo esperando.

La sensación en el ambiente era de nerviosísimo y alegría. Algunas hablaban del frío y lo que sería estar bajo la lluvia, otras preferían comentar la última película que habían visto y algunas como yo enmudecimos. Finalmente nos llamaron y ahí empezaron los problemas, para llegar a donde teníamos que desnudarnos teníamos que bajar por una trocha llena de barro (lodo). No había forma de escapar. Cada una intentó ensuciarse lo menos posible pero todas llegamos con los zapatos negros.

Ahí vimos a los primeros 30 hombres que ya estaban desnudos y tenían unas telas blancas transparentes con las que trataban de cubrirse. Esa primera imagen fue extraña y aunque uno no quisiera mirar era imposible no notar la absoluta desnudez de quiénes estaban a unos pocos metros de mi.

Ahí a los genios de la producción se les ocurrió que era el mejor momento para darnos las instrucciones para la foto. Por qué no lo hicieron cuando estábamos en un espacio cubierto y no había 30 idiotas empelotos es algo que jamás voy a entender. Sin que hubiera un buen traductor, Tunick procedió a explicarnos que haríamos de espíritus, de muertos, que debíamos tomar las telas y cubrir con ellas nuestro cuerpo pero que teníamos que tener mucho cuidado de no ensuciarlas en el barro. Nosotros podíamos estar sucios pero las telas no.

También añadió que esta no era una experiencia para todos, que aquel que no se sintiera bien debía salirse y que por favor nos cuidáramos los unos a los otros. Que nos fijáramos quién estaba bien y quién no. Palabras sabías para lo que sería una sesión de prácticamente una hora.

La cosa es que entre los problemas a la hora de traducir las instrucciones, la pelea de Tunick con los que no se querían salir de debajo del balcón donde guardarían nuestra ropa y ya ni sé qué más cosas, los que estábamos vestidos oyendo, tuvimos que pasar 20 minutos bajo la intensa lluvia. Yo solo pensaba en lo horrible que sería regresar a vestirme con ropa emparamada y en que por qué carajos no podíamos empezar ya a desnudarnos.

Para cuando por fin pudimos tuve ese instante de “no quiero, qué carajos estoy haciendo aquí, muero de la pena, no quiero que nadie me vea”. Pero ya no había nada que hacer así que respiré y me quité el saco. Afortunada o desafortunadamente lo siguiente que pasó fue que vi mis tennis, los cuales estaban totalmente embarrados. Fue afortunado porque entonces solo me concentré en pensar cómo podría quitarme la ropa sin embarrarla toda. Desafortunado porque no encontré una estrategia lo suficientemente buena y todo, terminó con barro.

Necesitaba quitarme los zapatos sin tocarlos pero era tal el barro que no podía hacerlo con mis pies, así que me quité la camiseta, me quedé en el brasiere, me llené de lodo las manos al quitarme los tennis y ponerlos en una bolsa plástica que por fortuna tenía. Mis medias entonces quedaron mojadas al tener que pisar el barrial, me quité los jeans que ya tampoco estaban limpios y me bajé los calzones como quién quita una curita rápido para que no duela.

Y entonces tocó quitarme el brasiere. Pero entre que mis manos estaban embarradas, que mi espalda estaba mojada y que yo estaba muy nerviosa, simplemente no podía. Cual adolescente inexperto, no podía soltarlo. De repente sentí una mano fría que lo quitó con total expertise. Roja de la pena pero profundamente agradecida, me limité a decir un “muchas gracias” sin atreverme a ver quién me había ayudado. Nunca sabré si fue hombre o mujer.

Terminé de poner mis cosas en la bolsa de papel que me dieron (si… de papel porque para la ropa mojada es la mejor opción según estas bestias), me anotaron un número en el brazo para que pudiera reclamarla y me dieron mi telita transparente.

Caminé entre personas vestidas, a medio vestir y totalmente desnudas. Intenté taparme con la tela lo mejor que pude sin que se cayera al suelo, metí la barriga como si eso sirviera de algo y me dirigí a donde sería la foto.

Y entonces fue que vi un amplio terreno donde ya había varias personas intentando elegir el mejor lugar para posar. Me concentré en no pisar el popó de vaca que había en el piso, en no caerme entre el barro, olvidarme del frío, de la lluvia y de la infinita sensación de vulnerabilidad.

Dicen los medios que la zona donde nos tomamos las fotos tenía mezquites, que según wikipedia (porque yo no sabía) son unas plantas que se dan en zonas áridas y semi áridas. La descripción dice que son “árboles que llegan a medir entre 6 y 9 metros de altura, aunque es común encontrarlos como arbustos. Tienen hojas angostas, largas con puntas suaves y ramas con espinas”. Y sí, todos vivimos las espinas.

Los asistentes de producción nos hicieron meternos entre las matas. Como si estuviéramos vestidos y con botas de jardinero, nos obligaron a hacer un lado las hojas y las espinas hasta estar entre los arbustos. Cada uno fue encontrando su espacio. Y luego volvimos a esperar. Bajo la lluvia. En el frio. Desnudos.

A lo lejos se oía una música espantosa, una especie de trance noventero al cual todos terminamos bailando para calentarnos. (Si hubiéramos estado en Colombia alguien probablemente hubiera cantado la marcha del calentamiento, pero aquí no sucedió). Pronto perdimos la timidez, empezamos a hablar y a todos se nos olvidó la desnudez.

En un intento de protegerme de la lluvia me puse la tela sobre la cabeza y los hombros. Un tipo que estaba a unos metros de mí me dice “perdóname que te diga, pero con la tela así pareces una virgen”. La carcajada fue general y le dije que yo de virgen tenía poco. “¿Entonces no eres milagrosa? Yo ya te iba a pedir que me hicieras el milagro de un jacuzzi”, ante lo cual le respondí “Si fuera a realizar milagros, empezaría con ropa seca y una chimenea para mí”.

Tras un rato más de espera, por fin empezaron las fotos. A lo lejos veíamos a Tunick quién en algunas ocasiones no encontraba la cámara que quería, porque volvemos a que los de producción son la cosa más inútil que he visto en mi vida. Debíamos tapar todo nuestro cuerpo con la tela y pegarla para que se viera la desnudez. Tras algunas fotos nos pidieron dispersarnos y cambiar de lugar. Los de atrás hacia adelante y al revés.

Caminé buscando un lugar con pocas espinas y barro y sin darme cuenta terminé en la primera fila. A mi lado una argentina me dijo que ahora sí seguro íbamos a salir en las fotos. Una parte de mí quiso salir corriendo, otra se negó a volver a meterse entre los mezquites y una más ya estaba demasiado cansada y congelada para tomar decisiones. Las poses variaron, que con los ojos cerrados, que con los brazos estirados, que con los brazos a los costados. Cada vez que tenía que reacomodar mi tela era una pequeña tortura por volver a ponerla fría y mojada sobre mi espalda.

Y ahí me quedé, en la primera fila, siendo fotografiada, quieta, con los ojos cerrados. Sentí el silencio, la lluvia sobre mi cuerpo y los clicks de la cámara. De repente me olvidé que estaba desnuda. Dejé de sentir frío.

Finalmente la sesión terminó y la ventaja de estar en la primera fila fue que fui de las primeras en llegar a donde tenían las bolsas con nuestra ropa. Me la pasaron y procedí a ponerme los jeans mojados, el brasiere mojado y la camiseta… mojada. Estaba en esas cuando me reencontré con Barragán a quién en algún punto de la sesión perdí. Él es un muy buen amigo, fue el que me llevó a la clínica el día que me caí de la bicicleta, es una buena persona. Pero no es alguien tierno, ni es alguien dulce, ni quién muestre preocupación fácilmente. Así que cuando le vi pánico en sus ojos y me agarró el brazo ordenándome que me pusiera YA el saco me asustó. Le dije que estaba mojado y que iba a ser peor. “Pues algo tienes que hacer porque tienes los labios azules. Sube ya a pedir una cobija. Me preocupas”. Y aunque yo me sentía bien, el miedo que le vi me asustó. Caminé de regreso a la oficina, mientras apretaba con mis dedos los labios para descubrir que efectivamente no los sentía. Hubiera podido hacerme un piercing y no me hubiera enterado.

Mientras yo me ponía el saco menos mojado que tenía y recibía algo que parecía té pero sabía a agua caliente, el resto de la gente sufrió para que le dieran su ropa porque el lugar donde la guardaron no tenía luz y ya eran las 6 de la tarde, razón por la cual no podía distinguir los números de las bolsas. De nuevo, un punto menos para los genios productores de esta aventura.

Me encontré con Barragán quién tuvo que quedarse en bóxers y abrigo ya que sus jeans estaban completamente emparamados. Llegamos a su carro donde yo volví a quitarme la ropa, estaba vez para poder ponerme un saco seco que él tenía y que estoy segura, me salvó de la hipotermia. El resto de la historia es bastante predecible, cuando me metí a la ducha del hotel, mi piel estaba tan sensible que no podía distinguir entre el agua caliente y la fría, las dos quemaban por igual. Me tardé en estabilizarme y necesité de una muy buena cena, tres sacos sobre mi pijama y varias cobijas para finalmente sentirme bien.

Regresamos al día siguiente a las 6 de la mañana porque yo tenía que trabajar. Mientras Barragán manejaba, yo revisé los distintos medios y con horror me encontré en muchas de las fotos publicadas en las notas sobre la sesión de Tunick. “¿Y qué esperabas si estabas en primera fila?” preguntó mi chofer con su inexistente dulzura.

No sé qué esperaba. Pero esa ha sido la parte más inesperada de la experiencia. La pena de saberme expuesta. No me importa que cualquiera que googlee sobre el tema encuentre fotos mías, porque finalmente ese cualquiera no me conoce. Pero la idea de que la gente que sí me conoce pueda verme desnuda… me hace sentir incómoda. Supongo que es parte de lo que viví. La prueba de que a pesar de todo si tengo algo de pudor. 
Sé que al escribir esto abro la puerta a que busquen esas fotos. Yo publico algunas donde NO salgo para que tengan mejor idea de la experiencia. En mi mundo ideal no me van a buscar, pero si lo hacen no me digan y si lo hacen y me encuentran y me dicen… al menos díganme que me veía muy bien.

jueves, 1 de noviembre de 2012

We accept the love we think we deserve

Llevaba desde ayer intentando explicar por qué decidí dejar algo donde las cosas no fluían como yo quería. Lo intenté hablar con mi mamá y realmente creo que no lo entendió. Para que Pollo entendiera por qué estaba tan frustrada y por qué decidí lo que decidí, me tardé más que siempre. 

Y entonces... en un break de mi realidad encontré esto:

Aceptamos el amor que creemos merecer. 

Tan sencillo como eso. Por eso decidí que no quiero desgastarme intentando hacer que fluya algo que no progresa. Porque merezco algo distinto. 

Esa frase tan sencilla, tan obvia, casi que resume la mitad de mis sesiones de terapia. Esa intensa lucha contra mi propio interior por definir qué es lo que merezco. 

Así que esto es lo que finalmente he descubierto tras 1 año de terapia, 15 de vida amorosa y 30 en el planeta: 

Merezco ser amada.

En la práctica eso significa que me toca decirle adiós a los que dicen llamar y no lo hacen, a los que no hacen un espacio en sus vidas para la mía, a los que se quedan en la zona cómoda de tenerme cerca pero sin definir lo que quieren, a los que desaparecen, a los que no pueden amar, a los que no saben cómo hacerlo y a los que eligen una vida donde no pueden ser felices. 

Lo releo y pienso que eso siempre ha debido ser obvio. Pero debo aceptar que no lo ha sido. El miedo a quedarme sola, a no encontrar a alguien que me ame por lo que soy, sumado al convencimiento de que lo que soy es el motivo por el cual no puedo encontrar a alguien, hacia que yo hiciera concesiones que no debía.

En pocas palabras sentía que merecía poco. Y entonces, aceptaba poco.

Hoy las cosas no son así. Hoy sé que merezco más. Que puedo y quiero dar mucho. A cambio de mucho. 

Así que por primera vez... con toda tranquilidad cierro una posibilidad. Porque merezco más. Porque solo así, puedo dar todo lo que soy.