domingo, 16 de junio de 2013

Mi difícil vida laboral o una semana en Las Vegas

Y de repente, estuve sentada en un restaurante con 16 Picassos originales, haciendo chistes con un Sommelier francés y comiéndome una torta de chocolate caliente que tiene que ser de las cosas más deliciosas que he probado en mi vida. Y la mejor parte es que lo estaba haciendo porque ese era mi trabajo.
Hay días en que me levanto sabiendo que tendré un día largo y aburrido en la oficina. Supongo que es parte normal de la vida. Hay días rutinarios que se mezclan en los recuerdos. Y luego hay otros en los que primero juego con delfines y de ahí me voy a funciones especiales del Circo del Sol y luego a que el jefe de cocktailes de un hotel prepare uno especialmente para mí. Bueno, al menos una vez en mi vida sucedió.

Resulta que luego de haberme puesto a aguantar insultos y cargar maletas en Volaris, decidieron que debía ir a un viaje de medios (Famtrip como se les conoce en el medio) a Las Vegas. Ahora, debo ser honesta y decir que Las Vegas es una de esas ciudades a las que jamás hubiera ido por instinto propio. Me parecía artificial, falsa y un poco loba (naca en mexicano).

Pero como a mí me encantan los paseos, yo voy a donde me manden sin importar si es un maizal en Iowa o a un aeropuerto en México donde no puedo nunca salir y a duras penas conozco la sala de espera. Así que con el mismo espíritu antropológico que el año pasado me fui a ver maíz, este año me fui a ver cómo viven los ricos cuando van a Las Vegas.



El motivo real del viaje por supuesto no era que yo conociera la ciudad, el cuento es que en Volaris habíamos decidido apoyar a una agencia de relaciones públicas cuyas cuentas son Las Vegas, Nevada y los parques de Disney y que nos habían pedido los boletos para que 6 periodistas pudieran asistir al Pow Wow de Turismo.

El IPW como ahora le dicen, es uno de los eventos de turismo más grandes del mundo. Organizado por la Asociación de Viajes de Estados Unidos, es en términos simples una enorme rueda de negocios para los prestadores de servicios de turismo. Todos se reúnen anualmente en alguna ciudad de USA para cerrar negocios y hacer el famoso networking que a los gringos tanto les gusta. Una parte muy importante del evento son los medios ya que ellos también tienen la oportunidad de promover los destinos, hacer acuerdos de cobertura, etc. Entonces hay periodistas de todas partes del mundo que viajan solo a cubrir el evento.

Dado que este año era en Las Vegas, la agencia que les mencioné, organizó un viaje grande de periodistas (unos 30 en total) y Volaris los apoyó llevando a los medios invitados de Guadalajara. La idea de que alguien de la aerolínea (o de los que hacemos relaciones públicas para ellos) fuera era básicamente para que los medios también supieran de Volaris, conocieran más sobre la ruta y para hacer relacionamiento.

Por motivos del destino me tocó ir a mí y debo decir que si esta quincena no me la pagan, yo casi que ni me quejo (excepto porque tengo que pagar lo que compré en Las Vegas). Fueron los 6 días más divertidos que he tenido en mucho tiempo. Y los 6 días donde más me han consentido en la vida. Si antes quería marido millonario, ahora ya tengo la certeza que necesito marido multimillonario para poder vivir siempre como esos 6 días. Mi hippie interior descubrió que tengo una yuppie que quiere que la consientan todo el tiempo.



Cada día nos recogía una larguísima limosina y nos llevaba de paseo. Fuimos a los mejores restaurantes (más de eso ahorita), a los mejores hoteles, a shows y fiestas exclusivas. Fue entrar a otro mundo exótico y tan distinto de lo que yo usualmente vivo cuando viajo.

La ciudad de los hoteles.

Las Vegas es una ciudad extraña. Como dice mi amiga Adri, es un lugar donde uno siente que cualquier cosa puede pasar. Y tengo la idea que cualquier cosa efectivamente pasa. Todo es en gran escala. Los hoteles boutique tienen 120 habitaciones, porque un hotel normal puede llegar a tener 7,000. A la hora a la que uno camine se oyen gritos emocionados de jugadores de blackjack y si uno quiere, puede caminar por horas dentro de un hotel sin ver nunca la luz del sol.

Dentro de las cosas que me parecieron más inusuales es que todo en Las Vegas esta dentro de un hotel. ¿Quieren ir a ver O del Circo del Sol? Pues vayan al Bellagio. ¿Quieren oír a Celine Dion? Les toca pasarse por el Ceasar’s Palace. ¿Tienen antojo de la mejor comida francesa de la ciudad? Hay que ir al MGM Grand. Y así.

Tal vez es por eso que los hoteles son tan distintos entre sí. Usualmente a mí me parece que todos los hoteles son iguales. Divididos según categoría pero iguales. Aquí no. Cada uno tiene personalidad propia y la personalidad, como todo en Las Vegas se desborda. Así por ejemplo, está el clásico Ceasar’s Palace que todos hemos visto en películas pero donde realmente todo tiene decoración de los romanos (seguramente en el hotel han muerto varios historiadores por los errores que comenten, pero nosotros los mortales, vemos cosas que parecen del imperio romano y punto). Los empleados van de túnica y sandalias y hay estatuas romanas por todas partes.


Pero no es el único. Hay uno llamado Paris que tiene una Torre Eiffel a la entrada, otro de Nueva York que une los edificios más emblemáticos de la ciudad en su fachada, está el Venetian donde hay gente con máscaras del festival de Venecia que lo atienden a uno, los techos  tienen pinturas que imitan los frescos italianos y en su interior, por supuesto hay canales, con agua, góndolas y gondoleros que cantan en italiano. El que más me llamó la atención fue Keops que es la pirámide habitada más grande del mundo, con su respectiva esfinge a la entrada, Tutancamones caminando por ahí y aunque no vi, puedo asegurar que debe haber varias Cleopatras sueltas en su interior.

Como les digo hicimos muchísimas cosas y si les cuento todas, primero me van a odiar de la envidia y dos me van a dejar de leer así que mejor les cuento las que más me gustaron o sorprendieron.

Entre delfines y armas.

En el Mirage (donde se presenta Love del Circo del Sol que no vi y que probablemente será el motivo para que regrese), hay un jardín de Siegfried y Roy, con un hábitat de delfines, donde por 250 dolarcitos uno puede pintar con Flipper. En mi caso no llegué a pintar ya que solo nos dieron 4 lugares pero fue bastante divertido ver a mis periodistas sosteniendo los lienzos mientras los delfines movían los pinceles que los entrenadores pusieron en sus bocas. No sé qué hubiera hecho con la “obra de arte”, pero en cambio pude jugar con uno que me aleteó y dejó que le diera un beso.

Y mientras mucha gente piensa en las fiestas nocturnas de Las Vegas, una de las más famosas en realidad es de día. Estando en el desierto, logramos llegar a 43 grados lo cual fue inhumano para mí. Pero para que viéramos cómo viven ese calor, nos llevaron a la Pool Party Wet Republic, en el hotel MGM. Básicamente hay 2 piscinas gigantes, infestadas de gente, donde por 100 dólares te dan una cama con sombrilla o por 500 tienes derecho a una cabaña con tele, piscina privada y mesero particular. 

A cambio, la gente oye a los mejores Dj’s de música electrónica y son atendidos por meseros que son modelos y a quiénes ponen en unos mini bikinis. El ambiente es muy chévere y probablemente si yo tuviera 10 años menos y 10 amigos en Las Vegas me parecería un planazo. Pero a mis 31, sin amigos cerca, sin bikini debajo de mi vestido y con la certeza de que en esa piscina debe haber una cantidad de microbios con los que no necesito convivir, me fui feliz sin que me pesara que solo nos pudiéramos quedar 45 minutos ahí (que hasta se me hicieron largos).

Díganme lo que quieran pero de las cosas que más ilusión me daban de ir a Las Vegas no era quedarme en uno de los hoteles más nuevos – Nobu Hotel – ni ir al shopping en los súper outlets, ni siquiera las cenas elegantísimas o los shows del Circo del Sol a los que fui… era ir a disparar a una galería de tiro. Y es que yo tengo una guerrillerita interna (sino pregúntenle a mi amiga Linis a quién derroté jugando paintball al grito de RÍNDASE GARCÍA!) a la que le chiflan esas cosas. Disparé un revólver de policía, un AK47 que me dejó morados en el hombro y uno que no sé cómo se llamaba pero que cuando uno disparaba explotaba con fuego. Fantástico. Lo bueno es que descubrí que no soy la única loca a la que le gustan esas cosas, porque hasta tienen combo especial para despedidas de solteras.



Food porn. 

Y llegamos al tema de la comida. No puedo describirles los restaurantes tan maravillosos a los que fuimos. Cada uno con su encanto, desde las hamburguesas deliciosas de Gordon Ramsay (a quién no conocí o ya me hubieran deportado por intentar traérmelo amarrado), el buffet de desayuno más maravilloso que se puedan imaginar en el Aria o un risotto exquisito en el Circo del Bellagio.

Pero hubo 2 que tengo que mencionar. El primero es el restaurante del chef Joël Robuchon del que ya chiquaneé en Facebook. Dicen que es el mejor restaurante de la ciudad y su dueño es un “don nadie” que tan solo ha sido nombrado Chef del Siglo por una guía francesa, sus restaurantes tienen en total 28 estrellas Michelin (con el record de más estrellas para un solo chef en el mundo) y el restaurante además de tener 3 estrellas Michelin, 5 de la guía de Forbes, es uno de los 5 mejores de la revista Gourmet.



Don Joël no estaba ya que andaba atendiendo otro de sus restaurantes pero nos dejó menú especial. Empezando por una gelatina transparente de tomate que sabía a gloria hasta un carro de postres donde es imposible elegir uno que quiere, la cena entera fue maravillosa. Sin embargo, (y de nuevo júzguenme lo que quieran) el plato principal: cachete de res a la yo no sé qué, no me encantó. Yo soy insoportable con la comida y las cosas tan elegantes tienden a conflictuarme.

Para mí felicidad, todos los lugares a donde fuimos son gringos en espíritu y si uno les dice que no come cosas de mar, inmediatamente tienen una opción para uno. Benditos sean los vegetarianos, veganos, alérgicos y demás personajes que han demandado a algún restaurante por no darles lo que quieren.



Así, mi cena favorita no fue en el restaurante de 3 estrellas. Fue en el que tenía “solo” una. Y ese es el Picasso en el Bellagio. Su chef, Julian Serrano es un español que habla rápido, dice las cosas como las piensa y su lado artístico se sale hasta en el hecho de que los platos él mismo pintó. Y sí, es un lugar donde hay Picassos originales rodeándolo a uno pero entre la comida que fue gloriosa y el hecho de que el Master Sommelier nos maridó cada plato con un vino distinto, a mí al tercer tiempo ya se me habían olvidado las pinturas y solo quería seguir siendo alimentada. Al final, cuando el chef salió a despedirnos lo abracé con un cariño que estoy segura solo sentí por mí mamá la primera vez que me alimentó.

Esa es mi historia de Las Vegas y porque amo mi trabajo. Al final encontré una ciudad distinta de la que esperaba y que ofrece mucho más que apuestas y bodas de borrachos. Aparentemente no soy la única en haber hecho el descubrimiento porque aproximadamente el 60% de los que viajan a Las Vegas ya no lo hacen para apostar como principal motivo. Eso sí, el 70% de los que van, ya entrados en gastos apuestan.
Y de nuevo fui parte de esa estadística. Dado que les estoy escribiendo desde mi compu vieja, en mí casa y no desde la habitación de un hotel maravilloso, es obvio que perdí los 3 dolaritos que aposté.