Dice mi amiga
Gabidearest que a
veces sería más fácil que yo metiera drogas. El domingo pasado en un momento
pensé que tal vez tiene razón. Al menos las drogas podría consumirlas en una
casa, protegida de la lluvia, con gente de confianza a mi alrededor y… vestida.
Pero por muchos motivos y una
larga historia familiar desde que era una adolescente tomé la decisión de no
consumir drogas y no lo hago. Así que busco otras formas de provocarme emociones
fuertes. Otras formas de enfrentar mis miedos y medir mis límites.
Y qué mejor forma de hacer eso
que desnudándome en público.
Ahora. Una cosa es enfrentar los
miedos y otra terminar arrestada por exhibicionismo. Y yo podré ser muy
valiente pero por un lado las cárceles mexicanas me aterrorizan y por el otro,
no tengo tanta personalidad como para empelotarme en frente de la gente porque
sí.
Así que la ocasión fue una sesión
de fotos de Spencer Tunick, ese fotógrafo que se ha hecho famoso por sus imágenes
de miles de personas desnudas en lugares públicos. Desde que empezó en el 92
eso es lo que le gusta al tipo.
Aparentemente en 1994 posó y fotografió a 28 personas desnudas frente a
la ONU en Nueva York y ahí fue cuando vio lo poderoso que pueden ser esta
especie de instalaciones artísticas momentáneas donde la gente se quita la ropa
para la foto.
En una entrevista Tunick dijo que
le gusta como cuando tantos individuos se desnudan al tiempo hay una
reconfiguración individual de lo que es la desnudez y lo que es la privacidad.
Y eso es efectivamente lo que pasa. De repente todo se transforma y uno empieza
a ver las cosas de forma distinta.
Pero vamos a cómo fue el cuento.
Y cómo además de ser una experiencia maravillosa en términos de cómo me relaciono
con mi cuerpo, fue una lucha casi que innecesaria contra la naturaleza que
terminó conmigo a punto de la hipotermia.
Hace unas semanas mi amigo
Barragán me preguntó si iría a lo de Tunick. Dos minutos después yo ya estaba
registrándome en una página para el festival La Calaca en San Miguel de
Allende, el primer pueblo que conocí en México y que queda a unas 5 horas del
DF. Aparentemente en esta ocasión el fotógrafo quería hacer algo relacionado al
día de muertos y tenía un cupo limitado para los que quisieran posar. Sin
importar que el evento fuera en domingo y yo al día siguiente tuviera que
trabajar me registré y esperanzada esperé el mail donde me dijeran que había
sido aceptada. Unos días más tarde el correo llegó y con Barragán organizamos
el viaje.
El sábado salimos del DF, paramos
a comer en Querétaro y hacia las 6 de la tarde llegamos a San Miguel. Dado que
Barragán tenía que trabajar yo decidí que saldría a dar una vuelta. Bajé los
tres pisos del hotel hasta el lobby para encontrar que diluviaba. Me regresé
pensando que es bastante inusual que en noviembre llueva. Y menos de esa forma.
También pensé que ojalá el día siguiente amaneciera despejado porque el mail
era claro: estábamos citados a las 3:30p.m. “Rain or shine”.
Mis deseos no se hicieron
realidad, al día siguiente San Miguel amaneció gris y lluvioso. Un correo de la
producción decía que solo había cupo para los primeros 300 que apareciéramos,
razón por la cual con Barragán decidimos llegar una hora antes. Lo único que yo
no iba a permitir era que después de viajar hasta allá, yo fuera la número 301
y quedara por fuera del plan.
La cita era en una cosa llamada
Los Senderos que por lo que pude entender es el terreno donde planean hacer un
condominio ecológico con viñedos y huertas orgánicas. Es enorme y hasta el
momento lo único que tiene es un restaurante pequeño, una oficina donde me
imagino entre semana le muestran a los hippies ricos donde podrían construir su
casa y unos baños bonitos pero donde solo hay un inodoro por género.
Y como buen terreno ecológico que
se respete, el piso no está pavimentado. Como la noche anterior había diluviado
y ese día seguía lloviendo, había barro por todas partes. “Esto va a estar
divertido” dijo Barragán mientras buscábamos el lugar para registrarnos. Una
vez que hicimos ese proceso nos dedicamos a esperar. Y esperar. Y esperar. Como
al principio solo lloviznaba nos sentamos bajo un árbol pero para cuando empezó
a llover más duro nos refugiamos bajo el techo de la oficina de registro.
Unas horas más tarde algunos
aparecieron con cobijas las cuales no fueron suficientes para todos, a pesar de
que nunca llegamos los 300 que estaban esperando, tan solo 150. Inicialmente
nos dijeron que empezaríamos a las 5 “allá arriba pasando ese árbol”. Pero
gracias a la lluvia nunca llegamos a allá arriba y ante la opción de cancelar
la sesión de fotos, la producción y Tunick decidieron cambiar la locación.
Ahora, yo no soy fotógrafa y en
general cuando hago eventos en la oficina subcontratamos a los que se encargan
del tema, pero quiero pensar que no es tan absolutamente avanzado la idea de
contar con un plan b cuando uno va a hacer una sesión de fotos a la intemperie.
Pero parece que para esta gente lo fue. Así que para cuando decidieron que la
locación se movía empezaron a medir el nuevo terreno, a decidir dónde pondrían
a la prensa que había ido a cubrir el evento (y que por una vez no me tocó
atender… fue raro no estar pendiente de ellos) y dónde nos haríamos los
salvajes que seguíamos dispuestos a desnudarnos en ese maldito frío y bajo esa
maldita lluvia.
Vimos como los asistentes de
producción desarmaron pacas de paja, para luego extenderla sobre el barro sin
que pudiéramos comprender muy bien la lógica del tema. También vimos como los 3
megáfonos que llevaban no funcionaban y no podían darnos informes de lo que
estaba pasando. Las horas pasaban y la lluvia subía y bajaba de intensidad. Pero
nada más pasaba. Ninguna foto.
Yo trataba de no pensar mucho en
lo que pasaría. Veía a la gente, los oía hablar y bloqueaba la idea de que en
un rato los vería desnuda. Con más esfuerzo bloqueaba el pánico de saber que en
un rato me verían desnuda. Y es que la verdad es que sí era algo que me daba
mucho miedo. Unos días antes del tema, le conté el plan a un ex romance quién
me preguntó si yo no tenía complejos acerca de mi cuerpo. Claramente tengo, y muchos. Puede que hoy
tenga menos que hace unos años pero eso no quiere decir que me sienta 100%
cómoda con la forma que me veo. Menos estando desnuda y muchisisimo menos
frente a un montón de extraños.
Finalmente y después de casi 3
horas de espera nos dijeron que estaban listos para empezar, llamaron a 30
hombres altos quiénes salieron de la oficina donde nos encontrábamos y bajaron
a donde habían puesto la paja. Allí les dijeron que se desnudaran mientras el
resto seguíamos esperando. Sin que hubiera mucha claridad sobre el proceso,
eventualmente los hombres terminaron adelante y las mujeres nos quedamos de
nuevo esperando.
La sensación en el ambiente era
de nerviosísimo y alegría. Algunas hablaban del frío y lo que sería estar bajo
la lluvia, otras preferían comentar la última película que habían visto y
algunas como yo enmudecimos. Finalmente nos llamaron y ahí empezaron los
problemas, para llegar a donde teníamos que desnudarnos teníamos que bajar por
una trocha llena de barro (lodo). No había forma de escapar. Cada una intentó
ensuciarse lo menos posible pero todas llegamos con los zapatos negros.
Ahí vimos a los primeros 30
hombres que ya estaban desnudos y tenían unas telas blancas transparentes con
las que trataban de cubrirse. Esa primera imagen fue extraña y aunque uno no
quisiera mirar era imposible no notar la absoluta desnudez de quiénes estaban a
unos pocos metros de mi.
Ahí a los genios de la producción
se les ocurrió que era el mejor momento para darnos las instrucciones para la
foto. Por qué no lo hicieron cuando estábamos en un espacio cubierto y no había
30 idiotas empelotos es algo que jamás voy a entender. Sin que hubiera un buen
traductor, Tunick procedió a explicarnos que haríamos de espíritus, de muertos,
que debíamos tomar las telas y cubrir con ellas nuestro cuerpo pero que
teníamos que tener mucho cuidado de no ensuciarlas en el barro. Nosotros
podíamos estar sucios pero las telas no.
También añadió que esta no era
una experiencia para todos, que aquel que no se sintiera bien debía salirse y
que por favor nos cuidáramos los unos a los otros. Que nos fijáramos quién
estaba bien y quién no. Palabras sabías para lo que sería una sesión de
prácticamente una hora.
La cosa es que entre los
problemas a la hora de traducir las instrucciones, la pelea de Tunick con los
que no se querían salir de debajo del balcón donde guardarían nuestra ropa y ya
ni sé qué más cosas, los que estábamos vestidos oyendo, tuvimos que pasar 20
minutos bajo la intensa lluvia. Yo solo pensaba en lo horrible que sería
regresar a vestirme con ropa emparamada y en que por qué carajos no podíamos
empezar ya a desnudarnos.
Para cuando por fin pudimos tuve
ese instante de “no quiero, qué carajos estoy haciendo aquí, muero de la pena,
no quiero que nadie me vea”. Pero ya no había nada que hacer así que respiré y
me quité el saco. Afortunada o desafortunadamente lo siguiente que pasó fue que
vi mis tennis, los cuales estaban totalmente embarrados. Fue afortunado porque
entonces solo me concentré en pensar cómo podría quitarme la ropa sin
embarrarla toda. Desafortunado porque no encontré una estrategia lo
suficientemente buena y todo, terminó con barro.
Necesitaba quitarme los zapatos
sin tocarlos pero era tal el barro que no podía hacerlo con mis pies, así que
me quité la camiseta, me quedé en el brasiere, me llené de lodo las manos al
quitarme los tennis y ponerlos en una bolsa plástica que por fortuna tenía. Mis
medias entonces quedaron mojadas al tener que pisar el barrial, me quité los
jeans que ya tampoco estaban limpios y me bajé los calzones como quién quita
una curita rápido para que no duela.
Y entonces tocó quitarme el
brasiere. Pero entre que mis manos estaban embarradas, que mi espalda estaba
mojada y que yo estaba muy nerviosa, simplemente no podía. Cual adolescente
inexperto, no podía soltarlo. De repente sentí una mano fría que lo quitó con
total expertise. Roja de la pena pero profundamente agradecida, me limité a
decir un “muchas gracias” sin atreverme a ver quién me había ayudado. Nunca
sabré si fue hombre o mujer.
Terminé de poner mis cosas en la
bolsa de papel que me dieron (si… de papel porque para la ropa mojada es la
mejor opción según estas bestias), me anotaron un número en el brazo para que
pudiera reclamarla y me dieron mi telita transparente.
Caminé entre personas vestidas, a
medio vestir y totalmente desnudas. Intenté taparme con la tela lo mejor que
pude sin que se cayera al suelo, metí la barriga como si eso sirviera de algo y
me dirigí a donde sería la foto.
Y entonces fue que vi un amplio
terreno donde ya había varias personas intentando elegir el mejor lugar para
posar. Me concentré en no pisar el popó de vaca que había en el piso, en no
caerme entre el barro, olvidarme del frío, de la lluvia y de la infinita
sensación de vulnerabilidad.
Dicen los medios que la zona
donde nos tomamos las fotos tenía mezquites, que según wikipedia (porque yo no
sabía) son unas plantas que se dan en zonas áridas y semi áridas. La
descripción dice que son “árboles que llegan a medir entre 6 y 9 metros de
altura, aunque es común encontrarlos como arbustos. Tienen hojas angostas,
largas con puntas suaves y ramas con espinas”. Y sí, todos vivimos las espinas.
Los asistentes de producción nos
hicieron meternos entre las matas. Como si estuviéramos vestidos y con botas de
jardinero, nos obligaron a hacer un lado las hojas y las espinas hasta estar
entre los arbustos. Cada uno fue encontrando su espacio. Y luego volvimos a
esperar. Bajo la lluvia. En el frio. Desnudos.
A lo lejos se oía una música
espantosa, una especie de trance noventero al cual todos terminamos bailando
para calentarnos. (Si hubiéramos estado en Colombia alguien probablemente
hubiera cantado la marcha del calentamiento, pero aquí no sucedió). Pronto
perdimos la timidez, empezamos a hablar y a todos se nos olvidó la desnudez.
En un intento de protegerme de la
lluvia me puse la tela sobre la cabeza y los hombros. Un tipo que estaba a unos
metros de mí me dice “perdóname que te diga, pero con la tela así pareces una
virgen”. La carcajada fue general y le dije que yo de virgen tenía poco.
“¿Entonces no eres milagrosa? Yo ya te iba a pedir que me hicieras el milagro
de un jacuzzi”, ante lo cual le respondí “Si fuera a realizar milagros,
empezaría con ropa seca y una chimenea para mí”.
Tras un rato más de espera, por
fin empezaron las fotos. A lo lejos veíamos a Tunick quién en algunas ocasiones
no encontraba la cámara que quería, porque volvemos a que los de producción son
la cosa más inútil que he visto en mi vida. Debíamos tapar todo nuestro cuerpo
con la tela y pegarla para que se viera la desnudez. Tras algunas fotos nos
pidieron dispersarnos y cambiar de lugar. Los de atrás hacia adelante y al
revés.
Caminé buscando un lugar con
pocas espinas y barro y sin darme cuenta terminé en la primera fila. A mi lado
una argentina me dijo que ahora sí seguro íbamos a salir en las fotos. Una
parte de mí quiso salir corriendo, otra se negó a volver a meterse entre los
mezquites y una más ya estaba demasiado cansada y congelada para tomar
decisiones. Las poses variaron, que con los ojos cerrados, que con los brazos
estirados, que con los brazos a los costados. Cada vez que tenía que reacomodar
mi tela era una pequeña tortura por volver a ponerla fría y mojada sobre mi
espalda.
Y ahí me quedé, en la primera
fila, siendo fotografiada, quieta, con los ojos cerrados. Sentí el silencio, la
lluvia sobre mi cuerpo y los clicks de la cámara. De repente me olvidé que
estaba desnuda. Dejé de sentir frío.
Finalmente la sesión terminó y la
ventaja de estar en la primera fila fue que fui de las primeras en llegar a
donde tenían las bolsas con nuestra ropa. Me la pasaron y procedí a ponerme los
jeans mojados, el brasiere mojado y la camiseta… mojada. Estaba en esas cuando
me reencontré con Barragán a quién en algún punto de la sesión perdí. Él es un
muy buen amigo, fue el que me llevó a la clínica el día que me caí de la
bicicleta, es una buena persona. Pero no es alguien tierno, ni es alguien
dulce, ni quién muestre preocupación fácilmente. Así que cuando le vi pánico en
sus ojos y me agarró el brazo ordenándome que me pusiera YA el saco me asustó.
Le dije que estaba mojado y que iba a ser peor. “Pues algo tienes que hacer
porque tienes los labios azules. Sube ya a pedir una cobija. Me preocupas”. Y
aunque yo me sentía bien, el miedo que le vi me asustó. Caminé de regreso a la
oficina, mientras apretaba con mis dedos los labios para descubrir que
efectivamente no los sentía. Hubiera podido hacerme un piercing y no me hubiera
enterado.
Mientras yo me ponía el saco
menos mojado que tenía y recibía algo que parecía té pero sabía a agua
caliente, el resto de la gente sufrió para que le dieran su ropa porque el
lugar donde la guardaron no tenía luz y ya eran las 6 de la tarde, razón por la
cual no podía distinguir los números de las bolsas. De nuevo, un punto menos
para los genios productores de esta aventura.
Me encontré con Barragán quién
tuvo que quedarse en bóxers y abrigo ya que sus jeans estaban completamente
emparamados. Llegamos a su carro donde yo volví a quitarme la ropa, estaba vez
para poder ponerme un saco seco que él tenía y que estoy segura, me salvó de la
hipotermia. El resto de la historia es bastante predecible, cuando me metí a la
ducha del hotel, mi piel estaba tan sensible que no podía distinguir entre el
agua caliente y la fría, las dos quemaban por igual. Me tardé en estabilizarme
y necesité de una muy buena cena, tres sacos sobre mi pijama y varias cobijas
para finalmente sentirme bien.
Regresamos al día siguiente a las
6 de la mañana porque yo tenía que trabajar. Mientras Barragán manejaba, yo
revisé los distintos medios y con horror me encontré en muchas de las fotos
publicadas en las notas sobre la sesión de Tunick. “¿Y qué esperabas si estabas
en primera fila?” preguntó mi chofer con su inexistente dulzura.
No sé qué esperaba. Pero esa ha
sido la parte más inesperada de la experiencia. La pena de saberme expuesta. No
me importa que cualquiera que googlee sobre el tema encuentre fotos mías,
porque finalmente ese cualquiera no me conoce. Pero la idea de que la gente que
sí me conoce pueda verme desnuda… me hace sentir incómoda. Supongo que es parte
de lo que viví. La prueba de que a pesar de todo si tengo algo de pudor.
Sé que al escribir esto abro la
puerta a que busquen esas fotos. Yo publico algunas donde NO salgo para que
tengan mejor idea de la experiencia. En mi mundo ideal no me van a buscar, pero
si lo hacen no me digan y si lo hacen y me encuentran y me dicen… al menos
díganme que me veía muy bien.