Me subo al elevador, se cierran las puertas y suena la alarma sísmica. Ya entendí, querido universo, tengo que trabajar más duro por tener la vida que quiero vivir. En eso estoy. Déjame lograrlo y mientras tanto por favor párale con los temblores. O al menos que no me agarren entre un elevador.
Han sido días de pensar mucho. Muertes inesperadas, buen cine del que hace pensar y la lucha intensa por recuperar mis espacios. Se acaba el año y una parte de mí siente que pasó sin pena ni gloria. No tengo muy claro qué he logrado en este 2013, tal vez la certeza - por primera vez en mucho tiempo - de qué es lo que quiero. Dónde, cuándo y con quién.
Siento que es algo que siempre he sabido pero no me animaba a reconocerlo como ahora lo hago. Y ahora sé que no veía todos los miedos que mis sueños me generan. Pasé de la ansiedad de un futuro que no quería, a la tranquilidad de tener un rumbo, a una nueva ansiedad de descubrir que no controlo mi futuro y que solo puedo intentar lograr lo que quiero.
Pero esta vez no quiero que mis miedos me derroten. Quiero hacer las cosas bien y sé qué es lo mejor para mí, entonces seguiré intentándolo, tocando puertas y esperando que se abra el camino.
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