domingo, 21 de febrero de 2010

Historia 4: El señor Palin o el mal de vereda.


El mal de vereda es un concepto colombiano que se refiere al fenómeno que se presenta cuando una persona lleva sola un buen tiempo y se la pasa con la misma gente (como si viviera en una vereda / pueblo chico) Ante la imposibilildad de conocer gente nueva, termina andando con alguien que en condiciones normales jamás hubiera considerado siquiera aceptable ni se hubiera ajustado a sus exigencias diarias.

Y eso fue lo que me pasó con el Sr. Palin. Llevaba un largo tiempo de solteria. Y más que de solteria de no conocer a nadie. De pasarmela con los mismos y las mismas. Y en una fiesta me tomé más tragos de los aconsejables y terminé dándome besos con un niño de la maestria al que jamás había determinado antes. El chico era amigo de una de mis amigas y sólo le hablaba a ella. Para mí era el amigo de E y punto.

Nos dimos besos y yo me divertí. Y unos días después me invitó a cine. Y antes de que me diera cuenta estábamos saliendo. Al principio, como todos mis psicópatas, parecía normal. Dos carreras, inteligente y con un buen trabajo. Y claro, eso hacia que me gustara. Algún día tendré que empezar a salir con brutos a ver si la cosa mejora, porque los inteligentes son peligrosisimos.



Lentamente empecé a descubrir que este personaje es el hijo perdido de Sarah Palin. Un mexicano que si hubiera podido habría votado por Bush las dos veces. Uno que hubiera votado por McCain y que en México es Panista. Del ala más radical claramente. Lo primero que me molestó era su homofobia permanente. Para él, cualquier hombre que se mostrara como sensible o tuviera alguna característica distinta a la de los machos alfa, debía ser homosexual. Pero él jamás se referia a éstos como homosexuales o gays, les decía Jotos. Que en México es una expresión fuerte.

Yo estoy convencida de que las palabras crean realidades y que el denigrar verbalmente de manera permanente a cualquier grupo de población, esta mal. Así que terminabamos en eternas discusiones, donde yo terminaba histérica. Claramente el personaje estaba en contra del matrimonio gay "porque es contra la naturaleza, porque los jotos no pueden reproducirse y el matrimonio es para tener hijos". Y cuando yo argumenté alguna vez, que todos debemos tener los mismos derechos y no hay razón para que haya ciudadanos de segunda clase, me respondió: "ellos tienen derechos, no digo que no. Pueden tener derechos humanos, pero no deberían tener derechos civiles". Sarah Palin no lo hubiera dicho mejor.


Pero el mal de vereda era fuerte y en el fondo me gustaba tener a alguien que me llamara, mandara mensajitos y llevara a cine. Un fin de semana, nos encontramos en Cuernavaca y me llevó a disparar. Porque como buen republicano wannabe este personaje amaba disparar. Tenía colección de armas y hacia caceria. No voy a decir que no me divertí, porque me gusta hacer cosas distintas e intentar cosas nuevas. No repetiría la experiencia, pero fue divertido. Y en la medida en que sólo le disparamos a palomas de cerámica, no hubo ningún herido.

Los días pasaron y yo cada vez tenía más dudas. Pronto descubrí que según él la educación sexual en los colegios es lo peor que ha podido pasarle a la humanidad porque el sexo es pecado, que la teoría de la evolución es mentira porque Dios hizo al universo en 7 días y que el calentamiento global es una mentira que dicen los abortistas para que los ricos puedan mantener su status quo. (Jamás entendí esta última teoría y todavía estoy tratando de descifrarla.)

Un día salimos y yo andaba pucherosa. Acepto que hice todas las cosas de las mujeres que me molestan. Dije que no me pasaba nada cuando claramente me pasaba algo. Negué estar brava pero me dediqué a hacer mala cara un buen rato de la noche. El Sr. Palin decidió portarse bien y en vez de llevarme a la fiesta a la que estábamos invitados me llevó a su casa para que yo me relajara un poco. Una buena idea. Pero una vez en su casa procedió a mostrarme una de sus fotos favoritas: él frente a un venado muerto. Yo sólo pensé que estaba en la casa del asesino de la mamá de Bambi. Ante mi cara de angustia y pánico, este personaje decidió que lo mejor para animarme era sacar una de sus armas. De su closet sacó un revólver y cuando le dije que por favor no lo hiciera, que a mí no me gustaban las armas, me dijo que tranquila y procedió a dispararse varias veces. A mí casi se me para el corazón con cada uno de los tiros vacíos. Ignorando mi pánico, el Sr. Palin procedió a limpiar el revólver mientras me explicaba que ésta era una de sus actividades favoritas para relajarse. Yo no podía respirar. Le rogué que nos fueramos a la fiesta.

Necesitaba salir de esa casa.

Acepto con total vergüenza, que me tardé un poco más en comprender la realidad de lo nefasto del Sr. Palin. Incluso acepto que me dolió cuando dejamos de salir. Pero un par de días de soledad me permitieron ver lo bajo que había caído. Lo profundo que me había internado en la vereda. Y claro, lo mucho que se me había dañado el gusto.

Una vez logré ver eso, jamás volví a pensar en el Sr. Palin.

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