Cuenta mi mamá, que un día cuando yo tenía como 12 o 13 años, me oyó
hablando por teléfono con una amiga. Al parecer la niña en cuestión estaba
frustrada porque su mamá no era cómo ella quería. Y yo siendo una buena amiga
la estaba aconsejando. Dice mi mamá que lo que yo dije fue algo cómo:
"Tienes que entender que uno tiene que aceptar a los papás cómo son, yo
por ejemplo ya acepté que mi mamá nunca va a ser una señora de sastre, ella
solo es un desastre".
Sospecho que para mí mamá no fue tan chévere oír eso. Pero hoy, muchos
años después, acepto que soy muy feliz de tener a la mamá que tengo y que en
efecto, no sea una señora de sastre. Y claramente, siendo yo soy hija, tampoco
lo soy. Es cierto que me disfrazo más que ella. Que de tanto en tanto, puedo
irme a la oficina con tacones, peinada y con ropa de mujer seria.
Pero se siente un disfraz. Y luego, cuando veo a esas otras mujeres, las
de pelo perfecto, maquillaje impecable, con ropa que les combina, que no se
arruga ni se mancha, de aretes que yo jamás consideraré ponerme... me acuerdo
que yo no soy una de esas mujeres.
Yo soy la que se disfraza ocasionalmente; la que se va a Playa del
Carmen en un colectivo de 30 pesos y luego se queda dormida en la playa para
despertarse como un camarón cruzado con dálmata porque el bloqueador se cayó a
pedazos. Ya no soy la que se queda en hoteles de menos de un dólar la noche
pero sigo siendo la que después de una semana difícil necesita quedarse todo el
día entre su cama sin hablar con nadie.
Y ya en este punto, acepto que jamás seré la mujer de pelo perfecto, uña
pintada, aretico-de-perla y marido que le combina con los zapatos de tacón. Y
casi todos los días, sé que soy feliz sin ser eso. Que de hecho, no podría ser
feliz siendo eso. Porque a mí lo normal no me funciona. Ahora he estado viendo
Scandal y hay ese análisis. Cómo hay personas que son normales y pueden vivir
en su casa en los suburbios, tener un jardín, un perro y ser felices.
Pero hay otros que no pueden. Que necesitan trabajos intensos, retos
permanentes, disparos de adrenalina cuando uno menos se lo espera. Y amores
diferentes. Relaciones que no se pueden encuadrar en la casa con jardín, el
perro y la cena familiar cada noche.
Y sí, en efecto, yo soy de ese último grupo. Claramente sería más
divertido si además yo trabajara con Olivia Pope y tuviera que resolver
escándalos de la Casa Blanca. Pero en términos prácticos, soy de su grupo. Soy
la que necesita retos, la que busca hacer las cosas a su manera así el mundo
entero le diga que es mejor si sigue a los demás, la que se enamoró y terminó
en una relación abstracta y única que le demostró que hay una felicidad
profunda que viene de sentirse aceptada tal y cómo es.
Y entonces todo está bien, y en ese momento entiendo que lo que me resta
es simplemente ir afinando los detalles, buscar retos que me obliguen a crecer,
salir de la maldita zona de confort y seguir aceptando que soy feliz en la
Gelatina.
Pero hay noches como hoy… luego de una semana difícil, donde sentí que
el universo conspiraba en mi contra; donde cuestioné los motivos por los cuales
estoy en donde estoy; donde odié ser la que siempre estará pensando si su vida
sería mejor si estuviera en otro lado… donde lo extrañé todos los días y me
odié por entenderlo y comprender que su vida es su trabajo y que ahí es dónde
quiere estar… hoy me doy permiso para por una noche querer ser normal.
Hoy me doy permiso de querer no cuestionar la forma en que los otros
hacen las cosas. Hoy quiero ser a la que no le duele sentir que el barco se
hunde por falta de interés del capitán. Hoy me doy permiso de querer una vida
más simple. Con un amor más simple, más estable y con quién no tenga que luchar
tanto para que se den los espacios para poder estar. Hoy me dormiré queriendo
ser la que es feliz con una vida normal y simple.
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