En estos días he pensado mucho en quién fue mi abuelo. Hoy creo que fue muchas personas a la vez. Y para cada uno de los que lo conocimos fue alguien distinto. Para algunos fue un gran arquitecto que entendía los espacios y las proporciones. Para otros fue ese buzo que podía hacer pesca submarina sin tanque. Descendiendo en el mar, con su gran casa en las Islas del Rosario. Navegando en La Tavana. Fue ese hombre al que le encantaba construir lagos, ya fuera en el Puente o en el jardín de San Diego, para que nosotros sus nietos nos retáramos a ver quién se atrevía a nadar en medio del frio de la sabana.
Para otros fue ese deportista increíble, divirtiéndose jugando golf, tenis, fútbol y corriendo carros de carreras. De aquel ex portero del Santa Fe, debo aceptar que yo conocí poco. Para mí, sólo fue un increíble jugador de golf, que en las tardes de mi infancia me llevaba al San Andrés a “echar unas bolitas” tras lo cual nos premiábamos con un salpicón.
Otros lo conocieron como el jugador de cartas y de billar. Participando en los torneos del Gun y del Puente. Y en esos dos lugares, lo conocieron de una forma distinta a la que lo conocí yo. Tomando su whiskey, diciendo groserías y riéndose. Con esa risa que animaba la fiesta. Porque si algo fue mi abuelo, fue el hombre de la fiesta. El que se quedaba hasta el final sin importar si la fiesta había empezado uno, dos o tres días antes. Muy pocas personas pueden contar que en más de una ocasión, al levantarse por la mañana para ir al colegio, encontraban no a sus hermanos mayores o a sus tíos, sino a su abuelo, en la sala de la casa con dos o tres amigos, rematando la fiesta. Y claro, mi abuelo no dudaba en invitarme, tratando de convencerme que no fuera al colegio, que era más divertido quedarme con ellos.
Para otros mi abuelo fue ese hombre increíblemente valiente, que enfrentó la ruina económica varias veces en la vida sin dejarse derrumbar. Asumiendo el reto de sacar adelante a sus cuatro hijos y a su esposa, rehízo su vida en más de una ocasión. Incluso, en sus 60’s emprendiendo una nueva aventura al crear la empresa de fresas. Así, para mí, mi abuelo también fue ese hombre que caminaba en San Diego aprendiendo sobre cultivos hidropónicos.
Mi abuelo fue el gran constructor de espacios para que su gente se reuniera y divirtiera, ya fuera en Ventanas o en su casa en las Islas o en el Puente, él siempre quiso unir a la gente, dándoles los espacios para sentarse, comer algo rico, tomarse un trago, cantar una canción y oír la música que tanto le gustaba.
Hoy pienso que hubiera sido increíble conocer al Mi Don Ra que conocieron sus amigos del Gun, del Puente y del resto de los lugares donde mi abuelo fue tan profundamente querido. Porque si algo fue mi abuelo, fue un hombre querido. La última vez que fuimos juntos al Gun, duramos horas llegando al comedor, porque cada una de las personas que se nos cruzó esa noche quería saludarlo. Desde el portero y los meseros hasta los socios que esa noche estaban.
Ellos, al igual que yo, probablemente también conocieron al amante de la música. El fanático de Daniel Santos, que cantaba como pocos. Y aunque no era de pararse a bailar, puedo decir con orgullo, que cada vez que lo saqué a bailar, aceptó. Claro, no alcanzaba a terminarse la canción cuando él ya estaba volviendo a sentarse, pero gracias a ese increíble lenguaje corporal que mi abuelo dominaba, siempre me dejó con una sonrisa.
Mi abuelo también fue ese hombre obsesivo con la comida. Ese que cuando descubría algo que le gustaba tenía que comerlo día y noche. Y claro, nosotros, su familia, comíamos la obsesión del mes, con él. Por mi parte aún no puedo comer el goulash y ninguno ha olvidado el kit profesional que compró para poder comerse las toronjas. Sé que mi mamá todavía no puede ver el yogurth de melocotón con el que nos torturó en una época.
Mi abuelo, fue ese rebelde que en su época de universidad prefería tener una moto a un carro, estudiando arquitectura y viajando a Berkley. La última vez que hablamos del tema todavía se reía con picardía contando cómo disfrutaba ver la cara de pánico de sus amigos cuando los obligaba a montarse en las montañas rusas de San Francisco.
Y mientras para nosotros, su familia, mi abuelo fue el padre, el tío, el hermano y el abuelo. Para el resto del mundo, fue el gran amigo. Ese increíble ser humano al que la gente quería querer. Mi abuelo tenía amigos de todas las edades, todos los estratos y todos los estilos. A todos conquistaba. Alguna vez, me dijo que en la vida, había que tener tantos amigos como se pudiera, porque sólo así se debía vivir.
Para mí… mi abuelo fue mi Papa. Fue ese hombre que por tantos años asumió el rol de padre. Fue quien me leyó cuentos de niña, a quién llegué a llorarle cuando en la primaria, mi mejor amiga de la vida anunció que se cambiaría de colegio. Mi Papa fue quién miró feo a cada uno de los niños que llevé a la casa, el que les constaba en tonó arisco cuando llamaban por teléfono. Fue quién me consoló cada vez que me rompieron el corazón y el que se llenó de orgullo con cada uno de mis logros. El que nunca dejó de creer en mí y el que le contaba a sus amigos más queridos, mis historias como si fueran los más grandes logros. Fue el que me miró con ojos tristes pero me dijo que estaba feliz por mí cuando me fui a India y el que me abrazó y no me quiso decir adiós cuando me fui a México. Fue el único hombre que jamás me decepcionó. Fue quién me enseñó que el amor no necesita palabras y aún así nunca dejó de decirme te quiero cuando realmente lo necesité. Fue el hombre a quien siempre quise hacer sentir orgulloso sabiendo que sin importar qué hiciera ya lo estaba. Mi Papa fue el hombre que me enseñó que hay que vivir la vida a plenitud, que hay que correr riesgos, que hay que tener a los amigos siempre cerca, quererlos con el corazón, que no hay que tener miedo de llorar las tristezas y que siempre se debe seguir adelante sin importar qué suceda.
1 comentarios:
Precioso, querida Li.
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