Y de repente, estuve sentada en
un restaurante con 16 Picassos originales, haciendo chistes con un Sommelier
francés y comiéndome una torta de chocolate caliente que tiene que ser de las
cosas más deliciosas que he probado en mi vida. Y la mejor parte es que lo
estaba haciendo porque ese era mi trabajo.
Hay días en que me levanto
sabiendo que tendré un día largo y aburrido en la oficina. Supongo que es parte
normal de la vida. Hay días rutinarios que se mezclan en los recuerdos. Y luego
hay otros en los que primero juego con delfines y de ahí me voy a funciones
especiales del Circo del Sol y luego a que el jefe de cocktailes de un hotel
prepare uno especialmente para mí. Bueno, al menos una vez en mi vida sucedió.
Resulta que luego de haberme
puesto a aguantar insultos y cargar maletas en Volaris, decidieron que debía ir
a un viaje de medios (Famtrip como se les conoce en el medio) a Las Vegas.
Ahora, debo ser honesta y decir que Las Vegas es una de esas ciudades a las que
jamás hubiera ido por instinto propio. Me parecía artificial, falsa y un poco
loba (naca en mexicano).
Pero como a mí me encantan los
paseos, yo voy a donde me manden sin importar si es un maizal en Iowa o a un
aeropuerto en México donde no puedo nunca salir y a duras penas conozco la sala
de espera. Así que con el mismo espíritu antropológico que el año pasado me fui
a ver maíz, este año me fui a ver cómo viven los ricos cuando van a Las Vegas.
El motivo real del viaje por
supuesto no era que yo conociera la ciudad, el cuento es que en Volaris
habíamos decidido apoyar a una agencia de relaciones públicas cuyas cuentas son
Las Vegas, Nevada y los parques de Disney y que nos habían pedido los boletos
para que 6 periodistas pudieran asistir al Pow Wow de Turismo.
El IPW como ahora le dicen, es
uno de los eventos de turismo más grandes del mundo. Organizado por la
Asociación de Viajes de Estados Unidos, es en términos simples una enorme rueda
de negocios para los prestadores de servicios de turismo. Todos se reúnen
anualmente en alguna ciudad de USA para cerrar negocios y hacer el famoso
networking que a los gringos tanto les gusta. Una parte muy importante del
evento son los medios ya que ellos también tienen la oportunidad de promover
los destinos, hacer acuerdos de cobertura, etc. Entonces hay periodistas de
todas partes del mundo que viajan solo a cubrir el evento.
Dado que este año era en Las Vegas,
la agencia que les mencioné, organizó un viaje grande de periodistas (unos 30
en total) y Volaris los apoyó llevando a los medios invitados de Guadalajara.
La idea de que alguien de la aerolínea (o de los que hacemos relaciones
públicas para ellos) fuera era básicamente para que los medios también supieran
de Volaris, conocieran más sobre la ruta y para hacer relacionamiento.
Por motivos del destino me tocó
ir a mí y debo decir que si esta quincena no me la pagan, yo casi que ni me
quejo (excepto porque tengo que pagar lo que compré en Las Vegas). Fueron los 6
días más divertidos que he tenido en mucho tiempo. Y los 6 días donde más me
han consentido en la vida. Si antes quería marido millonario, ahora ya tengo la
certeza que necesito marido multimillonario para poder vivir siempre como esos
6 días. Mi hippie interior descubrió que tengo una yuppie que quiere que la
consientan todo el tiempo.
Cada día nos recogía una
larguísima limosina y nos llevaba de paseo. Fuimos a los mejores restaurantes
(más de eso ahorita), a los mejores hoteles, a shows y fiestas exclusivas. Fue
entrar a otro mundo exótico y tan distinto de lo que yo usualmente vivo cuando
viajo.
La ciudad de los hoteles.
Las Vegas es una ciudad extraña.
Como dice mi amiga Adri, es un lugar donde uno siente que cualquier cosa puede
pasar. Y tengo la idea que cualquier cosa efectivamente pasa. Todo es en gran
escala. Los hoteles boutique tienen 120 habitaciones, porque un hotel normal
puede llegar a tener 7,000. A la hora a la que uno camine se oyen gritos
emocionados de jugadores de blackjack y si uno quiere, puede caminar por horas
dentro de un hotel sin ver nunca la luz del sol.
Dentro de las cosas que me
parecieron más inusuales es que todo en Las Vegas esta dentro de un hotel.
¿Quieren ir a ver O del Circo del Sol? Pues vayan al Bellagio. ¿Quieren oír a
Celine Dion? Les toca pasarse por el Ceasar’s Palace. ¿Tienen antojo de la
mejor comida francesa de la ciudad? Hay que ir al MGM Grand. Y así.
Tal vez es por eso que los
hoteles son tan distintos entre sí. Usualmente a mí me parece que todos los
hoteles son iguales. Divididos según categoría pero iguales. Aquí no. Cada uno
tiene personalidad propia y la personalidad, como todo en Las Vegas se
desborda. Así por ejemplo, está el clásico Ceasar’s Palace que todos hemos
visto en películas pero donde realmente todo tiene decoración de los romanos
(seguramente en el hotel han muerto varios historiadores por los errores que
comenten, pero nosotros los mortales, vemos cosas que parecen del imperio romano
y punto). Los empleados van de túnica y sandalias y hay estatuas romanas por
todas partes.
Pero no es el único. Hay uno
llamado Paris que tiene una Torre Eiffel a la entrada, otro de Nueva York que
une los edificios más emblemáticos de la ciudad en su fachada, está el Venetian
donde hay gente con máscaras del festival de Venecia que lo atienden a uno, los
techos tienen pinturas que imitan los
frescos italianos y en su interior, por supuesto hay canales, con agua,
góndolas y gondoleros que cantan en italiano. El que más me llamó la atención
fue Keops que es la pirámide habitada más grande del mundo, con su respectiva
esfinge a la entrada, Tutancamones caminando por ahí y aunque no vi, puedo
asegurar que debe haber varias Cleopatras sueltas en su interior.
Como les digo hicimos muchísimas
cosas y si les cuento todas, primero me van a odiar de la envidia y dos me van
a dejar de leer así que mejor les cuento las que más me gustaron o
sorprendieron.
Entre delfines y armas.
En el Mirage (donde se presenta
Love del Circo del Sol que no vi y que probablemente será el motivo para que
regrese), hay un jardín de Siegfried y Roy, con un hábitat de delfines, donde
por 250 dolarcitos uno puede pintar con Flipper. En mi caso no llegué a pintar
ya que solo nos dieron 4 lugares pero fue bastante divertido ver a mis
periodistas sosteniendo los lienzos mientras los delfines movían los pinceles
que los entrenadores pusieron en sus bocas. No sé qué hubiera hecho con la
“obra de arte”, pero en cambio pude jugar con uno que me aleteó y dejó que le
diera un beso.
Y mientras mucha gente piensa en
las fiestas nocturnas de Las Vegas, una de las más famosas en realidad es de
día. Estando en el desierto, logramos llegar a 43 grados lo cual fue inhumano
para mí. Pero para que viéramos cómo viven ese calor, nos llevaron a la Pool
Party Wet Republic, en el hotel MGM. Básicamente hay 2 piscinas gigantes,
infestadas de gente, donde por 100 dólares te dan una cama con sombrilla o por
500 tienes derecho a una cabaña con tele, piscina privada y mesero particular.
A cambio, la gente oye a los mejores Dj’s de música electrónica y son atendidos
por meseros que son modelos y a quiénes ponen en unos mini bikinis. El ambiente
es muy chévere y probablemente si yo tuviera 10 años menos y 10 amigos en Las
Vegas me parecería un planazo. Pero a mis 31, sin amigos cerca, sin bikini
debajo de mi vestido y con la certeza de que en esa piscina debe haber una
cantidad de microbios con los que no necesito convivir, me fui feliz sin que me
pesara que solo nos pudiéramos quedar 45 minutos ahí (que hasta se me hicieron
largos).
Díganme lo que quieran pero de
las cosas que más ilusión me daban de ir a Las Vegas no era quedarme en uno de
los hoteles más nuevos – Nobu Hotel – ni ir al shopping en los súper outlets,
ni siquiera las cenas elegantísimas o los shows del Circo del Sol a los que
fui… era ir a disparar a una galería de tiro. Y es que yo tengo una
guerrillerita interna (sino pregúntenle a mi amiga Linis a quién derroté
jugando paintball al grito de RÍNDASE GARCÍA!) a la que le chiflan esas cosas.
Disparé un revólver de policía, un AK47 que me dejó morados en el hombro y uno
que no sé cómo se llamaba pero que cuando uno disparaba explotaba con fuego.
Fantástico. Lo bueno es que descubrí que no soy la única loca a la que le
gustan esas cosas, porque hasta tienen combo especial para despedidas de
solteras.
Food porn.
Y llegamos al tema de la comida.
No puedo describirles los restaurantes tan maravillosos a los que fuimos. Cada
uno con su encanto, desde las hamburguesas deliciosas de Gordon Ramsay (a quién
no conocí o ya me hubieran deportado por intentar traérmelo amarrado), el
buffet de desayuno más maravilloso que se puedan imaginar en el Aria o un
risotto exquisito en el Circo del Bellagio.
Pero hubo 2 que tengo que
mencionar. El primero es el restaurante del chef Joël Robuchon del que ya
chiquaneé en Facebook. Dicen que es el mejor restaurante de la ciudad y su
dueño es un “don nadie” que tan solo ha sido nombrado Chef del Siglo por una
guía francesa, sus restaurantes tienen en total 28 estrellas Michelin (con el
record de más estrellas para un solo chef en el mundo) y el restaurante además
de tener 3 estrellas Michelin, 5 de la guía de Forbes, es uno de los 5 mejores
de la revista Gourmet.
Don Joël no estaba ya que andaba
atendiendo otro de sus restaurantes pero nos dejó menú especial. Empezando por
una gelatina transparente de tomate que sabía a gloria hasta un carro de
postres donde es imposible elegir uno que quiere, la cena entera fue
maravillosa. Sin embargo, (y de nuevo júzguenme lo que quieran) el plato principal:
cachete de res a la yo no sé qué, no me encantó. Yo soy insoportable con la
comida y las cosas tan elegantes tienden a conflictuarme.
Para mí felicidad, todos los
lugares a donde fuimos son gringos en espíritu y si uno les dice que no come
cosas de mar, inmediatamente tienen una opción para uno. Benditos sean los
vegetarianos, veganos, alérgicos y demás personajes que han demandado a algún
restaurante por no darles lo que quieren.
Así, mi cena favorita no fue en
el restaurante de 3 estrellas. Fue en el que tenía “solo” una. Y ese es el
Picasso en el Bellagio. Su chef, Julian Serrano es un español que habla rápido,
dice las cosas como las piensa y su lado artístico se sale hasta en el hecho de
que los platos él mismo pintó. Y sí, es un lugar donde hay Picassos originales
rodeándolo a uno pero entre la comida que fue gloriosa y el hecho de que el
Master Sommelier nos maridó cada plato con un vino distinto, a mí al tercer
tiempo ya se me habían olvidado las pinturas y solo quería seguir siendo
alimentada. Al final, cuando el chef salió a despedirnos lo abracé con un
cariño que estoy segura solo sentí por mí mamá la primera vez que me alimentó.
Esa es mi historia de Las Vegas y
porque amo mi trabajo. Al final encontré una ciudad distinta de la que esperaba
y que ofrece mucho más que apuestas y bodas de borrachos. Aparentemente no soy
la única en haber hecho el descubrimiento porque aproximadamente el 60% de los
que viajan a Las Vegas ya no lo hacen para apostar como principal motivo. Eso
sí, el 70% de los que van, ya entrados en gastos apuestan.
Y de nuevo fui parte de esa
estadística. Dado que les estoy escribiendo desde mi compu vieja, en mí casa y
no desde la habitación de un hotel maravilloso, es obvio que perdí los 3
dolaritos que aposté.