lunes, 5 de junio de 2017

Momentos de felicidad pura

Hace mucho no escribo aquí. La vida ha dado vueltas y escribir se ha hecho difícil. Pero un día, a comienzos de este año, encontré la forma de escribir así no fuera con palabras en un papel. 

Improv

Era algo que había querido hacer desde hacía mucho. Tenía mucha curiosidad, particularmente después de mis clases de StandUp comedy. Y la verdad, lo he disfrutado muchísimo más. Y me ha tocado mucho más la vida. 

En la primera clase nos contaron que en la Improv hay 3 principios básicos y entre más los aplico, más siento que son principios para la vida: 
  • Debes aceptar todo lo que te propongan, solo así funciona la improv, cuando aceptas y dices SÍ! 
  • Se consciente de tus alrededores: tienes que ver, oír y sentir qué están haciendo tus compañeros para poder incorporarlo a lo que tú estás haciendo
  • Acepta los errores que cometes y no te quedes pensando en ellos: No pasa nada si te equivocas, de ahí viene lo divertido. 
Y yo, tan perfeccionista, tan dura conmigo misma, he tenido que aprender que no me puedo quedar pensando en lo que hice mal o lo que hubiera podido hacer mejor porque entonces freno todo y dejo de estar en el momento. No voy a decir que ya nunca lo hago, pero si debo decir que esto ha sido una profunda lección de tolerancia conmigo misma (y con los demás). 

Levantarme temprano los sábados dejó de ser algo negativo y ahora es algo que espero cada semana, porque de repente encontré cómo pasar 3 horas seguidas sin pensar en mi vida, riéndome y aprendiendo. 

Si, la improv es mucho de agilidad mental, pero es más de aprender a fluir. Cada vez que uno intenta pensar en algo gracioso, se deja de ser gracioso. He aprendido a confiar en mi cerebro para que encuentre las ideas y las palabras perfectas para cada situación. 

Y destaco confiar porque eso es lo otro que he aprendido. La improv ante todo es un trabajo en equipo, mientras en el standup aprendí a pararme en un escenario sola contra el mundo confiando solo en mí... en la improv he aprendido a confiar en mi grupo, en esos personajes que como yo, eligen pasar sus mañanas del sábado jugando y divirtiéndose. 


Yo, la hija única, independiente, uniandina que nunca disfrutó trabajar en equipo porque jamás confió en sus compañeros, he tenido que aprender a la mala a hacer equipo y en la improv, aprendí a hacerlo pero ahora a las buenas. "No importa que se equivoquen, alguien vendrá a rescatarlos" es una frase dicha por mis profesores una y otra vez, hasta que se ha vuelto realidad. Me paro en el escenario y no tengo miedo (no tengo TANTO miedo) porque sé que no estoy sola, que hay otros jugando conmigo y que al final, juntos sacaremos las cosas adelante. 

Juntos hacemos cosas imposibles como caminar todos al tiempo y sin decir una sola palabra, detenernos todos al tiempo para luego, otra vez todos al tiempo, volver a empezar a caminar. O crear historias que tienen sentido, cada uno diciendo solo una palabra. O convencernos que pararnos frente a nuestros amigos y familia no es una idea absurda. 

Y entonces el sábado, después de uno de los meses más intensos de mi vida, donde por ley de murphy se me juntaron 2 proyectos, una noticia personal que me genera toda la ansiedad del planeta y cuanta cosa pudo ocurrir... yo tuve un momento de felicidad plena al estar parada en un escenario. 

Mi yo interna, esa que jamás ha dejado de desear ser una actriz de broadway, tuvo la oportunidad de estar en un escenario, cantando, actuando y bailando sin morir en el intento. No importó el cansancio, el no saber dónde estaré viviendo en 3 meses o cómo será mi vida o si Trump nos va a terminar de joder a todos, yo levanté mi voz, me acordé de mi profesora de teatro gritándome que o me oían en la última fila o me sacaba del escenario y fui feliz. Profundamente feliz. 










viernes, 16 de diciembre de 2016

Love is out there

El otro día estaba hablando con mi mamá y le dije que este año ha sido una mierda. 

Y es que lo ha sido. 

Y me voy a permitir ser egoísta. Entonces no voy a hablar de Trump. O de Siria. O de cómo ganó el No y yo pasé lo que ha debido ser una tarde feliz, llorando. Y no quiero ni recordar la tristeza de Orlando. O pensar en Viviane Morales y su cruzada en contra de la realidad. O del hecho de que hay gente que cree en lo mismo que ella. Ni hablaré del resto de las cosas feas que pasaron en el mundo. 



Hablaré de mí. 

Fue un año feo por cosas muy profundas. Porque físicamente lo menos grave que me pasó fue que tuve una endodoncia que no funcionó a la primera así que tuve que pasar muchas horas en la silla del dentista y muchas más adolorida. 

Porque lo que todo el mundo me prometió que sería una cirugía sencilla, fue mucho más complejo y doloroso de lo que jamás pensé. Quiero pensar que va a llegar el día que se me olvide lo horrible que fue despertarme gritando del dolor después de la operación. Que eventualmente se me pasará la tristeza de que mi mamá no haya venido. Que la sensación de vulnerabilidad se me va a pasar. 

Fue un año de mierda porque una de las personas a las que más quiero en la vida esta enferma. Y es grave. Y prefiero no pensar en lo que puede pasar porque no puedo pensar en un mundo donde ella no esté. Y yo estoy lejos y esto me ha hecho odiar y cuestionar la distancia, preguntarme por qué es que necesito vivir lejos, por qué me vine aquí. Y fue un año de mierda porque su enfermedad le cambió la vida a toda mi familia, le ha generado una tristeza a mí mamá que no sé cómo quitarle y ha roto lazos que no sé si se pueden rehacer. 

Y uno pensaría que eso es más que suficiente pero hubo muertes que no nos esperábamos. Porque 2016 y 2016 es una mierda. 

Pero entonces al día siguiente de hablar con mi mamá, vi el video de Google del resumen del año. 


Y resulta que sí. El amor siempre estuvo por ahí y seguirá por ahí. 

Y este año tuvo grandes momentos. Bailar y gritar a todo pulmón con mi papá en el concierto de los Rolling Stones es uno de los momentos más felices de mi vida. Y no puedo olvidar que empecé el año profundamente feliz abrazada al Sr Gelatina (al que habría que conseguirle nuevo apodo porque y ano somos gelatina) cumpliendo mi sueño de llevarlo a Colombia a que viera de dónde vengo. 

Hubo conversaciones increíblemente largas y profundas con Adri, las cuáles me recordaron que el amor es más grande que la distancia y que no todas las amistades se pierden, que soy tan importante para ella como ella lo es para mí. 

Tuve el valor de tomar el reto más grande de mi carrera y aunque aún no sé a ciencia cierta cómo terminará la historia, todo lo que he aprendido en estos meses y el hecho de estar haciendo cosas que nunca había hecho, ya hace que valga la pena. Y tengo la sospecha que este nuevo camino será determinante para mí. O al menos eso espero. 

Y aunque como en cualquier relación hubo días buenos, días malos, días increíbles y otros horribles con el Sr Gelatina, este año siento que tantas tantas cosas se consolidaron entre los dos. Hoy somos mucho más que hace un año y eso es increíble. Y cortesía de mi vesícula defectuosa, vi un amor, compromiso y dedicación que nunca pensé que tendría en la vida. Jamás pensé que alguien me iba a amar tanto como para cuidarme como él me cuidó. 

Y sí, fue un año horrible para mi familia y por tanto para mí en esta distancia. En muchos sentidos me recordó aquel 2009 cuando literal hasta se murió mi gata. Pero hubo una diferencia enorme. 

Yo ya no soy la estudiante que no puede ir a estar con su familia. 

Ahora soy la profesional exitosa y por tanto pude no solo ir a la boda de mi prima, sino que pude darme el lujo de ir 72 horas a Bogotá a abrazar a mi tía. Porque love was out there y yo ya podía hacerlo. Porque no importa que mi mamá ya no viva en Bogotá, Adri me da una casa y un lugar donde respirar. Porque mi mamá fue a Bogotá para abrazarme y vivir el momento conmigo. 

Entonces no puedo decir que el 2016 fue un buen año. Pero tampoco creo que fuera una mierda. 

Y como todo en la vida, este año también pasará. Y me quedarán los recuerdos, algunos dolores y muchos aprendizajes. Hoy elijo además, intentar quedarme con el recuerdo del momento en que me paré bajo la cascada de Hierve el Agua y como en ese instante, todo lo que podía sentir en la vida era felicidad. 







domingo, 4 de septiembre de 2016

La distancia

La distancia... la distancia me ha permitido ver mundos que imaginaba desde niña; me ha hecho crecer y madurar. Ha hecho que mi corazón sea más grande de lo que hubiera podido pensar y pueda tener un cariño profundo por personas que no veo hace años. 

La distancia me ha permitido conocer a gente que jamás se hubiera cruzado en mi pequeño radar bogotano y me ha enseñado que puedo quererlos y dejarlos que cambien mi vida. Me ha dado amistades profundas, aventuras que me harán sonreír cuando tenga 80, una carrera de la que me siento orgullosa. La distancia me ha hecho fuerte y me ha enseñado a aprovechar los momentos que tengo con los que quiero cuando puedo estar con ellos. 

La distancia me ha permitido crear la vida que quería y soñaba. Pasaré mi vida entendiendo todos los motivos por los que yo necesitaba irme, crear una vida lejos, rodeada de extraños y con el reto constante de entender códigos foráneos. 

Y soy feliz con la distancia. Soy feliz en este país, esta ciudad y estas calles que se convirtieron en mi casa. 

Pero hay días en que aborrezco esta distancia. Donde me siento egoísta por necesitar estar lejos de los que más quiero. Donde no puedo entender por qué desde niña quería vivir en otro país, con otra gente, en otra realidad. 

Este mes me ha hecho vulnerable, me ha hecho sentir sola y me ha asustado. Estas semanas de tristeza se han instalado en mi corazón. 

Cierro los ojos y sé que mi vida esta aquí, que es aquí donde quiero estar. También sé que he logrado construir una vida que me permite tener fines de semana en Colombia y abrazar y ser abrazada... Cierro los ojos y no hay duda de que no quiero volver. Pero no sé cómo quitarme la tristeza de la distancia, la culpabilidad de no estar, la rabia conmigo misma por ser esa que siempre necesitó irse... 


jueves, 23 de junio de 2016

Si no es perfecto, esta pésimo

Cuando estaba en el colegio al final de cada trimestre nos tocaba hacer una "Autoevaluación", donde uno analizaba cómo se había portado en el periodo y al final se ponía una calificación. No sé cuál habrá sido la realidad de cada vez, pero cuando pienso en el tema de lo que me acuerdo es de querer ponerme Excelente pero sentir que era un poco pedante y dudar si mejor ponerme un simple Bueno. 

Algo pasó en mi vida y unos años más tarde me transformé en una persona a la que le queda imposible asignarse un Excelente como calificación propia. Cuando voy a la nutrióloga siempre me pide que califique cómo me porté durante la semana, en términos de qué tanto me hidraté, cómo seguí la dieta, cuánto ejercicio hice... y cada semana mi calificación sobre 10 es un 7 o cuando estoy orgullosísima de mi misma un 8... y cada semana ella armada con medidas reducidas y menores porcentajes de grasa me dice que mi calificación debería ser más alta. 

Pero yo no le creo. 

Porque mi cerebro esta programado para pensar que nada de lo que hago es suficiente, que siempre hubiera podido hacer más, que soy yo la que falla... y racionalmente sé que es bueno exigirme y buscar ser cada vez mejor, pero en el camino eso se convirtió en que me cuesta muchísimo tener empatía conmigo misma. 

Y entonces pasan cosas donde yo tengo una parte de la responsabilidad e inmediatamente asumo toooodo el tema. Soy yo. Debe ser por mí. Tiene que ser por mí. Porque yo fallé. Porque yo debería poder, yo debería hacerlo bien... 

La vara con la que me mido siempre esta imposiblemente alta y por tanto siempre me quedo corta ante mis propias expectativas. Y entonces soy increíblemente dura conmigo misma, analizando cada decisión, cada proceso, cada elemento que me llevó a no llegar a donde creo que debería estar. 

Pero es momento de ser más tolerante conmigo misma, de quererme un poco más y entender que así como tengo una monja interna que quiere que me case YA, tengo un juez ruso interno al que ninguna de mis acrobacias le va a parecer que esta bien hecha. Y así como ignoro vilmente a la monja, me toca aprender a mandar a volar al juez ruso.


viernes, 3 de junio de 2016

Déjalo ir...

Mi memoria es una cosa rara. Me cuesta mucho aprenderme nombres pero sé exactamente qué tenía puesto en mi primer date (jeans, camiseta blanca, saco azul y un collar con un dije azul noventerísimo), el día que salí por primera vez con el Ex (saco gris que picaba y que compré en Naf Naf y jeans) y la noche que me di los primeros besos con Open-Boy (vestidito azul que luego boté porque no fui capaz de volverlo a usar porque me daba tristeza). Y no solo me acuerdo de cosas  que pasaron en momentos importantes, también sé que las primeras películas que renté cuando Blockbuster llegó a Colombia fueron Mujercitas y Belle Époque. 

Hay cosas que por algún motivo se quedan grabadas en mi mente y no hay forma de dejarlas ir. Y realmente no me parece grave que mi cerebro este lleno de datos inútiles como que mi cuaderno de sociales en décimo era de los Auténticos Decadentes no porque me gustara la banda sino porque me pareció que era una buena definición del tema. Lo que me parece grave es que hay sensaciones, sentimientos, momentos y dolores que no puedo olvidar, que simplemente no puedo dejar ir. 

Y entonces los recuerdos se convierten en el arma para no dejar ir las cosas. Están ahí, permanentemente, mostrándome la ausencia como una constante. En este momento no se trata solo de ese amigo que ya no es y que tanto me pesa, se trata también de un rechazo que viví hace poco y que simplemente no sé cómo superarlo. 

Dentro de las cosas que me joden a mi la vida es la sensación de rechazo. Cuando supe que esto había pasado pero no pude saber los motivos, entré en un conflicto horrible. He analizado una y otra vez todo lo que pasó buscando las señales de por qué ya no quieren que yo esté. Y sé que probablemente nunca lo vaya a entender y que, al igual que con ese ex amigo, nada vaya a cambiar si de repente encuentro las razones verdaderas de lo que pasó... pero el no saber me mata. 

Al final lo que he aprendido es que como en todo el tiempo ayuda a que la incertidumbre no pese... Y llegara el día en que solo me queden los recuerdos sin un sentimiento amarrado a ellos. 


viernes, 13 de mayo de 2016

La tradicional lista de deseos de cumpleaños

Tras mi entrada de la semana pasada, he estado pensando mucho en qué debería escribir ahora. Han sido días buenos y muy felices. Así que creo que desde este lugar es momento de hacer mi lista de deseos de cumpleaños: 
  • La constancia de volver a escribir. Más cuentos, más historias, más entradas y muchas más páginas de Las Dos Hermanas. El valor de escribir esa otra historia que ronda en mi cabeza. 
  • Muchos más viajes. Conocer lugares nuevos. Y broncearme un poco, ya estoy transparente. 
  • Muchas muchas horas de sueño. Muchas. 
  • La capacidad de reconocer la felicidad y no tenerle miedo. Callar de una buena vez a mi monja interior que de verdad lo único que hace es joderme la vida: "y ahora que ganaste la última batalla, ¿qué vas a hacer con el terreno que conquistaste? y si ahora empezamos a joder por algo que ni nos interesa?"
  • El paseo al nevado de Toluca que sigo esperando. 
  • Que Ginebra deje de botar tanto pelo. 
  • No tener que volver en mucho, MUCHO tiempo al dentista. 
  • Cuidarme más, comer bien, estar con mis amigos que me llenan el corazón y darme los espacios para mí. Leer más. Volver a hacer yoga. Reírme mucho. 
  • Que los dueños de mi depa por fin se animen a arreglar la humedad de la sala (qué adulta soy... realmente deseo eso)
  • Más clientes que me reten y me permitan aprender mucho. 
  • Experiencias que me saquen de mi zona de confort y que me hagan sentir viva. 
  • Proyectos nuevos. 
  • Que se arreglen todos mis líos hormonales. De una buena vez. 
  • Muchas mañanas en Shakespeare. Más domingos felices, cenas inesperadas, todo el cine y el placer del desayuno en la cama. Ante todo, que sigamos siendo muy felices. 
  • Días buenos para Adri (y para todos los que quiero, obvio, pero hoy sí que lo deseo para ella)
  • La capacidad de mantener mi temperatura estable toda la noche y no andar quitándome y poniéndome cobijas todo el tiempo. 
  • Soltar. Soltar a los que me hicieron daño, a los que con sus inseguridades han entorpecido mi vida, a los que no quieren mi bienestar pero que están cerca porque me cuesta ponerles distancia. 
  • Muchas horas de arrunche. 
  • Unos audífonos nuevos para el iPhone. Y ya que estamos en esto, un nuevo iPhone. 
  • Y bueno, como siempre... vestidos bonitos para seguir caminando.  


viernes, 6 de mayo de 2016

Un año después...

En la última entrada de este blog yo escribía mis deseos de cumpleaños. Y la semana pasada alguien, un anónimo, me preguntó si es que mi deseo era no escribir más aquí... 


Y ese nunca fue mi deseo. Pero fue algo que pasó. Y me han tomado muchos meses, muchas noches de no dormir, muchas días de no sentirme yo y muchas sesiones de terapia para entender qué pasó. 

Yo he escrito desde antes de saber escribir. A mi mamá le dictaba historias para que ella las escribiera en su máquina de escribir. Como he dicho tantas veces, yo solo sé sentir, pensar y procesar mi vida a través de la escritura. Fue escribiendo que pude sacar tantos dolores, miedos, traumas y angustias. Escribiendo descubrí lo que quería y lo que me hacía falta. Escribiendo es que yo me construí a mi misma. 

Y un día dejé de escribir. El silencio se apoderó de mi vida porque todo lo que quería era escribir sobre lo que me había pasado. Y por respeto a quién era la otra mitad de la historia no lo hice. ¿Cómo podía sentarme aquí y ventilar todo mi dolor cuando cualquiera que leyera lo que me pasaba sabría de quién estaba hablando? Tantas veces él me había reclamado que yo hiciera eso con mis amores, "te expones demasiado", "dejas todo en un espacio público y visible para cualquiera"... ¿cómo podía hacerle eso precisamente a él? Y entonces no lo hice. Y en el camino me perdí a mí misma. 

Un año ha pasado y realmente no puedo decir que yo ya esté bien. Es muy difícil procesar que perdí a mi mejor amigo. Escribo esto y me angustia pensar en publicar esta entrada. Pero ya no sé cómo hacer este duelo. Yo sé cómo terminar con un novio, yo sé cómo enterrar a una mascota, yo sé cómo intentar aceptar que se me murió alguien a quien quiero y no sé muy bien cómo pero he logrado que los días y los años pasen desde que mi abuelo se murió. Pero no sé cómo decirme a mí misma que ya no tengo a mi mejor amigo. Que todos los días que me quedan de vida él ya no va a estar. 

Años y años de amistad y un día ya no fue más. De alguna forma, esta pérdida se ha parecido a terminar con un novio en el sentido en que es un duelo por alguien que sigue vivo y que simplemente decidió que ya no quiere ser parte de mi vida. Pero cuando uno termina con un novio, eventualmente llega otro y aunque con cada persona es distinto, al final se establece una relación de pareja con ese otro. 

Pero yo no voy a volver a tener un mejor amigo como él. Y no porque no pueda tener otras amistades profundas y sinceras. Pero porque la amistad que nosotros teníamos se inició en un momento de la vida que ya no voy a repetir. Mis 33 (casi 34 años) hacen que ya no quiera mochilear con nadie por Europa con un presupuesto de 5 euros por comida para poder bebernos el resto. La intensidad de la vida laboral ya no permite que yo coma todos los martes con una misma persona como lo hicimos durante nuestros cinco años de universidad. Ya no volveré a tener la cantidad de tiempo libre que tenía al terminar el colegio o estar en la universidad. Lo que pasó en mis 20, ya no lo voy a volver a vivir. 

Y entonces no voy a poder construir una amistad como la que tenía con él. Porque con nadie voy a tener esas historias, esos momentos, esa cantidad de recuerdos que hoy me siguen partiendo el alma. 

Hay días en que estoy mejor, hay días -hoy por ejemplo- en que pude contar una historia que viví con él sin sentir que se me parte el alma. Pero no siempre es así. Justo ayer entré a un baño y la decoración era algo que a él le hubiera fascinado y que me hubiera permitido burlarme de él por algo que muy pocas personas saben (o sabían, tal vez en este punto él ya lo cuenta a cualquiera... quién sabe), y entonces sentí que no iba a poder respirar. Y estaba en evento por lo que no podía atacarme a llorar como hubiera querido, así que me tocó sacar toda mi fuerza, contar hasta 50 y poner mis lágrimas en hold.  

Hay un capítulo de Grey's Anatomy en que la mamá de Meredith se despierta de su Alzheimer y la ve y en vez de decirle que se siente orgullosa de que esta a punto de ser doctor,a que tiene un novio maravilloso y que ha construido una vida chévere, le dice que se avergüenza porque ella se ha convertido en alguien ordinary (y lo dejo en inglés porque ordinary no es lo mismo que ordinario así esa sea la traducción). 

 

Y yo me siento así. Como que un día desperté y me di cuenta que soy ordinary. Tengo un trabajo normal, una relación maravillosa y estable que (afortunadamente) hace que ya no tenga que salir con personajes que saqué de debajo de una enorme piedra, la economía (y tal vez lo cómoda que estoy en mi zona de confort) ha logrado que cada vez viaje menos. Como si no fuera suficiente que solo quisiera contar una sola historia que no me permitía contar, logré que mi vida ya no generara más historias para escribir. Y entonces dejé de hacerlo. Ni realidad ni ficción. Dejé que el silencio me ganara. 

Pero ya no quiero más eso. Quiero volver a sentirme yo, quiero volver a sentir y pensar a través de mis palabras. Y si vuelvo a escribir, tal vez pueda encontrar una forma de sanar esta herida y yo logre recordar el pasado sin tristeza. 

Aún cuando sé que él no me leerá, mientras escribo estas palabras no dejo de pensar que le molestaría que yo escriba esto. Pero tengo que hacerlo. Me lo debo a mí. Y él ya no está así que no puedo ni por un minuto más dejarlo estar por encima de mí. 

Así que aquí voy, de nuevo... convencida, como siempre, que la escritura será la forma de sanarme. 


PD. Querido anónimo, GRACIAS. Necesitaba ese empujón.